domingo, 4 de septiembre de 2011

Los movimientos sociales y la participación ciudadana



Antonio Camacho Herrera. Doctor en Filosofía y Ciencias de la Educación.   Universidad de Sevilla (España)             
                                                   

Los movimientos sociales están muy extendidos actualmente por nuestra sociedad. Colectivos y asociaciones vinculadas a los mismos las encontramos en rodos los espacios de la sociedad civil. En estos ámbitos en los que se generan cons­tantemente cambios y la actividad es permanente, juega un papel fundamental la participación ciudadana. Sin la misma no sería posible la articulación de ninguna asociación, colectivo o grupo, de forma efectiva, y, por lo tanto, la vertebración de los movimientos sociales. En este sentido, movimientos sociales y participación ciu­dadana son conceptos íntimamente unidos que no tienen sentido por separado.
Es evidente que se pueden generar experiencias participativas de la ciudadanía, en las que no encontremos el concurso de las asociaciones o de los movimientos sociales, por ejemplo a través de la participación en acciones o actividades organiza­das por los poderes públicos y en las cuales los ciudadanos participan, generalmen­te, en el marco de su entorno más cercano. Sin embargo, no concebimos la presen­cia activa en las asociaciones que conforman los movimientos sociales, sin que exis­ta una participación eficaz y efectiva de las personas que trabajan en los mismos.
Teniendo en cuenta esta imbricación mutua y la necesidad perentoria de la misma, para la propia supervivencia de los movimientos sociales, analizaremos a lo largo de este capítulo, las diversas conceptualizaciones de los mismos, el origen y evolución de éstos y los procesos de participación ciudadana que se originan en su seno. Estudiaremos también los recursos comunitarios que se desprenden del tra­bajo diario de algunas asociaciones y entidades que configuran los movimientos sociales.

2.    CAUSAS DE LA APARICIÓN Y EVOLUCIÓN DE LOS MOVIMIENTOS SOCIALES

Antes de comenzar a analizar las causas que provocaron la aparición de los movimientos sociales, es necesario realizar algunas aclaraciones previas sobre qué entendemos por este concepto.
A lo largo del tiempo diversos autores han reflexionado sobre esta cuestión y casi todos llegan a conclusiones similares, aunque con algunos matices diferencia- dores. En este sentido, Schoeck (1981) señala que el concepto de movimientos sociales inicia su recorrido en el continente europeo en los albores del siglo XIX, para explicar las transformaciones que se intentaban generar de las condiciones sociales de amplios grupos de la población en aspectos específicos, a través de la propaganda y de determinados modelos de comportamiento individuales.
Según otros pensadores como Thinés y Lempereur (1975), los movimientos sociales constituyen movimientos de clase y manifiestan las confrontaciones exis­tentes entre las clases sociales, de cara a conseguir el control del sistema político, social y económico. Puesto que nos encontramos ante un movimiento de clase, en el movimiento social convergen tres factores; en primer lugar, se expresa la perso­nalidad de los miembros de la clase, indicando los factores dialécticos de la misma, es decir, factores dirigentes y dominantes respecto a la clase dominadora, factores dominados y ofensivos respecto a la clase dominada. En segundo lugar, señala el antagonismo de clase, teniendo en cuenta que se orienta contra el contrincante de clase y, en tercer lugar, expresa un pensamiento absoluto: la razón de la pugna está inmersa en apoderarse y controlar todo el devenir de la historia.
En esta línea, pero otorgándole un papel más protagonista a las fórmulas orga­nizativas, Theodorson y Theodorson (1978) señalan que los movimientos sociales constituyen la manifestación de un comportamiento colectivo, en el que un eleva­do número de personas se organizan para defender y propiciar, o para resistir, los cambios sociales. En este sentido, las procesos revolucionarios y las reformas sig­nificativas en la sociedad constituyen modelos genéricos de movimientos sociales. En cuanto al fenómeno de la participación en los mismos, consideran que para un gran número de personas, sólo es indirecta. En multitud de ocasiones, muchas per­sonas cercanas ideológicamente a estos movimientos se identifican con los mismos y su programa, pero lo apoyan desde fuera sin vincularse a las organizaciones for­males que configuran estas plataformas ciudadanas.
En una línea conceptual más genérica Ander-Egg (1988), indica que los movi­mientos sociales se originan dentro de una sociedad y repercuten de forma directa o indirecta, en el orden social establecido.

En un sentido igualmente pragmático, se manifiesta Heberle (1979) cuando afirma que el término "movimiento social" se puede aplicar a una extensa muestra de propósitos colectivos de propiciar transformaciones en diversas instituciones sociales o configurar un nuevo orden.
Entre los autores más significativos que han trabajado sobre este tema en los últimos años, encontramos a Sánchez-Casas (1993) que define los movimientos sociales como las estructuras, más o menos estables en las que se formaliza la socie­dad civil en su interrelación con el sistema, en un espacio específico. Se trata de actuaciones desde la sociedad civil sobre el sistema, es decir, aparecen en la socie­dad civil y la sobrepasan para actuar sobre el sistema. En este sentido, quedan des­cartados tanto los movimientos que se desenvuelven en su totalidad en el marco de la sociedad civil: asociaciones recreativas, clubs deportivos, sociedades de amigos de la filatelia..., y aquellos que se encuentran estrictamente dentro del sistema: colegios profesionales, asociaciones de comerciantes, empresas industriales...
Desde nuestra perspectiva consideramos que los movimientos sociales consti­tuyen un hecho unitario de carácter colectivo, en relación a actuaciones reivindicativas de gran número de personas, con la intención de propiciar procesos intensos de transformación social que inciden en un determinado orden social, caracteriza­do por constituir un propósito consciente, colectivo y organizado de favorecer, aunque también pueda ser de resistir, a través de medios no institucionalizados un cambio significativo en la sociedad.

2.1 Causas de la aparición de los movimientos sociales
Los movimientos sociales hacen su aparición a principios del siglo XIX debi­do sobre todo a los innumerables cambios que se estaban generando en las zonas urbanas de los países centroeuropeos y del Reino Unido. Los movimientos socia­les, en estos momentos históricos, se encuentran indisolublemente unidos al movi­miento obrero que había hecho su entrada en los avatares de la humanidad en fechas recientes, al pairo de la evolución de la revolución industrial. Es más, la iden­tificación entre el movimiento obrero y los movimientos sociales perduró en el continente europeo hasta el segundo decenio del siglo XX. Siguiendo esta línea de pensamiento Manera (1992) señala que los movimientos sociales aparecen en las ciudades y se van integrando en la dinámica de las mismas, aunque sin ninguna ver- tebración política o sindical en sus albores.
Teniendo en cuenta la concepción que se produce durante el siglo XVIII en Europa y su área de influencia, según la cual el orden establecido no es obra de la divinidad, sino humana y, por consiguiente, puede ser alterado para mejorar las con­diciones de vida de la población, es posible el nacimiento de unos movimientos que intentan transformar, en alguna medida, la situación existente. Por esta misma razón, en el mundo oriental no han aparecido estos movimientos hasta bien entra­da la segunda mitad del siglo XX.
Las finalidades de los movimientos sociales se han ido transformando en rela­ción a las reclamaciones y exigencias de sus inicios. En esos momentos, las reivin­dicaciones enfatizaban más aspectos como: la mejora en las condiciones de traba­jo y de vida, subida de los jornales y proteger la propia cultura obrera frente a la violencia permanente de la clase opresora. Esta es la razón de la aparición de los sindicatos, cuya misión fundamental va a ser la reivindicación constante de trans­formaciones en las situaciones laborales, con lo que a través del tiempo se ha veni­do considerando al sindicalismo como los movimientos sociales históricos. Estos objetivos ya no son el resorte que moviliza a los actuales movimientos sociales, puesto que las ciudades y las sociedades en general se han transformado ostensi­blemente y son otras las preocupaciones que orientan las finalidades reivindicativas de los mismos.
Con el paso del tiempo, y sobre todo una vez concluida la II Guerra Mundial, las metas de los movimientos sociales se van transformando y ya no reivindican los postulados que defendían en sus orígenes, puesto que los cambios económicos, sociales y culturales propiciaron nuevas iniciativas. De esta forma, los espacios de acción de los movimientos sociales se van despegando progresivamente de las tesis obreras y se van orientando hacia la mejora de las condiciones de vida en las gran­des urbes y, posteriormente, en todo el planeta.
Por otra parte, la desarticulación de las ideologías en el último cuarto del siglo XX, ha generado que grandes masas de población no se identifiquen necesaria­mente con el mundo obrero, aunque por sus niveles de renta y por su acceso al mer­cado de trabajo disten relativamente poco de la misma. Sin embargo, esto origina que no exista una identificación de las personas que trabajan en el marco de los movimientos sociales, como integrantes de una determinada clase social, sino más bien al contrario, en las zonas medias de la sociedad encontramos perfiles ideoló­gicos casi contrapuestos entre unos sectores y otros.
Los movimientos sociales, como los conocemos actualmente, se originan en la década de los sesenta del siglo XX y se desarrollan y evolucionan en los setenta. Esto se produjo por los cambios tan transcendentes que se generaron en las socie­dades del momento, de carácter político, económico, social, cultural, religioso, ide­ológico, etc., y, también, por la desvinculación definitiva entre el movimiento obre­ro y los movimientos sociales. Los espacios de actuación de los mismos se han ido modificando progresivamente y la abigarrada trama de colectivos, entidades asociaciones, organizaciones y grupos que los forman utilizan una metodología de actuación muy diferente, aunque todos convergen en una misma idea, la necesidad acuciante de mejorar las condiciones de la vida humana sobre nuestro planeta. No obstante, algunos autores contemporáneos, como Alonso (1993) señalan que muchas reivindicaciones que se llevaron a cabo en los años sesenta y setenta del siglo XX, han pasado ya a las políticas cotidianas de los poderes públicos y de estar en contra de las instituciones, se ha pasado a la adopción de las mismas por las ins­tancias gubernamentales, por ejemplo con la creación de los ministerios de medio ambiente o, también, se han constituido en opciones políticas reconocidas, como por ejemplo los partidos verdes, que proliferan por toda Europa.
En la actualidad, los movimientos sociales son interclasistas y se caracterizan por la participación de muy diversos sectores sociales en las acciones específicas. Estas nuevas situaciones generan nuevas finalidades y encontramos grupos que luchan por erradicar las agresiones ecológicas, otros que trabajan por la preservación del patrimonio urbano, por la dignificación de los colectivos más depauperados de la comunidad, por la situación de la mujer, por la marginación que sufren los países empobrecidos... Todo este cúmulo de acciones nos puede dar la medida de los obstáculos que encontramos para converger en unos objetivos comunes, las dife­rentes tendencias que se desarrollan en el marco de los movimientos sociales.
Podemos decir, siguiendo las reflexiones de Fuentes y Frank (1988), que los movimientos sociales tienen un carácter cíclico, en el sentido de que varían según se produzcan cambios en las sociedades de carácter político, social, económico, ide­ológico... Además, parece que predominan con mayor intensidad durante los perío­dos de crisis con la intención de responder a las situaciones que se originan en los mismos. Pero, parece comprobarse que se vuelven más endebles en los períodos de prosperidad económica. Un ejemplo de esto lo podemos tener en nuestro propio país, durante los años noventa del siglo XX. En el primer lustro, que coincidió con un momento de crisis económica y problemas políticos, los movimientos sociales estaban más fortalecidos, produciéndose movilizaciones y campañas muy significativas, como la de la plataforma del 0,7% que realizó acampadas delante de las sedes de los gobiernos autonómicos de gran parte de España y ante el gobierno central en Madrid, aparte de movilizaciones y acciones de información. En cambio, duran­te la segunda mitad del decenio, se produjo una coyuntura internacional de pros­peridad económica y la estabilidad política, en el mundo occidental, que se dejó notar en nuestro país, con lo que se produjo un pequeño parón en las acciones de los movimientos sociales.

2.2 Los movimientos sociales tradicionales
Describiremos, a continuación, de manera escueta, cual ha sido la génesis y posterior evolución del sindicalismo, puesto que configura un sector significativo de los movimientos sociales y, según diferentes autores como Salinas (1991), Sánchez Jiménez (1991), Rojo Torrecilla (1991) y otros, los podemos considerar como los antecedentes históricos de los movimientos sociales actuales.
Génesis y transformación gradual del sindicalismo. Los antecedentes de los sindicatos actuales los podemos encontrar en los gremios medievales, consti­tuidos por artesanos y comerciantes que se coaligaban para preservar intereses comunes. Con el paso del tiempo estas organizaciones fueron transformándose y la aparición de los sindicatos, tal y como los conocemos en la actualidad, se pro­duce paralelamente al inicio y desarrollo de la revolución industrial. En un princi­pio agrupan a enormes masas de obreros que padecían unas condiciones labora­les lacerantes que condicionaban su propia existencia, extendiéndose a todos los ámbitos de su vida cotidiana. Entre otras cosas, porque las jornadas de trabajo eran interminables y prácticamente no tenían tiempo para disfrutar de un mínimo de vida privada.
En esta línea, podemos decir que la actividad laboral con una finalidad econó­mica no constituye una acción humana dominante desde la antigüedad, como seña­la Gorz (1991). El predominio de la misma a escala planetaria, se inicia con la apa­rición del capitalismo industrial, cuyo origen lo encontramos en los últimos dece­nios del siglo XVIII. Durante la Edad Antigua, Media y Moderna, y también en las sociedades arcaicas actuales en las que no ha entrado de lleno el fenómeno del libre- mercado, se trabajaba bastante menos que en los inicios de la revolución industrial, cuando los horarios laborales se extendían a lo largo de catorce o dieciséis horas diarias. Las condiciones laborales eran de una dureza tan extrema, que durante los siglos XVIII y buena parte del XIX los empresarios tenían dificultades muy serias para que los trabajadores pudieran cumplir toda la jornada, ya que muchos caían exhaustos en el mismo puesto de trabajo.
Por lo tanto, podemos decir que el concepto que se tiene en el mundo anglo­sajón y en Europa central sobre la ética del trabajo y las sociedades del trabajo, apa­recen como términos relativamente recientes. Quizás lo más peculiar de las socie­dades en las que el trabajo es considerado un valor casi absoluto estriba en que éste se concibe como un deber moral, una obligación social y como la vía más directa hacia el éxito personal.
Nos encontramos, por consiguiente, ante un escenario nuevo en el que la explotación de unos individuos por otros, con el objetivo de la acumulación de capital, es la norma. Ante esta situación, tal y como indica Salinas Ramos (1991), aparece el sindicalismo que intenta dignificar las condiciones de vida de la mayoría de la población. Los primeros sindicatos aparecen en Londres hacia 1720, son las Trade Unions que más que la confrontación directa entre la patronal y los trabaja­dores, propiciaba unos espacios de colaboración mutua que mejoraran las condi­ciones de vida de los más desfavorecidos. No obstante, sólo con la buena voluntad no se ha conseguido casi nada y la lucha de clases ha sido la manera más efectiva de conseguir mejoras para los trabajadores en todos los ámbitos, desde el siglo XVIII hasta la actualidad.
Poco a poco se va favoreciendo un proceso de abandono progresivo de las actividades agrícolas y la emigración a las ciudades, las cuales van entrando cada vez más en situaciones de industrialización. Estos cambios empezaron a producirse en el Reino Unido y de manera gradual se fueron extendiendo por toda Europa central, modificando en estos últimos doscientos años la vida de todos los países occidentales. A partir de 1800 diversos países europeos, entre ellos Gran Bretaña, prohíben las organizaciones obreras y se producen enfrentamientos y destrucción de maquinaria en las empresas. Sin embargo, a partir de 1830 se apre­cia con claridad una proletarización de las sociedades occidentales y los sindicatos se van legalizando en muchos países, con lo cual la estrategia sindical va cambian­do y de la destrucción de máquinas y herramientas, se pasa a posturas de negocia­ción con las empresas y el Estado y el reconocimiento de la labor sindical, lo cual propicia, en algunos casos, incipientes logros en la lucha política, demandando el sufragio universal.
En este sentido, existen iniciativas de reconocimiento político de los trabaja­dores en el Reino Unido con la elaboración de programas concretos, como la Carta del Pueblo de 1838 que originó el movimiento carósta. Aunque esta iniciativa sólo se extendió durante diez años, porque hubo disensiones entre los líderes sindicales y resistencias políticas y empresariales que socavaron el trabajo de estas organiza­ciones. El movimiento sindical inglés sólo se reactivará a partir de la segunda mitad de la década de los cincuenta del siglo XIX, con la constitución de sindicatos gre­miales, como el de maquinistas, famoso por sus reivindicaciones.
En 1868 se funda el Trade Unions Congress, cuya misión estriba en coordinar los diferentes sindicatos que hay en el país y volver a trabajar en la esfera legislati­va y política, de cara a conseguir reformas sociales.
En Alemania y Francia, el movimiento obrero adquirió una conciencia social algo más tardía, debido a que los procesos industriales se habían retardado un poco más. Es a partir de las luchas durante la revolución de 1848, cuando las posiciones de los obreros y burgueses se vuelven equidistantes y se generan transformaciones significativas en la orientación de las reivindicaciones proletarias.

El despegue del sindicalismo y el nacimiento de las internacionales obreras. Durante la década de 1850 se va consolidando el sindicalismo en Europa y se producen fuertes conflictos sociales en los países centrales del continente. A partir de 1860 se empieza a reivindicar de forma clara, la necesidad de establecer jornadas laborales de ocho horas, como señala Sánchez Jiménez (1991). También se van estableciendo relaciones internacionales más sólidas constituyéndose la Asociación Internacional de Trabajadores en 1864. Además, el desarrollo ideológi­co se va extendiendo basado en tres escuelas de pensamiento: el proudhonianismo, el marxismo y el anarco-colectivismo, liderado por Bakunin, las cuales van a tener gran influencia en el ideario político de finales del siglo XIX.
La Primera Internacional aparece desde la Asociación Internacional de Trabajadores (A.I.T.) y propugna la solidaridad internacional entre los obreros del mundo. En este organismo destaca la figura de Marx que redacta el Manifiesto y los estatutos de la nueva entidad.
El Manifiesto marxista abogaba por la conquista del poder político, como manera de liberar al mundo obrero. Sin embargo, aparecieron dificultades entre Marx y Engels y los partidarios de las tesis bakuninistas. Las confrontaciones más dolorosas para el movimiento obrero se producen a partir de 1868, año en que Bakunin ingresa en la Primera Internacional, rompiéndose el consenso existente y apareciendo otra nueva internacional que fue disolviéndose lentamente. Esto con­llevó la ruptura del movimiento obrero europeo y aparecieron los partidos obreros estatales.
En España, esta ruptura dio origen a la aparición en 1879 de un partido obre­ro que se denominó Partido Democrático Socialista Obrero Español. Tenía corte marxista y luchaba por la abolición de las clases sociales. Más tarde, en 1888, se fundó un sindicato, la Unión General de Trabajadores que discernía la acción polí­tica de las reivindicaciones laborales.
En 1888 se celebra en París un Congreso Internacional Obrero, en el seno del cual se aprecian diferentes posturas ideológicas. La tendencia marxista del mismo configura la Segunda Internacional, que resaltaba la relevancia del internacionalis­mo obrero y la reivindicación de la jornada de ocho horas, así como declarar el día Io de Mayo, como día de lucha de la clase obrera. Esta Segunda Internacional se quebró con la I Guerra Mundial, ya que los trabajadores no habían sido capaces de imponer el internacionalismo y primaron los nacionalismos que tenían un carácter más burgués y excluyente. Sin embargo, en 1923, resurgió nuevamente pero se frac­cionó en diversas organizaciones, que ya no tuvieron la fuerza anterior.
Durante la Revolución Rusa, concretamente en 1919, Lenin favorece la cons­titución de una Tercera Internacional que perduró hasta 1943. Se la conoce como la Internacional Comunista y como señala Pérez Amorós (1991) provocó disensio­nes en el mundo obrero y algunas miembros de la misma se separan, creando en 1938 la IV Internacional que tuvo una vida efímera.
Al iniciarse la Segunda Guerra Mundial el mundo obrero olvida el internacio­nalismo y se repiten los esquemas de la I Guerra Mundial enfrentándose los obre­ros de los diferentes países.
La situación actual del sindicalismo. Una vez finalizada la II Guerra Mundial, el mundo obrero se va moderando, debido a la fuerza de los sindicatos y al desarrollo del estado del bienestar. El sindicalismo europeo se desenvuelve en el ámbito de una organización taylorista del trabajo, como señalan Rojo Torrecilla (1991). Durante el decenio de 1960, el mundo sindical estaba repartido entre la Federación Sindical Mundial, compuesta por los sindicatos de la URSS, democra­cias populares y sindicatos comunistas de países occidentales y la Confederación Internacional de Organizaciones Sindicales Libres, configurada por el sindicalismo norteamericano, las Trade Unions británicas y sindicatos socialistas europeos.
La lucha obrera se va transformando en negociación colectiva y la búsqueda del pleno empleo. Aunque hay algunas cotas de conflictividad entre los jóvenes obreros entre los años 1968 y 1973. Algunas acciones en las que colaboraron, pero ya dentro de otros movimientos sociales de mayor calado fueron: el Mayo del 68 en Francia, el otoño caliente de 1969 en Italia y las huelgas de mineros y portuarios ingleses entre 1972 y 1973. Sin embargo, a partir de 1973, y debido a la crisis energética, se generan transformaciones en los sistemas financieros de los países occidentales y la gran inflación existente, aminora la potencia del sindicalismo, por el pánico a perder puestos de trabajo. Estos cambios en el movimiento obrero y sin­dical y la irrupción de nuevos conflictos sociales, propician la articulación de unos nuevos movimientos sociales que manifiestan el malestar ciudadano y la indagación de nuevos caminos asociativos, emergiendo con enorme dinamismo los movimien­tos pacifistas, ecologistas, feministas y vecinales.
Hoy en día el espectro sindical se transforma ostensiblemente en toda Europa y, también, en España que ha tenido que soportar un duro proceso de reconversión industrial. De este modo, los sindicalistas de este sector han bajado, aunque se han incrementado los del sector servicios. Además, con la incorporación de las mujeres y los jóvenes al mundo laboral, la propia cultura sindical se está transformando y abriendo nuevos caminos que actualmente en los albores del siglo XXI aún no están muy definidos.

3.    LOS NUEVOS MOVIMIENTOS SOCIALES

Actualmente se conoce por esta denominación a una serie de organizaciones y asociaciones de carácter pacifista, ecologista, feminista, ciudadano, etc, que empe­zaron a proliferar a partir de 1960 y que han tenido, y siguen teniendo, un prota­gonismo social muy relevante en la sociedad.