lunes, 24 de enero de 2011

EL MOVIMIENTO CIUDADANO: LAS ASOCIACIONES VECINALES

Antonio Camacho Herrera                  Doctor en Filosofía y Ciencias de la Educación. Profesor Universidad de Sevilla
Uno de los movimientos más genuinos de los movimientos sociales es el ciu­dadano. Este se compone de asociaciones que tienen en la participación su máxi­ma pretensión. Constituye un factor básico para el sostenimiento de la democra­cia, puesto que mediante el mismo se genera una integración y articulación muy eficiente de la población en el marco político y social. Mengod (1992) señala que nos encontramos ante un movimiento de base, pluralista y unitario que debe ins­cribirse en una sociedad justa y solidaria, sin que se produzcan discriminaciones, ni exclusiones.
La conceptualización de movimiento ciudadano tiene significados diversos. Indica Galán (1992) que el origen del mismo se puede encontrar en los ciclos de manifestaciones del proletariado que ha tenido altos y bajos y momentos de movi­lización específicos. Nos situamos ante unos movimientos en los que participan diferentes clases sociales y que están articulados en torno a finalidades de carácter civil. Bastantes personas que pertenecen a este movimiento, provienen de segmen­tos sociales que debido a la situación de crisis económica se encuentran al margen del mercado de trabajo y de los sistemas de protección social, lo que implica un recrudecimiento de acciones cuando las situaciones empeoran ostensiblemente.
También hay quien considera que son los diferentes ambientes los que propi­cian el surgimiento del movimiento ciudadano, por lo que solamente se pueden tener en cuenta como tales, si las medidas de fuerza que propugnan son capaces de transformar la situación de una comunidad, sociedad o el propio Estado, en mate­rias tales como: urbanismo, vivienda, infraestructuras, desigualdades sociales, etc.
En España, el movimiento ciudadano se inició en zonas excluidas y se propagó de forma rápida hacia barriadas populares con una situación infraestructural más idónea y a sectores más interclasistas, en los que se solicitaba una distribución más ecuánime del espacio y de la vivienda, favoreciendo la expansión de la participación y la democracia. Estos primeros movimientos ciudadanos tenían una raigambre común: el territorio. Las personas que participaron en ellos, pusieron en marcha acciones tendentes a la consecución de viviendas, transportes, educación, sanidad, etc. Además, se organizaron de forma que agruparon a personas pertenecientes a diferentes clases sociales y vincularon a sus acciones a profesionales y técnicos cua­lificados, facilitaron el acercamiento a los medios de comunicación y, también, a los partidos políticos, con lo cual se consolidó un conglomerado reivindicativo muy importante que luchaba por la democracia y la libertad.
Los movimientos ciudadanos actuales tienen una corta historia. Aparecen en todo el mundo a partir de los años sesenta del siglo XX, aunque tienen una tradi­ción más antigua que, en algunos casos, podemos encontrar antecedentes en los últimos años de la Edad Media. De este modo en el norte y centro de Europa pode­mos encontrarnos con varios modelos de movimientos urbanos y ciudadanos. Durante los años sesenta algunos grupos pusieron en marcha luchas y guerrillas urbanas que tenían una orientación cercana a los colectivos y partidos de extrema izquierda, que fueron degenerando en acciones de carácter terrorista que ya están muy alejadas de los postulados del movimiento ciudadano. Otro ejemplo a consi­derar, lo constituyen los movimientos ciudadanos que reivindicaban la revitalización de la democracia de base, de los poderes locales, de las acciones tendentes a la optimización del medio ambiente, lo cual ha llevado incluso a nuevas maneras de trabajar entre los colectivos verdes y los partidos de corte ecologista.

En países como los Estados Unidos los colectivos urbanos y los nuevos movi­mientos sociales, que estaban configurados por grupos de negros, hispanos, homo­sexuales, etc., han llevado a cabo acciones unitarias en ciertos casos, pero no han podido articular propuestas políticas de carácter global. A nivel local, en determi­nados barrios de algunas ciudades, como Brooklyn en New York, han sido los pro­pios poderes públicos los que han apoyado iniciativas de determinadas comunida­des, como la negra en este caso, propiciándose una mejora de la organización comunitaria y un fomento del asociacionismo, favoreciendo que determinados líde­res del barrio trasladaran su acción a la arena política y defendieran las propuestas generadas en su sector social. Otro ejemplo, lo encontramos en Canadá donde los movimientos ciudadanos se han transformado bastante, ya que el elevar sus pro­puestas a los poderes públicos, ha originado transformaciones concretas en las polí­ticas sociales que se estaban implementando, aunque sólo en determinadas situa­ciones y diversos aspectos específicos. Con lo cual, podemos decir que las acciones gubernamentales globales no se han generalizado para toda la población.
En algunos lugares de la zona austral africana, los movimientos ciudadanos han favorecido un acercamiento entre las comunidades autóctonas de los países y los gobiernos y han logrado unificar en cierta manera, las tradiciones locales con las exigencias que tiene un estado moderno en la actualidad. Además, hay que reseñar que su forma de proceder ha servido como agente de socialización para los com­portamientos políticos modernos, que no han tenido que marginalizar, ni destruir, la cultura tradicional del país, sino integrarla en un todo sincrético en el que se aúnan lo tradicional y lo moderno. Este equilibrio que se ha venido manteniendo, no sin esfuerzo, durante los años noventa del siglo XX, se está rompiendo paulati­namente en Zimbabwe, actualmente en el año 2000, debido a la presión que está ejerciendo el gobierno del país, de mayoría negra, contra los blancos que todavía viven en el mismo y que decidieron quedarse allí después de las guerras raciales de 1980.

jueves, 13 de enero de 2011

EDUCACIÓN CIUDADANA Y CONVIVENCIA DEMOCRÁTICA





Pedro Gallardo Vázquez

Universidad de Sevilla. Facultad de Ciencias de la Educación. Departamento de Teoría e Historia de la Educación y Pedagogía Social. C/ Camilo José Cela s/n. 41018 - Sevilla. Correo-e:  pgallardo@us.es

Resumen. A lo largo del presente artículo abordaremos el tema de la educación ciudadana para la convivencia democrática. Tras hacer una referencia al concepto de ciudadanía y describir alguna de las dimensiones de los conceptos de ciudadanía más significativos que se ofrecen desde diversas disciplinas, hablaremos del valor de la educación ciudadana como “herramienta esencial” para aprender a convivir juntos en una sociedad cada vez más abierta, compleja y global, destacando la importancia de la educación para la tolerancia y la educación para la solidaridad como vía para la consecución de una verdadera convivencia social.
PALABRAS CLAVE: Ciudadanía, educación ciudadana, convivencia democrática, tolerancia, solidaridad.

Summary. Throughout this article we will deal with the topic of the citizen education for the democratic co-existence.
   After mentioning the concept of citizenship describing it in relation to different subjects, we will follow talking about the value of the citizen education as an essential tool to learn how to live together in a more  and more open-minded, complex and global society.
   We will remark the importance of education to get tolerance and solidarity as well as a way of achieving a real social co-existence.
 KEY WORDS: Citizenship, citizen education, democratic co-existence, tolerance, solidarity.

1. Introducción
   En el mundo globalizado e interdependiente en el que vivimos, la solidaridad entre los pueblos aparece a menudo como un suplemento, en el mejor de los casos, una actividad que se ejerce ocasionalmente y que queda en manos de organizaciones especializadas en el campo de la ayuda humanitaria, pero no está integrada en la vida diaria de las personas.
   Pensamos que, en esta época caracterizada por la globalización, la ciudadanía tiene que integrar la relación Norte-Sur no sólo en el terreno moral, sino en la acción social, en los problemas que, allí y aquí, hay que resolver para construir un mundo habitable donde la dignidad humana sea patrimonio de todos los hombres y mujeres que compartimos el planeta. Pero para la mayoría de los ciudadanos y ciudadanas europeos  la relación con el Sur está ausente o deformada y sólo aparece vinculada a aspectos “añadidos” o “complementarios” (caridad, compasión, altruismo, asistencia..., cuando no interés económico o de “seguridad”...). Esta situación tiene efectos muy negativos porque debilita la acción ciudadana en su fundamental componente solidaria y, particularmente, la presión y movilización social que es necesaria para cambiar las relaciones Norte-Sur, reducir la brecha entre los países ricos y pobres, para construir una sociedad en la que no existan las actuales situaciones de injusticia, pobreza, desigualdad, marginación  y exclusión social.
    La solidaridad no consiste sólo en dar porque tenemos o porque nos sobra, aunque eso tenga buena intención; la solidaridad es un modo de vida, una actitud  que debemos asumir no sólo en caso de emergencias originadas por situaciones de guerra, hambre, sequía, inundaciones, terremotos, ‘tsunamis’, huracanes, etc., sino también ante los diferentes problemas que afectan a otras personas: los próximos a nosotros, los de nuestra calle, barrio o ciudad, y también muchos otros que no conocemos, pero que necesitan nuestra ayuda, ayudándoles en la medida de nuestras posibilidades a solucionarlos.
   La educación es el medio más adecuado para formar ciudadanos libres, democráticos, responsables y críticos, que contribuyan a la construcción de una sociedad más justa, igualitaria y equitativa, donde exista la convivencia democrática y el respeto a las diferencias individuales, promoviendo valores, tales como: respeto, tolerancia, solidaridad, justicia, igualdad, ayuda, cooperación y cultura de paz, potenciando actitudes de respeto hacia la diversidad cultural, ideológica, política y de costumbres, y la no discriminación por razones sociales, de raza, religión o sexo, y fomentando la adquisición de normas sociales que posibiliten la convivencia de todas las personas en una sociedad libre, democrática, abierta, multicultural, plural y globalizada.     
  La tolerancia, entendida como respeto y consideración hacia la diferencia, como una disposición a admitir en los demás una forma de ser y de actuar diferente a la propia, o como una actitud de aceptación del legítimo pluralismo, es un valor de enorme importancia para la convivencia pacífica, plural y libre entre todas las personas en una sociedad cada vez más diversa tanto cultural como religiosamente, compuesta por hombres y mujeres de distintas nacionalidades, ideologías políticas, confesiones religiosas, etc.  
   La necesidad de una educación para la tolerancia deriva de un hecho fundamental de nuestro tiempo: la convivencia de diversas y aún opuestas concepciones del hombre, de la moral y de la política en el seno de las sociedades democráticas.
   Educar para la tolerancia es fomentar sentimientos de confianza y respeto basados en el conocimiento. Aprender a ser tolerante es aprender a confiar y a respetar a quien es diferente porque su aspecto externo es distinto del nuestro o porque no piensa y actúa igual que nosotros, sobre todo si se encuentra en una posición de inferioridad o debilidad. Sólo se puede tener respeto y confianza en alguien a quien se conoce. Conocemos a los demás dándoles la ocasión de darse a conocer y escuchándoles, y también aproximándonos a su realidad e intentando comprenderla.
   La solidaridad es una característica que define a las personas que se preocupan por las necesidades y los problemas de los demás y procuran ayudarlos en la medida de sus posibilidades, un valor universal que refleja la grandeza de las personas y también la grandeza de los pueblos ante las catástrofes naturales y las situaciones de emergencia que requieren la colaboración de los ciudadanos, organizaciones humanitarias y gobiernos de distintos países para ayudar a las poblaciones afectadas por los conflictos armados, graves inundaciones, etc.
   La educación en y para la solidaridad persigue la implicación de todos los sectores sociales en la construcción de una sociedad multicultural, justa, tolerante, solidaria y equitativa, donde se respeten los Derechos Humanos y de ciudadanía de todas las personas que forman parte de ella. Está orientada hacia el compromiso y la acción transformadora y posee un fuerte componente autocrítico hacia las propias posiciones, hábitos y valores.
    Educar en valores es ante todo educar para la libertad, la igualdad, la convivencia, la tolerancia, la solidaridad, la justicia y la paz.