SOBRE LA OBRA : " EL PRÍNCIPE " DE NICOLÁS MAQUIAVELO.
VARIOS TEXTOS.
16/08/13
Cuando la política sólo piensa en el poder
Condenado por su
crudo relativismo moral, que aconseja mentir, robar y llegar al crimen si el
ejercicio del poder lo requiere, algunos teóricos vieron en el pragmatismo
radicalizado de la obra de Maquiavelo, un signo del Estado moderno. Aquí, una
relectura crítica de ese texto que cambió la ciencia política y aún genera
polémicas, las novedades que trajo el quinto centenario y dos opiniones
expertas.
Por
Ivana Costa
Por una valiosa carta, sabemos que fue un día como hoy,
hace quinientos años, que Nicolás Maquiavelo comenzó a redactar El príncipe. Despojado
por los Médicis de su puesto en la cancillería de Florencia, exiliado –al cabo
de padecer prisión y tortura, acusado de conspiración–, en la miseria, le
cuenta en ella a su ex colega Francesco Vettori, enviado florentino ante el
Papa, que acaba de terminar “un opúsculo, De principatibus , en el que
profundizo todo lo que puedo en las reflexiones sobre este tema, discutiendo
qué es el principado, cuántas especies hay, cómo se adquieren, cómo se
conservan, por qué se los pierde”.
La carta está fechada el
10 de diciembre. Recién en marzo Maquiavelo había sido liberado de su
cautiverio gracias a una amnistía decretada tras la elección de Giovanni de
Médicis como Papa; había marchado al campo con su familia, y allí se había
puesto a escribir una obra ambiciosa: los Discursos sobre la primera década de
Tito Livio. En un momento, sin embargo, decidió interrumpirla para confeccionar
este otro librito mucho más condensado que, se supone, redactó en un breve
lapso.
Los veintiséis capítulos
de El príncipe
llevan, de hecho, la impronta de una urgencia vertiginosa y de una esperanza
manifiesta: Maquiavelo creía que si algún miembro de la poderosa familia de
banqueros que gobernaba en el Palacio de la Señoría llegaba a leerlo no iba a
dudar en contratarlo para trabajar nuevamente en la política de su patria.
En eso se equivocaba
Maquiavelo. En primer lugar, porque ninguno de los amigos con los que había
trabajado para el derrocado gobierno republicano iba a arriesgarse a acercarles
a los nuevos Señores la voz de un proscripto. (Hay otra carta, en la que
Maquiavelo se da cuenta de que Vettori en realidad no hará nada por mejorar su
situación; y es de una tristeza incomparable). En segundo lugar, porque
Maquiavelo sobreestimaba la capacidad de los Médicis para tomar decisiones
exclusivamente sobre la base de las aptitudes intelectuales de su interlocutor:
una cosa es elegir pintores, escultores y arquitectos para que embellezcan la
ciudad, o poetas para que narren la gloria familiar, y otra muy distinta es
ponerse a analizar sin prejuicios un tratado de política –por breve que sea–
escrito, encima, por alguien que ni siquiera es un aliado. Dicen que cuando,
tres años más tarde, “Lorenzino”, heredero de Cosme y de Lorenzo el Magnífico,
al fin recibió El
príncipe como obsequio lo hizo rápidamente a un lado para
detenerse en unos perros de caza que le había traído algún mercader ignoto.
Tuvieron que pasar otros
cuatro años para que alguno de los Médicis se fijara en Maquiavelo; y esto, a
instancias de sus nuevos amigos: los jóvenes aristócratas del círculo de la
Academia Platónica de Florencia, que advirtieron pronto la fresca lucidez del
antiguo canciller que regresaba del exilio. En 1520, Julio de Médicis, tío y
sucesor de “Lorenzino”, y futuro Papa Clemente VII, le confió algunas tareas.
Escribió entonces algunas obras muy significativas, piezas dramáticas de su
propia cosecha y tratados históricos o políticos por encargo.
La fortuna
de una obra
Pero Maquiavelo no
quería ser un filósofo de la corte (como Galileo Galilei) ni un analista o
funcionario de escritorio (como Francisco Guicciardini); quería actuar en
política. Con los años, algo llegó a conseguir, aunque ya no se le delegaron
tareas de primera línea, como las que había llevado a cabo durante la
República, cuando negociaba personalmente con casi todos los mandatarios de los
Estados italianos, con el rey de Francia Luis XII, con el emperador romano
germánico Maximiliano, con el temible pontífice Julio II, y con un avasallante
César Borgia, en plena campaña expansionista. En cuanto a El príncipe:
permaneció inédito y, en vida de Maquiavelo, no trascendió más allá de sus
allegados. Fue publicado en Roma y en Florencia, en 1532, cinco años después de
la muerte de su autor.