domingo, 4 de septiembre de 2011

Los movimientos sociales y la participación ciudadana



Antonio Camacho Herrera. Doctor en Filosofía y Ciencias de la Educación.   Universidad de Sevilla (España)             
                                                   

Los movimientos sociales están muy extendidos actualmente por nuestra sociedad. Colectivos y asociaciones vinculadas a los mismos las encontramos en rodos los espacios de la sociedad civil. En estos ámbitos en los que se generan cons­tantemente cambios y la actividad es permanente, juega un papel fundamental la participación ciudadana. Sin la misma no sería posible la articulación de ninguna asociación, colectivo o grupo, de forma efectiva, y, por lo tanto, la vertebración de los movimientos sociales. En este sentido, movimientos sociales y participación ciu­dadana son conceptos íntimamente unidos que no tienen sentido por separado.
Es evidente que se pueden generar experiencias participativas de la ciudadanía, en las que no encontremos el concurso de las asociaciones o de los movimientos sociales, por ejemplo a través de la participación en acciones o actividades organiza­das por los poderes públicos y en las cuales los ciudadanos participan, generalmen­te, en el marco de su entorno más cercano. Sin embargo, no concebimos la presen­cia activa en las asociaciones que conforman los movimientos sociales, sin que exis­ta una participación eficaz y efectiva de las personas que trabajan en los mismos.
Teniendo en cuenta esta imbricación mutua y la necesidad perentoria de la misma, para la propia supervivencia de los movimientos sociales, analizaremos a lo largo de este capítulo, las diversas conceptualizaciones de los mismos, el origen y evolución de éstos y los procesos de participación ciudadana que se originan en su seno. Estudiaremos también los recursos comunitarios que se desprenden del tra­bajo diario de algunas asociaciones y entidades que configuran los movimientos sociales.

2.    CAUSAS DE LA APARICIÓN Y EVOLUCIÓN DE LOS MOVIMIENTOS SOCIALES

Antes de comenzar a analizar las causas que provocaron la aparición de los movimientos sociales, es necesario realizar algunas aclaraciones previas sobre qué entendemos por este concepto.
A lo largo del tiempo diversos autores han reflexionado sobre esta cuestión y casi todos llegan a conclusiones similares, aunque con algunos matices diferencia- dores. En este sentido, Schoeck (1981) señala que el concepto de movimientos sociales inicia su recorrido en el continente europeo en los albores del siglo XIX, para explicar las transformaciones que se intentaban generar de las condiciones sociales de amplios grupos de la población en aspectos específicos, a través de la propaganda y de determinados modelos de comportamiento individuales.
Según otros pensadores como Thinés y Lempereur (1975), los movimientos sociales constituyen movimientos de clase y manifiestan las confrontaciones exis­tentes entre las clases sociales, de cara a conseguir el control del sistema político, social y económico. Puesto que nos encontramos ante un movimiento de clase, en el movimiento social convergen tres factores; en primer lugar, se expresa la perso­nalidad de los miembros de la clase, indicando los factores dialécticos de la misma, es decir, factores dirigentes y dominantes respecto a la clase dominadora, factores dominados y ofensivos respecto a la clase dominada. En segundo lugar, señala el antagonismo de clase, teniendo en cuenta que se orienta contra el contrincante de clase y, en tercer lugar, expresa un pensamiento absoluto: la razón de la pugna está inmersa en apoderarse y controlar todo el devenir de la historia.
En esta línea, pero otorgándole un papel más protagonista a las fórmulas orga­nizativas, Theodorson y Theodorson (1978) señalan que los movimientos sociales constituyen la manifestación de un comportamiento colectivo, en el que un eleva­do número de personas se organizan para defender y propiciar, o para resistir, los cambios sociales. En este sentido, las procesos revolucionarios y las reformas sig­nificativas en la sociedad constituyen modelos genéricos de movimientos sociales. En cuanto al fenómeno de la participación en los mismos, consideran que para un gran número de personas, sólo es indirecta. En multitud de ocasiones, muchas per­sonas cercanas ideológicamente a estos movimientos se identifican con los mismos y su programa, pero lo apoyan desde fuera sin vincularse a las organizaciones for­males que configuran estas plataformas ciudadanas.
En una línea conceptual más genérica Ander-Egg (1988), indica que los movi­mientos sociales se originan dentro de una sociedad y repercuten de forma directa o indirecta, en el orden social establecido.

En un sentido igualmente pragmático, se manifiesta Heberle (1979) cuando afirma que el término "movimiento social" se puede aplicar a una extensa muestra de propósitos colectivos de propiciar transformaciones en diversas instituciones sociales o configurar un nuevo orden.
Entre los autores más significativos que han trabajado sobre este tema en los últimos años, encontramos a Sánchez-Casas (1993) que define los movimientos sociales como las estructuras, más o menos estables en las que se formaliza la socie­dad civil en su interrelación con el sistema, en un espacio específico. Se trata de actuaciones desde la sociedad civil sobre el sistema, es decir, aparecen en la socie­dad civil y la sobrepasan para actuar sobre el sistema. En este sentido, quedan des­cartados tanto los movimientos que se desenvuelven en su totalidad en el marco de la sociedad civil: asociaciones recreativas, clubs deportivos, sociedades de amigos de la filatelia..., y aquellos que se encuentran estrictamente dentro del sistema: colegios profesionales, asociaciones de comerciantes, empresas industriales...
Desde nuestra perspectiva consideramos que los movimientos sociales consti­tuyen un hecho unitario de carácter colectivo, en relación a actuaciones reivindicativas de gran número de personas, con la intención de propiciar procesos intensos de transformación social que inciden en un determinado orden social, caracteriza­do por constituir un propósito consciente, colectivo y organizado de favorecer, aunque también pueda ser de resistir, a través de medios no institucionalizados un cambio significativo en la sociedad.

2.1 Causas de la aparición de los movimientos sociales
Los movimientos sociales hacen su aparición a principios del siglo XIX debi­do sobre todo a los innumerables cambios que se estaban generando en las zonas urbanas de los países centroeuropeos y del Reino Unido. Los movimientos socia­les, en estos momentos históricos, se encuentran indisolublemente unidos al movi­miento obrero que había hecho su entrada en los avatares de la humanidad en fechas recientes, al pairo de la evolución de la revolución industrial. Es más, la iden­tificación entre el movimiento obrero y los movimientos sociales perduró en el continente europeo hasta el segundo decenio del siglo XX. Siguiendo esta línea de pensamiento Manera (1992) señala que los movimientos sociales aparecen en las ciudades y se van integrando en la dinámica de las mismas, aunque sin ninguna ver- tebración política o sindical en sus albores.
Teniendo en cuenta la concepción que se produce durante el siglo XVIII en Europa y su área de influencia, según la cual el orden establecido no es obra de la divinidad, sino humana y, por consiguiente, puede ser alterado para mejorar las con­diciones de vida de la población, es posible el nacimiento de unos movimientos que intentan transformar, en alguna medida, la situación existente. Por esta misma razón, en el mundo oriental no han aparecido estos movimientos hasta bien entra­da la segunda mitad del siglo XX.
Las finalidades de los movimientos sociales se han ido transformando en rela­ción a las reclamaciones y exigencias de sus inicios. En esos momentos, las reivin­dicaciones enfatizaban más aspectos como: la mejora en las condiciones de traba­jo y de vida, subida de los jornales y proteger la propia cultura obrera frente a la violencia permanente de la clase opresora. Esta es la razón de la aparición de los sindicatos, cuya misión fundamental va a ser la reivindicación constante de trans­formaciones en las situaciones laborales, con lo que a través del tiempo se ha veni­do considerando al sindicalismo como los movimientos sociales históricos. Estos objetivos ya no son el resorte que moviliza a los actuales movimientos sociales, puesto que las ciudades y las sociedades en general se han transformado ostensi­blemente y son otras las preocupaciones que orientan las finalidades reivindicativas de los mismos.
Con el paso del tiempo, y sobre todo una vez concluida la II Guerra Mundial, las metas de los movimientos sociales se van transformando y ya no reivindican los postulados que defendían en sus orígenes, puesto que los cambios económicos, sociales y culturales propiciaron nuevas iniciativas. De esta forma, los espacios de acción de los movimientos sociales se van despegando progresivamente de las tesis obreras y se van orientando hacia la mejora de las condiciones de vida en las gran­des urbes y, posteriormente, en todo el planeta.
Por otra parte, la desarticulación de las ideologías en el último cuarto del siglo XX, ha generado que grandes masas de población no se identifiquen necesaria­mente con el mundo obrero, aunque por sus niveles de renta y por su acceso al mer­cado de trabajo disten relativamente poco de la misma. Sin embargo, esto origina que no exista una identificación de las personas que trabajan en el marco de los movimientos sociales, como integrantes de una determinada clase social, sino más bien al contrario, en las zonas medias de la sociedad encontramos perfiles ideoló­gicos casi contrapuestos entre unos sectores y otros.
Los movimientos sociales, como los conocemos actualmente, se originan en la década de los sesenta del siglo XX y se desarrollan y evolucionan en los setenta. Esto se produjo por los cambios tan transcendentes que se generaron en las socie­dades del momento, de carácter político, económico, social, cultural, religioso, ide­ológico, etc., y, también, por la desvinculación definitiva entre el movimiento obre­ro y los movimientos sociales. Los espacios de actuación de los mismos se han ido modificando progresivamente y la abigarrada trama de colectivos, entidades asociaciones, organizaciones y grupos que los forman utilizan una metodología de actuación muy diferente, aunque todos convergen en una misma idea, la necesidad acuciante de mejorar las condiciones de la vida humana sobre nuestro planeta. No obstante, algunos autores contemporáneos, como Alonso (1993) señalan que muchas reivindicaciones que se llevaron a cabo en los años sesenta y setenta del siglo XX, han pasado ya a las políticas cotidianas de los poderes públicos y de estar en contra de las instituciones, se ha pasado a la adopción de las mismas por las ins­tancias gubernamentales, por ejemplo con la creación de los ministerios de medio ambiente o, también, se han constituido en opciones políticas reconocidas, como por ejemplo los partidos verdes, que proliferan por toda Europa.
En la actualidad, los movimientos sociales son interclasistas y se caracterizan por la participación de muy diversos sectores sociales en las acciones específicas. Estas nuevas situaciones generan nuevas finalidades y encontramos grupos que luchan por erradicar las agresiones ecológicas, otros que trabajan por la preservación del patrimonio urbano, por la dignificación de los colectivos más depauperados de la comunidad, por la situación de la mujer, por la marginación que sufren los países empobrecidos... Todo este cúmulo de acciones nos puede dar la medida de los obstáculos que encontramos para converger en unos objetivos comunes, las dife­rentes tendencias que se desarrollan en el marco de los movimientos sociales.
Podemos decir, siguiendo las reflexiones de Fuentes y Frank (1988), que los movimientos sociales tienen un carácter cíclico, en el sentido de que varían según se produzcan cambios en las sociedades de carácter político, social, económico, ide­ológico... Además, parece que predominan con mayor intensidad durante los perío­dos de crisis con la intención de responder a las situaciones que se originan en los mismos. Pero, parece comprobarse que se vuelven más endebles en los períodos de prosperidad económica. Un ejemplo de esto lo podemos tener en nuestro propio país, durante los años noventa del siglo XX. En el primer lustro, que coincidió con un momento de crisis económica y problemas políticos, los movimientos sociales estaban más fortalecidos, produciéndose movilizaciones y campañas muy significativas, como la de la plataforma del 0,7% que realizó acampadas delante de las sedes de los gobiernos autonómicos de gran parte de España y ante el gobierno central en Madrid, aparte de movilizaciones y acciones de información. En cambio, duran­te la segunda mitad del decenio, se produjo una coyuntura internacional de pros­peridad económica y la estabilidad política, en el mundo occidental, que se dejó notar en nuestro país, con lo que se produjo un pequeño parón en las acciones de los movimientos sociales.

2.2 Los movimientos sociales tradicionales
Describiremos, a continuación, de manera escueta, cual ha sido la génesis y posterior evolución del sindicalismo, puesto que configura un sector significativo de los movimientos sociales y, según diferentes autores como Salinas (1991), Sánchez Jiménez (1991), Rojo Torrecilla (1991) y otros, los podemos considerar como los antecedentes históricos de los movimientos sociales actuales.
Génesis y transformación gradual del sindicalismo. Los antecedentes de los sindicatos actuales los podemos encontrar en los gremios medievales, consti­tuidos por artesanos y comerciantes que se coaligaban para preservar intereses comunes. Con el paso del tiempo estas organizaciones fueron transformándose y la aparición de los sindicatos, tal y como los conocemos en la actualidad, se pro­duce paralelamente al inicio y desarrollo de la revolución industrial. En un princi­pio agrupan a enormes masas de obreros que padecían unas condiciones labora­les lacerantes que condicionaban su propia existencia, extendiéndose a todos los ámbitos de su vida cotidiana. Entre otras cosas, porque las jornadas de trabajo eran interminables y prácticamente no tenían tiempo para disfrutar de un mínimo de vida privada.
En esta línea, podemos decir que la actividad laboral con una finalidad econó­mica no constituye una acción humana dominante desde la antigüedad, como seña­la Gorz (1991). El predominio de la misma a escala planetaria, se inicia con la apa­rición del capitalismo industrial, cuyo origen lo encontramos en los últimos dece­nios del siglo XVIII. Durante la Edad Antigua, Media y Moderna, y también en las sociedades arcaicas actuales en las que no ha entrado de lleno el fenómeno del libre- mercado, se trabajaba bastante menos que en los inicios de la revolución industrial, cuando los horarios laborales se extendían a lo largo de catorce o dieciséis horas diarias. Las condiciones laborales eran de una dureza tan extrema, que durante los siglos XVIII y buena parte del XIX los empresarios tenían dificultades muy serias para que los trabajadores pudieran cumplir toda la jornada, ya que muchos caían exhaustos en el mismo puesto de trabajo.
Por lo tanto, podemos decir que el concepto que se tiene en el mundo anglo­sajón y en Europa central sobre la ética del trabajo y las sociedades del trabajo, apa­recen como términos relativamente recientes. Quizás lo más peculiar de las socie­dades en las que el trabajo es considerado un valor casi absoluto estriba en que éste se concibe como un deber moral, una obligación social y como la vía más directa hacia el éxito personal.
Nos encontramos, por consiguiente, ante un escenario nuevo en el que la explotación de unos individuos por otros, con el objetivo de la acumulación de capital, es la norma. Ante esta situación, tal y como indica Salinas Ramos (1991), aparece el sindicalismo que intenta dignificar las condiciones de vida de la mayoría de la población. Los primeros sindicatos aparecen en Londres hacia 1720, son las Trade Unions que más que la confrontación directa entre la patronal y los trabaja­dores, propiciaba unos espacios de colaboración mutua que mejoraran las condi­ciones de vida de los más desfavorecidos. No obstante, sólo con la buena voluntad no se ha conseguido casi nada y la lucha de clases ha sido la manera más efectiva de conseguir mejoras para los trabajadores en todos los ámbitos, desde el siglo XVIII hasta la actualidad.
Poco a poco se va favoreciendo un proceso de abandono progresivo de las actividades agrícolas y la emigración a las ciudades, las cuales van entrando cada vez más en situaciones de industrialización. Estos cambios empezaron a producirse en el Reino Unido y de manera gradual se fueron extendiendo por toda Europa central, modificando en estos últimos doscientos años la vida de todos los países occidentales. A partir de 1800 diversos países europeos, entre ellos Gran Bretaña, prohíben las organizaciones obreras y se producen enfrentamientos y destrucción de maquinaria en las empresas. Sin embargo, a partir de 1830 se apre­cia con claridad una proletarización de las sociedades occidentales y los sindicatos se van legalizando en muchos países, con lo cual la estrategia sindical va cambian­do y de la destrucción de máquinas y herramientas, se pasa a posturas de negocia­ción con las empresas y el Estado y el reconocimiento de la labor sindical, lo cual propicia, en algunos casos, incipientes logros en la lucha política, demandando el sufragio universal.
En este sentido, existen iniciativas de reconocimiento político de los trabaja­dores en el Reino Unido con la elaboración de programas concretos, como la Carta del Pueblo de 1838 que originó el movimiento carósta. Aunque esta iniciativa sólo se extendió durante diez años, porque hubo disensiones entre los líderes sindicales y resistencias políticas y empresariales que socavaron el trabajo de estas organiza­ciones. El movimiento sindical inglés sólo se reactivará a partir de la segunda mitad de la década de los cincuenta del siglo XIX, con la constitución de sindicatos gre­miales, como el de maquinistas, famoso por sus reivindicaciones.
En 1868 se funda el Trade Unions Congress, cuya misión estriba en coordinar los diferentes sindicatos que hay en el país y volver a trabajar en la esfera legislati­va y política, de cara a conseguir reformas sociales.
En Alemania y Francia, el movimiento obrero adquirió una conciencia social algo más tardía, debido a que los procesos industriales se habían retardado un poco más. Es a partir de las luchas durante la revolución de 1848, cuando las posiciones de los obreros y burgueses se vuelven equidistantes y se generan transformaciones significativas en la orientación de las reivindicaciones proletarias.

El despegue del sindicalismo y el nacimiento de las internacionales obreras. Durante la década de 1850 se va consolidando el sindicalismo en Europa y se producen fuertes conflictos sociales en los países centrales del continente. A partir de 1860 se empieza a reivindicar de forma clara, la necesidad de establecer jornadas laborales de ocho horas, como señala Sánchez Jiménez (1991). También se van estableciendo relaciones internacionales más sólidas constituyéndose la Asociación Internacional de Trabajadores en 1864. Además, el desarrollo ideológi­co se va extendiendo basado en tres escuelas de pensamiento: el proudhonianismo, el marxismo y el anarco-colectivismo, liderado por Bakunin, las cuales van a tener gran influencia en el ideario político de finales del siglo XIX.
La Primera Internacional aparece desde la Asociación Internacional de Trabajadores (A.I.T.) y propugna la solidaridad internacional entre los obreros del mundo. En este organismo destaca la figura de Marx que redacta el Manifiesto y los estatutos de la nueva entidad.
El Manifiesto marxista abogaba por la conquista del poder político, como manera de liberar al mundo obrero. Sin embargo, aparecieron dificultades entre Marx y Engels y los partidarios de las tesis bakuninistas. Las confrontaciones más dolorosas para el movimiento obrero se producen a partir de 1868, año en que Bakunin ingresa en la Primera Internacional, rompiéndose el consenso existente y apareciendo otra nueva internacional que fue disolviéndose lentamente. Esto con­llevó la ruptura del movimiento obrero europeo y aparecieron los partidos obreros estatales.
En España, esta ruptura dio origen a la aparición en 1879 de un partido obre­ro que se denominó Partido Democrático Socialista Obrero Español. Tenía corte marxista y luchaba por la abolición de las clases sociales. Más tarde, en 1888, se fundó un sindicato, la Unión General de Trabajadores que discernía la acción polí­tica de las reivindicaciones laborales.
En 1888 se celebra en París un Congreso Internacional Obrero, en el seno del cual se aprecian diferentes posturas ideológicas. La tendencia marxista del mismo configura la Segunda Internacional, que resaltaba la relevancia del internacionalis­mo obrero y la reivindicación de la jornada de ocho horas, así como declarar el día Io de Mayo, como día de lucha de la clase obrera. Esta Segunda Internacional se quebró con la I Guerra Mundial, ya que los trabajadores no habían sido capaces de imponer el internacionalismo y primaron los nacionalismos que tenían un carácter más burgués y excluyente. Sin embargo, en 1923, resurgió nuevamente pero se frac­cionó en diversas organizaciones, que ya no tuvieron la fuerza anterior.
Durante la Revolución Rusa, concretamente en 1919, Lenin favorece la cons­titución de una Tercera Internacional que perduró hasta 1943. Se la conoce como la Internacional Comunista y como señala Pérez Amorós (1991) provocó disensio­nes en el mundo obrero y algunas miembros de la misma se separan, creando en 1938 la IV Internacional que tuvo una vida efímera.
Al iniciarse la Segunda Guerra Mundial el mundo obrero olvida el internacio­nalismo y se repiten los esquemas de la I Guerra Mundial enfrentándose los obre­ros de los diferentes países.
La situación actual del sindicalismo. Una vez finalizada la II Guerra Mundial, el mundo obrero se va moderando, debido a la fuerza de los sindicatos y al desarrollo del estado del bienestar. El sindicalismo europeo se desenvuelve en el ámbito de una organización taylorista del trabajo, como señalan Rojo Torrecilla (1991). Durante el decenio de 1960, el mundo sindical estaba repartido entre la Federación Sindical Mundial, compuesta por los sindicatos de la URSS, democra­cias populares y sindicatos comunistas de países occidentales y la Confederación Internacional de Organizaciones Sindicales Libres, configurada por el sindicalismo norteamericano, las Trade Unions británicas y sindicatos socialistas europeos.
La lucha obrera se va transformando en negociación colectiva y la búsqueda del pleno empleo. Aunque hay algunas cotas de conflictividad entre los jóvenes obreros entre los años 1968 y 1973. Algunas acciones en las que colaboraron, pero ya dentro de otros movimientos sociales de mayor calado fueron: el Mayo del 68 en Francia, el otoño caliente de 1969 en Italia y las huelgas de mineros y portuarios ingleses entre 1972 y 1973. Sin embargo, a partir de 1973, y debido a la crisis energética, se generan transformaciones en los sistemas financieros de los países occidentales y la gran inflación existente, aminora la potencia del sindicalismo, por el pánico a perder puestos de trabajo. Estos cambios en el movimiento obrero y sin­dical y la irrupción de nuevos conflictos sociales, propician la articulación de unos nuevos movimientos sociales que manifiestan el malestar ciudadano y la indagación de nuevos caminos asociativos, emergiendo con enorme dinamismo los movimien­tos pacifistas, ecologistas, feministas y vecinales.
Hoy en día el espectro sindical se transforma ostensiblemente en toda Europa y, también, en España que ha tenido que soportar un duro proceso de reconversión industrial. De este modo, los sindicalistas de este sector han bajado, aunque se han incrementado los del sector servicios. Además, con la incorporación de las mujeres y los jóvenes al mundo laboral, la propia cultura sindical se está transformando y abriendo nuevos caminos que actualmente en los albores del siglo XXI aún no están muy definidos.

3.    LOS NUEVOS MOVIMIENTOS SOCIALES

Actualmente se conoce por esta denominación a una serie de organizaciones y asociaciones de carácter pacifista, ecologista, feminista, ciudadano, etc, que empe­zaron a proliferar a partir de 1960 y que han tenido, y siguen teniendo, un prota­gonismo social muy relevante en la sociedad.


3.1 El pacifismo
Los postulados de las organizaciones pacifistas se basan en la defensa de la paz, pero este término tiene una significación diferente según el punto de vista con el que se trate. En esta línea Jares (1994) señala que el concepto que se tiene de paz en todo el planeta, proviene de la mentalidad occidental que dimana del concepto de pax romana, que se basaba en la ausencia de conflictos bélicos entre los estados. Sin embargo, actualmente esta conceptualización es muy reduccionista y engañosa, por lo que el pensamiento colectivo se acerca más a la eliminación de la violencia, puesto que, en última instancia, la guerra es una forma de ejercer la violencia muy organizada y preparada.
Los estudios sobre la paz, señala Enríquez (1993), se profundizan durante el período de la guerra fría, de cara a concienciar a la población de la imperiosa nece­sidad de la paz y la convivencia entre todos. Las investigaciones para la paz son una actividad científica que se dirige a analizar las razones que originan la violencia en todas sus facetas e intentan proponer soluciones para acabar con la violencia, tal y como indica Rubio (1993). En un sentido similar, Pérez Serrano (1995) asegura que la paz es un deseo que tienen todos los seres humanos y que nadie se manifiesta contra la misma abiertamente, pero que desgraciadamente no es el modo de actuar normal en las relaciones entre las personas, los grupos e incluso los estados. Con lo cual hay una gran contradicción entre los deseos de muchas personas en todo el mundo y la realidad concreta del planeta.
Reflexiones similares a las anteriores realiza Galtung (1993) cuando afirma que uno de los peligros de la violencia estriba en que la misma se convierta en estruc­tural y se institucionalice, enraizándose en las personas de manera permanente. Porque considera que la violencia directa, aquella que se produce con una agresión física es perniciosa, pero igualmente, o más, lo es aquella otra más estructurada que provoca las injusticias sociales.
A lo largo de la historia el pacifismo ha tenido una evolución constante y según se haya desarrollado en el mundo oriental o en el occidental, la consideración de la paz ha sido diferente. De este modo, en oriente fueron apareciendo escuelas filosóficas que defendían la paz y la no violencia allá por el siglo VI a. de C., tales como, el jainismo y el budismo. El principio de la ahimsa (no-violencia) es obser­vado con estricta escrupulosidad entre los fieles que practicaban las religiones men­cionadas.
De forma paralela a la India, encontramos en China, sobre el siglo V a. de C., un movimiento pacifista que consideraba la paz como un estado natural del ser humano. Lao-Tse y Kung-Tse, conocido en occidente como Confucio, ahondan en este apostolado de la paz y lo transmiten a sus seguidores.
En la tradición hebrea, al Mesías se le nombraba como el Príncipe de la Paz. Sin embargo, en el mundo greco-romano el concepto de no-violencia no existe y lo que impera es la pax romana que implica la no agresión entre los estados. La apa­rición del cristianismo, y especialmente la presencia de Jesús de Nazaret como per­sonaje clave en el ámbito de la paz y el amor, facilita el inicio de un camino paci­fista y no violento en las relaciones humanas, aunque no entre los estados.
En el período medieval, personas como Francisco de Asís son un paradigma de paz y no violencia. Incluso en el mundo islámico que aparece en estos momen­tos históricos, se promulga la necesidad de que los fieles de Alá sean pacíficos.
En los albores de la Edad Moderna, aparecen autores que clamaban por la paz entre las personas, como Tomás Moro, Erasmo de Rotterdam, o el español Luis Vives. En las postrimerías de este período histórico, durante la Revolución Francesa se proclama la Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano. Sin embargo, es a partir del siglo XIX cuando los postulados pacifistas se difundirán con más fuerza. Es en esta época cuando el sindicalismo propugna la paz entre los trabajadores y la insumisión ante los conflictos bélicos.
En 1859 se fundó la primera Organización No Gubernamental (O.N.G.) que preconizaba denodadamente la paz. Nos referimos a la Cruz Roja. Pero es durante la primera mitad del siglo XX cuando las aportaciones de una gran figura de la paz y la no violencia, Mohandas Karamchand Gandhi, favorecen los procesos de cam­bio de mentalidad de una gran parte de la población mundial.
Su trabajo se extendió a lo largo de veinte años en Sudáfrica donde emigró como muchos hindúes y favoreció la aparición de grandes transformaciones socia­les que mejoraron la calidad de vida de los emigrantes y de la población autóctona del país. En 1914 volvió a la India y prosiguió su labor no violenta, por la mejora de las condiciones de vida de la población. El proceso que desencadenó su acción llevó a la independencia de la India y del estado separado de Pakistán en 1947. Por desgracia, su labor en beneficio de la paz fue truncada el 30 de enero de 1948, por un nacionalista hindú que le disparó causándole la muerte.
Es, también, en 1948 cuando se proclama la Declaración Universal de los Derechos Humanos que intenta proteger la vida y la integridad física de los seres humanos. Uno de los primeros derechos recogidos en este documento, es el de la pa2. Más tarde, en 1959, se proclamó la Declaración de los Derechos del Niño y en 1976 la Declaración Universal de los Derechos de los Pueblos.
A partir de 1960 aparecen los movimientos pacifistas tal y como los conoce­mos en la actualidad. En los Estados Unidos las luchas de las minorías negras por los derechos civiles, con su líder Martin Luther King como adalid de las reivindica­ciones no violentas, son un ejemplo de este movimiento. Por otro lado, la contes­tación ciudadana a la guerra de Vietnam y las acciones pacifistas que se generaron en torno a esto, son una buena medida de lo que sucedía en el país.
En 1961 aparece una organización pacifista de primer orden, Amnistía Internacional, como indican García, Pallarés y Tunilla (1991), debido a la condena que sufrieron unos estudiantes portugueses por brindar por la libertad.
A lo largo del decenio siguiente, siguen constituyéndose asociaciones y grupos pacifistas. En España se crea la Asociación Pro Derechos Humanos en 1976, que tiene entre sus finalidades la defensa de la paz, la justicia social y la libertad. En Andalucía la figura de Diamantino García Acosta, miembro de esta asociación y gran luchador por la justicia y la paz, perdurará durante mucho tiempo, incluso des­pués de su muerte acaecida en 1995 tras una penosa enfermedad.
En este decenio, y también durante los años ochenta, van apareciendo organi­zaciones pacifistas que además tienen un cariz solidario, tales como: Ayuda en Acción, Justicia y Paz, Asociación Andaluza por la Solidaridad y la Paz (ASPA), SODEPAZ, Movimiento de Objeción de Conciencia (MOC), Gesto por la Paz... En 1986 España se adhiere a la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN), los movimientos pacifistas españoles lucharon denodadamente por evitar esto y se produjeron movilizaciones sociales al respecto.
Una nueva contestación pacifista se produjo cuando estalló la guerra del Golfo en 1991, puesto que se realizaron manifestaciones, concentraciones ante las bases aéreas, se editaron boletines pacifistas, etc. En los últimos años, los movimientos pacifistas se encuentran en crisis, debido a causas de desorganización de los mis­mos, como indica Orellana (1996). Sin embargo, en relación con la población, se siguen manteniendo entre los jóvenes valores relacionados con la conciencia ecoló­gica, pacifista, solidaria, etc., como indica Fernández Palomares (1994), pero éstos no encuentran una articulación que configure organizaciones fuertes y coaligadas en este final de milenio, que conformen plataformas pacifistas en las que se sientan involucradas la ciudadanía. En este sentido, los valores democráticos relacionados con los movimientos sociales hacen pensar en propuestas políticas progresistas en el ámbito de los gobiernos que propiciaran un cauce casi natural a las mismas.

Los postulados pacifistas tienen actualmente más preponderancia desde los ámbitos educativos que desde los propios grupos pacifistas. Esta relevancia ya la percibía Vidal (1985) cuando aseveraba que la pedagogía de la no-violencia y la paz tiene un fuerte contenido de ideales que intentan abarcar todas las acciones educa­tivas. La educación para la paz durante la década que se inicia en 1990 se ha ido ensanchando y profundizando en la escuela, pero se ha ido obviando la referencia a una educación para el desarme, puesto que este término es más comprometido que el anterior, como señala Sáez Carreras (1996).
Educar para la paz es muy importante porque si todos fuéramos adquiriendo una conciencia pacifista, la humanidad se transformaría en este sentido, como indi­ca Rodríguez Rojo (1994). En esta misma línea, Ruiz Delgado (1996), señala que la educación para la paz debe darse de forma individual y también en los contextos en los que cada uno se desenvuelva.
En los últimos años, según señala Bailarín (1994), la educación para la paz ha tenido como finalidad concienciar a las personas en relación a las situaciones de violencia e injusticia con las que nos encontramos. Porque, además, tenemos una violencia estructural, como señala Fernández Herrería (1994), institucionalizada que se encuentra inserta en las estructuras mismas de nuestra sociedad. No obs­tante, para que la educación para la paz sea relevante, es necesario que ésta no sea sólo un concepto que se enseña en el aula, sino que, como señala López (1994), todos aprendamos a vivenciarla.
En suma, podemos indicar que los movimientos pacifistas están en un perio­do de cambio y reflexión intensa, en relación con sus objetivos y finalidades y con el mensaje específico que transmiten a la ciudadanía.
Vamos a analizar a continuación una asociación que defiende los postulados pacifistas y los aplica constantemente.

3.1.1 La Asociación Pro-Derechos Humanos de Andalucía (APDH-A).
Una asociación que se caracteriza por sus trabajos por la paz en el marco de los derechos humanos, es la Asociación Pro-Derechos Humanos de Andalucía (APDH-A).
Origen y evolución. El origen de la aparición de la APDH-A se debe a la necesidad de hacer factibles la defensa de la paz y los derechos humanos en Andalucía. El acto de constitución de la asociación se celebró en Sevilla el día 16 de noviembre de 1990, como indica Rodríguez Garzón (1999). La APDH-A ha ido extendiéndose por Andalucía y abriendo delegaciones en cada provincia y en dis­tintas comarcas, actualmente cuenta con 12 delegaciones.
Organización interna. La Delegación de Sevilla está estructurada de la siguiente forma: un delegado, un secretario, un tesorero, un representante de cada una de las comisiones de trabajo, un responsable del área de comunicación, un res­ponsable de economía y un responsable de divulgación y sensibilización. Objetivos. En cuanto a los objetivos de la misma son los siguientes. El objetivo general recoge la finalidad fundamental de defender los derechos humanos en todas sus vertientes y en todos los lugares, velando por el cumpli­miento de los ya proclamados y promoviendo el reconocimiento y garantía de los que todavía no estuvieran reconocidos.
En cuanto a los objetivos específicos:

Defender, apoyar y proclamar, difundir y desarrollar por todos los medios de expresión los derechos y libertades fundamentales proclamados por la Constitución española, nuestro Estatuto de autonomía y los reconocidos en la Declaración Universal de los Derechos Humanos y demás resoluciones den­tro de este espíritu de los organismos que en cualquier ámbito luchen en defensa de los derechos humanos. Favorecer la vida democrática y ciudadana con respecto a la Declaración Universal de los Derechos Humanos.

Alentar las actitudes en favor de la paz, la solidaridad y cooperación entre los hombres, mujeres y niños y niñas del mundo, sin hacer discriminación por motivos de ideas, sexo, nacionalidad o religión. Luchar contra toda forma de discriminación, exclusión, marginación e intolerancia.

Dar a conocer y difundir tales propósitos, mediante actividades de informa­ción, y de formación, a la colectividad ciudadana y desarrollarlos a través de cualquier medio de difusión pública (conferencias, publicaciones, seminarios, exposiciones, medios de comunicación, manifestaciones públicas...).

Intervenir en la consecución de los mismos utilizando las acciones y proce­dimientos legales o emprendiendo las actuaciones sociales a que hubiera lugar para el desarrollo, protección y restablecimiento de los derechos humanos dentro de su ámbito territorial. Entre estas actividades quedarán expresamen­te comprendidas todas aquellas que tengan como destinatarios a los colectivos sociales más desfavorecidos.

Participar en actuaciones de solidaridad internacional y de defensa de los derechos humanos cuando éstos se encuentren especialmente amenazados, por sí misma o en unión de otras asociaciones u organizaciones no guberna­mentales.

Para poder desarrollar estos objetivos la Delegación de Sevilla de la APDH-A se estructura en cinco grupos de trabajo: educación para la paz, cárceles, margina­ción, solidaridad internacional e inmigración.

El grupo de educación para la paz se organiza de la forma siguiente. La idea fundamental del grupo es la necesidad de profundizar permanentemente en la construcción de la paz, reforzando bastante la relación entre la paz y los derechos humanos. De este modo, entienden el concepto de paz desde el reconocimiento y ejercicio de los principios contenidos en la Declaración Universal de los Derechos Humanos. Por todo ello, la paz se encuentra íntimamente relacionada con el desa­rrollo de los valores humanos y con la necesidad de mantener actitudes que lo posi­biliten. Por lo cual, consideran la necesidad de potenciar desde el marco escolar y educativo valores como el respeto, la justicia, la solidaridad y la igualdad.
Los objetivos específicos que el grupo intenta llevar a cabo, son los que a con­tinuación señalamos:
-       Mantener una visión amplia de la paz, no como mera ausencia de guerra, sino en términos de autorrealización.
-       Potenciar el desarrollo de una conciencia global.
-       Favorecer la cooperación.
-       Fomentar la igualdad sexual, evitando la discriminación.
-       Propiciar la autoestima de la persona.
-       Provocar en todas las personas que se encuentran implicadas en el fenóme­no educativo, el descubrimiento de cuáles son sus propias posibilidades de actuar y analizar las mejores formas de intervenir en la resolución de conflictos.
-       Promover una educación para el desarme.

La concreción de los objetivos anteriores pueden formularse en objetivos ope­rativos, como señala Rodríguez Garzón (1999).
Darse a conocer en colegios, AA.PP.AA., y Centros de Profesores de Sevilla.
Elaborar un tríptico de difusión.
Desarrollar cursos específicos: educación para la paz, juegos cooperativos, resolución de conflictos, conocimiento de la realidad Norte-Sur.

Actividades. Las actividades que realiza la APDH-A en el marco de la paz son las siguientes:
Lectura y análisis de artículos seleccionados sobre este tema, con el objeto de aunar criterios entre todos.
Elaboración de un manifiesto de rechazo al intento de estimular el espíritu patriótico en los ámbitos escolares en beneficio del militarismo. Esta campaña se acompañó también con una recogida de firmas al respecto, al igual que con la entrega del manifiesto en muchos colegios sevillanos.
Puesta en marcha de un taller de teatro, una vez por semana, para visualizar el conflicto, aprender elementos que propicien la soltura personal frente al público y elaboración de pequeñas obras de teatro que se han orientado hacia sectores de la población que han mostrado interés por las mismas.
Taller de resolución de conflictos con dinámicas de grupo, un día a la sema­na, para favorecer el conocimiento interno de los participantes y la posible aplicación en futuros trabajos de grupo.
Charla-coloquio con el colectivo "Mujeres Progresistas 2000" en la localidad sevillana de San José de la Rinconada.
Representación de la obra de teatro "los opositores" en la Plaza del Salvador de Sevilla.
Participación en tertulias de radio, referidas al tema de la paz.
Participación en cuantas actividades y tareas son impulsadas desde la plata­forma antimilitarista de Sevilla, de la que forman parte.

Consideraciones finales. El trabajo que viene realizando la APDH-A está sirviendo para concienciar a sus miembros y a una parte de la comunidad sobre la problemática existente en relación a los derechos humanos y a la paz. Por otro lado, la labor cotidiana en la entidad está favoreciendo que las personas que participan en las mismas se vayan capacitando en estos temas tan necesarios en una sociedad democrática.
Por otra parte, esta entidad tiene un convenio de colaboración de prácticas con la Universidad de Sevilla, en virtud del cual alumnado de la Facultad de Ciencias de la Educación puede realizar prácticas en la institución y colaborar en todas las tare­as que lleva adelante la entidad. Esta colaboración les ha servido a muchos estu­diantes para conocer más de cerca la realidad asociativa de la ciudad y entrar en con­tacto con organizaciones vinculadas a los movimientos sociales que realizan una labor tan significativa en el seno de los mismos.

3.2 El ecologismo
El sentimiento ecológico implica una ética y una filosofía que se irradia a toda la sociedad y sirve de base a uno de los movimientos sociales más significa­tivos en la actualidad: el movimiento ecologista. Los postulados que defienden estas organizaciones radican en la defensa y reivindicación de la protección de los entornos ecológicos naturales que sufren agresiones constantes por parte de la sociedad tecnológica.
Los antecedentes del movimiento ecologista los encontramos en las socieda­des filantrópicas europeas y norteamericanas del siglo XIX. Pero no es hasta media­dos del siglo XX cuando aparecen unos movimientos ciudadanos que tienen una fuerte base ecológica que intentan acciones reivindicativas de carácter ecológico, interrelacionadas con otras más sociales y políticas.
En 1970 se constituye Greenpeace, organización ecologista muy conocida en todo el mundo, por sus acciones llevadas a cabo en todos los continentes con la intención de preservar el medio natural, como señala Dekkers (1992).
En 1972 se celebró en Estocolmo la primera Cumbre de la Tierra, convocada por la O.N.U., con la intención de mejorar los daños que ya se venían apreciando en la naturaleza a causa de las sociedades industriales y las demandas de materias primas que tenían que realizar al Tercer Mundo. Sin embargo, aunque la voluntad era considerable, las soluciones que se arbitraron fueron muy pocas. Pero, quizás lo más positivo fue la creación de algunos organismos internacionales dedicados a la defensa del medio ambiente. Estos organismos pusieron en marcha algunos pro­gramas internacionales para la defensa de la naturaleza, como señala Madueño (1996) y se acuñaron algunos términos muy utilizados actualmente como el de desarrollo sostenible, aunque, también, como señala Naredo (1996) otros términos como el de ecodesarrollo aparecieron en esos momentos y se fueron eliminando por parte de los poderes supranacionales que veían en el mismo cierta proclividad hacia la subversión.
También, gracias a esta primera Cumbre de la Tierra en algunos países occi­dentales se constituyeron ministerios de medio ambiente, con lo que los poderes públicos se implicaban en la tarea de la defensa de la naturaleza. Por otro lado, desde las instancias no gubernamentales empezaron a proliferar multitud de aso­ciaciones y hasta partidos políticos con ideología ecológica. Pero, todo esto no ha servido para mejorar el planeta y la situación de los espacios naturales es mucho peor en los albores de este nuevo milenio que hace veinticinco años, aspecto éste que ya señalaba Salinas (1996) hace algún tiempo.
A partir de 1980 los movimientos ecologistas se consolidan de forma clara, sobre todo en nuestro país, luchando por la mejora de la calidad de vida. En Alemania los verdes se convierten en una fuerza política y, además, de primer orden porque tienen un peso específico muy significativo en el parlamento y hasta en el gobierno germano. En nuestro país, miles de entidades lucharon con gran firmeza por conseguir que se parara la construcción de centrales nucleares y que se convir­tieran en parques naturales espacios destinados para campos de tiro del ejército, en esta línea, fúe famosa la lucha por Cabañeros ubicado en Castilla-La Mancha.
A partir de 1985, aproximadamente, los movimientos ecologistas tienen que luchar también contra otra situación que no era frecuente en nuestro país, se trata de la agricultura intensiva que se va incrementando con la entrada de España en la Comunidad Económica Europea en 1986. Este tipo de explotaciones consumen los recursos hídricos de zonas que, en ocasiones, los tienen escasos, como señala Fernández Durán (1996), tales como Almería o Huelva y que, además, producen contaminación en los acuíferos. Estas prácticas agrícolas han sido muy reprobadas por las organizaciones ecologistas y, sobre todo en Andalucía, por la Coordinadora Ecopacifista (CEPA).
Hoy en día, en los países que tienen un alto nivel de industrialización la con­taminación es lacerante, las aguas están infectadas por compuestos químicos, los suelos han perdido sus humus o se encuentran intoxicados por los fertilizantes, las construcciones en zonas costeras han deteriorado estos espacios, las reservas fores­tales se están agotando por la hiperexplotación, las lluvias ácidas polucionan todos los lugares en los que caen, los tremendos problemas que ocasionan los transpor­tes y lechos en los que se almacenan los residuos tóxicos, las ciudades se encuen­tran con unos niveles de contaminación tremendos a causa de los embotellamien­tos de tráfico y la contaminación del aire, etc. Además, en muchos países, pero sobre todo en los del Sur el desierto avanza a pasos agigantados, la tala incontrola­da de árboles es diaria, la erosión es constante y la inmigración a las ciudades per­manente, ubicándose estas personas en barrios construidos con materiales de desecho, en los que la ley que impera es la del más fuerte y las situaciones de enfer­medad y depauperación son frecuentes.
En otro orden de cosas, el ecosistema planetario se está fracturando con una rapidez inusitada. De este modo, desaparecen constantemente especies de animales, sobre todo invertebrados, y vegetales, los recursos naturales de todo tipo sufren una expoliación sin precedentes que está originando una serie de cambios en el clima sin parangón en la historia de nuestro planeta y por si todo esto fuera poco, estas accio­nes están contribuyendo decisivamente a la destrucción de la capa de ozono.
Ante toda esta problemática el movimiento ecologista está trabajando para despertar una conciencia crítica en la población, puesto que los ciudadanos pueden colaborar bastante para recuperar el equilibrio ecológico en el mundo. Por ejemplo, a través del reciclaje de basuras separando en origen los diversos materiales que la componen, aunque las instituciones públicas también deben de colaborar con esta tarea facilitando los medios adecuados para llevarla a cabo.
En 1992 se convocó una nueva Cumbre de la Tierra, debido al deterioro ambiental que se venía produciendo. Este encuentro internacional se realizó en Río de Janeiro (Brasil). Sin embargo, los problemas económicos que suponía el recorte en los grados de contaminación y la fuera de los países más ricos, que son los que más contaminan, no permitieron que los resultados de la Cumbre fueran muy satis­factorios.

Sin embargo, paralelamente a la Cumbre de Río, se constituyó un Foro Alternativo compuesto por organizaciones ecologistas que redactaron un manifies­to denominado Tratados del Foro Internacional de ONG's: Compromisos para el futuro, en el que se recogían las acciones que se deberían llevar a cabo para que la situación ecológica del planeta mejorara.
El trabajo que realizan estos foros alternativos, a esta Cumbre de Río, o a otros eventos gubernamentales es muy significativo, porque suelen redactar una serie de documentos previos que recogen las propuestas para el cambio y se debaten en las entidades que participan en los mismos. Quizás lo más preocupante de estas alter­nativas que se presentan, sea la aplicación de las mismas por parte de los gobiernos de los diferentes países, pero para esta labor es la propia ciudadanía de cada Estado la que debe reivindicar su aplicación.
En diciembre de 1997, concretamente entre los días 1 y 10, se celebró en Kioto (Japón) la Cumbre del Clima. Esta reunión sobre el cambio climático fue muy atacada por el movimiento ecologista que quería presionar para obtener mejores resultados. No fue así, y no se consiguió un acuerdo amplio de reducción de los gases que producen el efecto invernadero, sino sólo una pequeña disminu­ción de poco más del 5%, según indican W.AA (1998). Sin embargo, la Cumbre de Kioto, a pesar de todo, fue relativamente esperanzadora, porque jamás hasta ese momento, desde el inicio de la revolución industrial, se había alcanzado un com­promiso para reducir la contaminación en el planeta, aunque sólo fuera un poco. No obstante, es preciso seguir presionando a los países más contaminantes por­que la temperatura crece en nuestro planeta a razón de 0,7 grados por siglo, desde el siglo XVII, y la tasa de dióxido de carbono en la Tierra ha aumentado en el siglo XX un 25%.
A finales de abril de 1998 se produjo en Andalucía el mayor desastre ecológi­co acaecido en España en toda su historia. Se rompió la balsa que almacenaba los residuos de una mina de Aznalcollar en Sevilla y los mismos se desparramaron por toda la ribera del río Guadiamar, llegando a las puertas del Parque Nacional de Doñana, gracias a que no penetró en el recinto del mismo, el desastre ecológico no fue mayor. No obstante la dimensión de esta catástrofe ecológica fue inmensa, puesto que miles de hectáreas han quedado contaminadas para muchas décadas de metales pesados que se almacenaban en la balsa, tales como mercurio, cadmio...
El trabajo que el movimiento ecologista desarrolló para informar a la pobla­ción y concienciar a todos de la magnitud de la tragedia fue digna de todo elogio. Todas las organizaciones ecologistas andaluzas, bastantes estatales y algunas inter­nacionales se hicieron eco de la noticia de la rotura de la balsa y trabajaron deno­dadamente para que los organismos públicos paliaran con rapidez los efectos de esta destrucción masiva de la fauna y flora del valle del Guadiamar. Se editaron boletines informativos, se pusieron en marcha campañas de comunicación y toda una batería de acciones que propiciaron el desarrollo de una conciencia ecológica en relación a este asunto.
Actualmente el movimiento ecologista sigue reivindicando con fuerza que se potencien los controles sobre las balsas mineras repartidas por toda España, ya que la que nos ocupa se reparó y la mina, que estuvo un año cerrada, se reabrió y los residuos se siguen almacenando en la misma balsa que se rompió. Esperemos que los poderes públicos revisen a fondo, y constantemente, estas ins­talaciones, para que no tengamos que lamentar nuevamente una rotura de una balsa minera y se vuelvan a repetir las imágenes dantescas que conmovieron a la población durante 1998.
En suma, podemos decir que el movimiento ecologista tiene mucho que decir en la situación actual del planeta y en cuanto al deterioro constante del mismo, por lo cual la concienciación de la ciudadanía es fundamental, para que las alternativas que puedan elaborarse por parte de las instituciones y organizaciones que configu­ran estas plataformas, puedan ser acogidas por los gobiernos y aplicadas en sus territorios de forma rápida antes de que sea demasiado tarde.

3.3 El feminismo
El movimiento feminista aparece como contrapunto a la situación discrimina­toria que ha venido sufriendo la mujer a lo largo de la historia en casi todas las sociedades humanas. Por tanto, señala Acker (1995) que el feminismo es un movi­miento que se opone a todas estas injusticias.
Las teorías feministas propugnan postulados específicos relacionados con cuestiones de género. Sobre todo, con los problemas que se generan en ios temas de subordinación de las mujeres a los hombres. Sin embargo, existen críticas por parte de diversos sectores a estas teorías, ya que se considera que el movimiento feminista ha estado, tradicionalmente, demasiado centrado en la problemática de la mujer blanca occidental y, actualmente, los problemas de género se han universalizado y la problemática de todas las mujeres hay que asumirlas por igual, lo que con­lleva un cambio de rumbo en las propuestas ideológicas del feminismo contem­poráneo de este fin de milenio.
Las ideas feministas empiezan a surgir a comienzos del siglo XVIII y van muy parejas con el inicio de la Revolución Industrial. Fue en Gran Bretaña donde empe­zaron a cristalizar estas ideas, en base a las reflexiones de mujeres de la aristocracia y la burguesía tales como: Mary Astell, Lady Mary Montagu o Catherine Macaulay.
En el continente, concretamente en Francia a mediados de siglo surge la figura de una mujer ejemplar Poulain de la Barre que escribió obras relativas a la igualdad de los sexos y, también, en nuestro país, a finales de siglo, Inés Joyes publicó su Apología de las mujeres, un tratado en el que se realiza una defensa de género muy significativa para la época.
Sin embargo, todas las tratadistas sobre estos temas aseguran que una de las mujeres más representativas en la lucha por las libertades femeninas y por el dere­cho igualitario de la mujer a la educación fue la inglesa Mary Wollstonecraft. Esta mujer pertenecía a la burguesía y aunque murió muy joven, pues sólo vivió treinta y ocho años, su contribución al feminismo fue de una relevancia inusitada. Quizás su obra más famosa, en la que expone sus propuestas relativas al protagonismo de la mujer, fue Vindicación de los derechos de la mujer.
Pero quizás una de las mujeres más representativas de la segunda mitad del siglo XVIII y que más luchó por los derechos de la mujer, aunque muy centrados en la clase burguesa a la que pertenecía, fue la británica Mary Wollstonecraft. La biografía de esta entusiasta mujer, que sólo vivió treinta y ocho años, es apasionan­te. Una de sus obras más famosas es Vindicación de los Derechos de la Mujer; obra en la que relata sus ideas en torno al protagonismo de la mujer.
A finales del siglo XVIII el mundo está convulso, encontramos enormes trans­formaciones políticas, como la Revolución Francesa, la independencia de las colo­nias norteamericanas; económicas, como la Revolución Industrial y el desarrollo del capitalismo; sociales, como la inmigración del campo a la ciudad en los países euro­peos, o la emigración a América, Asia, Africa y Oceanía (sobre todo a Australia) de millones de europeos; ideológicas, como la aparición del liberalismo asociado a una nueva clase social, la burguesía, etc. Es decir, los cambios son trascendentales y los mismos afectan también a la mujer, puesto que el ideario liberal propicia tímida­mente la igualdad entre los sexos y esta situación es aprovechada por las mujeres para abrir una brecha cada vez mayor en este terreno.
Pero, el liberalismo también asumía muy claramente el papel de establecer roles sociales que clarificaban con demasiada crudeza las distinciones entre la iden­tidad social de los hombres que se articulaba mediante lo público y la de las muje­res que se realzaba mediante lo privado. Además, el liberalismo establecía una sepa­ración genérica y sexual que implicaba funciones y acciones sociales, e incluso emo­cionales, diferentes para lo masculino y lo femenino.
En Gran Bretaña a lo largo del siglo XVIII la educación se convirtió en un ins­trumento para la reforma social y en relación al mismo se fue configurando la con­ciencia de la clase media del Reino Unido. En este marco se llevaron a cabo intere­santísimos debates sobre el papel de la mujer en la educación y en la nueva sociedad. De este modo, a finales de siglo la discusión se centraba en hasta qué punto la educación de la mujer podía ser distinta o no a la del hombre.
La tratadista Mary Wollstonecraft se nos presenta como una mujer que repre­senta los ideales del esfuerzo individual relacionados con una clase media que subía peldaños en la sociedad, como nos señala Burdiel (1994), en contraposición a los privilegios obtenidos por herencia. Su aportación más significativa se centra en hacer ver a la sociedad que el nuevo orden mundial y el cambio de un Antiguo Régimen a una nueva manera de entender el mundo no puede ser total, si no se tiene en cuenta que hay que reflexionar sobre el rol tradicional que había desem­peñado la mujer hasta esos momentos.
A principios del siglo XIX el feminismo se fue desarrollando pero aún no con­taba con una teoría política en la que basarse. Incluso la reivindicación de la representatividad política en los órganos de decisión del Estado queda muy lejos. Es más, en el Reino Unido el debate sobre el derecho al voto de las mujeres, en el seno del movimiento feminista no fue un argumento central hasta el último tercio del siglo.
Pero, el feminismo organizado conscientemente y estructurado de forma clara, no aparece en Europa sino en los Estados Unidos sobre 1830, según indica Elejabeitia (1993), con objeto de defender el antiesclavismo. Durante los próximos treinta años el movimiento feminista norteamericano luchará por la abolición de la esclavitud, pero también por la emancipación económica de las mujeres que se con­vertirá a la postre en el centro de las reivindicaciones feministas en todo el país. En 1868 la reivindicación del voto femenino propicia la constitución de la primera aso­ciación sufragista.
Un movimiento feminista de carácter estructurado y organizado aparece en el Reino Unido hacia 1850. En Francia, sobre 1870. En España, no aparece hasta principios del siglo XX. También en los albores del siglo XX las columnas en los periódicos y las obras de Virginia Wolf y Rebecca West pedían el apoyo para el movimiento sufragista. Con estas reivindicaciones, además, se trataba de hacer ver a la población que las mujeres occidentales estaban muy insatisfechas con el rol social asignado por su género y, también, el destino social que tenían de estar reclui­das en casa.
El movimiento feminista en Gran Bretaña consiguió el voto femenino duran­te el primer tercio del siglo XX y, además, consiguió mejoras en el acceso de las mujeres a todos los niveles educativos. Una vez conseguido el derecho a voto para la mujer en el Reino Unido, todas las feministas europeas siguieron reivindicando este derecho y el mismo se fue consiguiendo poco a poco en todos los países occi­dentales. En España esta consecución se demoró bastante más, porque el movi­miento sufragista español no se consolida hasta la constitución de la Asociación Nacional de Mujeres Españolas en 1918 y no es hasta el período de la Dictadura de Primo de Rivera (1923-29) cuando se avanza un poco, consiguiéndose el voto de las mujeres solteras o Mudas mayores de edad. Sin embargo, cuando la mujer obtiene el pleno derecho al voto igual que los hombres es durante la II República.
Durante la primera mitad del siglo XX, el movimiento feminista tuvo grandes influencias ideológicas del socialismo y del comunismo. De este modo, relevantes feministas eran, a la vez, miembros de formaciones socialistas, tales como: Ana Ma Mozzoni, Olaras Zetkin, Emiliana Mariani... Podemos señalar el error histórico que ha supuesto durante mucho tiempo que los partidos de izquierda no hayan com­prendido en su totalidad, la relevancia del movimiento feminista y lo hayan consi­derado como un conjunto de organizaciones burguesas alejadas de los intereses de los trabajadores.
No obstante, el movimiento feminista se desarrolló muchísimo, al igual que otros movimientos sociales, a partir de 1960 y tuvo una relevancia significativa a comienzos de la década de los setenta del siglo XX, como indica Hidalgo (1995). En este período las feministas lucharon sobre todo en Norteamérica, Europa Occidental y Australia por los derechos civiles de las mujeres, por la igualdad de oportunidades en el ámbito educativo y laboral y la mejora general de las condicio­nes de vida de la mujer en el mundo.
Durante este periodo encontramos tres corrientes de pensamiento en el movi­miento feminista que se van a perpetuar hasta la actualidad, las mismas son: el femi­nismo libera], el socialista y el radical. El objetivo fundamental del feminismo libe­ral es conseguir la igualdad entre los sexos, intentan eliminar las barreras que constriñen a las mujeres tanto en el ámbito académico, laboral, social, etc. Igualmente, luchan por erradicar la discriminación sexual existente en la sociedad.
La tendencia feminista de carácter socialista la encontramos en los países occi­dentales e intenta suprimir la opresión que sufren las mujeres, con lo cual esta corriente de pensamiento orienta sus acciones hacia el marco de la economía y la familia. Su trabajo ha girado bastante en crear las bases para no perpetuar la repro­ducción social que finalmente culmina con la división de género y social del traba­jo en el ámbito familiar, académico y el mundo laboral y de la empresa.
La corriente feminista radical propugna una transformación básica en la socie­dad que suprima la supremacía del hombre y los sistemas patriarcales, consideran­do éstos como unas estructuras en las que el grupo dominante es el masculino. El objetivo final del feminismo radical la eliminación del género como una situación real de opresión que se produce en la sociedad.
A partir de 1980, las feministas intentaron, y consiguieron en muchos casos, modificar la legislación sobre diferentes situaciones que atañen expresamente a las mujeres, tales como el control de la propia sexualidad, el acceso a diversas profe­siones -vetadas anteriormente-, competencias igualitarias en las altas instancias de la administración del Estado, etc. Este trabajo de carácter político fue parejo a la difusión de las ideas de la mujer relativas a su creatividad, sexualidad, rol social..., y al desarrollo en la cultora occidental del papel de la mujer en la economía, las artes, la técnica, la política...
Algunos movimientos de mujeres muy significativos en sus países han conse­guido mejoras que han supuesto una toma de conciencia clara no sólo para el colec­tivo de mujeres, sino para toda la sociedad, ante situaciones lacerantes y opresoras. En este sentido, el movimiento de las Madres de la Plaza de Mayo que se organiza en Argentina a raíz de la irrupción de la dictadura en 1976, con el objeto de cono­cer el paradero de sus hijos que los habían hecho desaparecer los miembros de las fuerzas armadas del país. Con el paso del tiempo este movimiento se cohesionó y se expandió y actualmente trata multitud de problemas relacionados con los dere­chos humanos dentro y fuera de Argentina, prestando una especial atención a la situación de las mujeres de los países empobrecidos.
En esta misma línea, en Colombia a partir de 1983 el movimiento feminista, junto con otros movimientos sociales, como señala Pabón (1999), presionó fuerte­mente al gobierno para propiciar un cambio constitucional que derogara la antigua Constitución de 1886 y se promulgara una nueva en la que se recogieran los dere­chos de toda la sociedad, pero especialmente de las mujeres. Este trabajo fructificó con la promulgación de la nueva Constitución de 1991.
La educación y el papel que ésta tiene en la consolidación y distribución de los roles de género, ha sido siempre un factor que el movimiento feminista ha consi­derado con interés, como señala Acker (1995). Durante los años setenta del siglo XX, miembros del movimiento feminista escriben mucho sobre la importancia de la educación para analizar los roles sexuales, ya que se consideraba que muchos de ellos se transmitían a través de procesos de enseñanza realizados en la escuela. Además, se hacen estudios sobre cómo la mujer tiene una relevancia trascendente como formadora en el periodo de la educación infantil y primaria, pero cómo la presencia de la mujer, tanto como estudiante y como docente, va decreciendo en los espacios educativos formales a medida que se eleva el nivel académico. Esta situación en los albores de un nuevo milenio está cambiando progresivamente y, por ejemplo en la universidad española, hay actualmente más mujeres estudiando que hombres, lo que es necesario analizar sería los estudios que realizan las muje­res y la preponderancia social de aquellos en los que éstas son más numerosas.

El movimiento feminista también ha aprovechado los eventos internacionales para difundir sus propuestas. En este sentido, en 1995 se celebró en Pekín la Conferencia Mundial de la Mujer a la que acudieron mujeres de todo el mundo representantes de sus respectivos gobiernos. Las conclusiones de la Conferencia tuvieron una valoración muy positiva, porque se asumía la inquietud de los gobier­nos del mundo, por los problemas de participación y emancipación social de las mujeres. Pues bien, paralelamente a los trabajos de esta Conferencia se celebró un Foro Alternativo de mujeres venidas de todo el mundo, representantes de miles de ONG's que con sus propuestas hicieron ver al mundo, la tremenda discriminación que sufren la mayoría de las mujeres del planeta, sobre todo las que viven en los países empobrecidos. Este Foro ha sido el encuentro internacional con mayor pre­sencia del movimiento feminista hasta la actualidad.
El movimiento feminista en Andalucía ha estado vertebrado por unas organi­zaciones muy reivindicativas, pero con una presencia social no tan relevante como hubiera sido necesario, teniendo en cuenta las actividades que han venido realizan­do en los últimos años. Algunas organizaciones significativas son: el movimiento democrático de mujeres con mayor presencia en la parte oriental de nuestra Comunidad. La Asociación Democrática de la Mujer Andaluza: Mariana Pineda que se fundó en 1976 y ha llevado a cabo múltiples acciones reivindicativas dirigi­das a la igualdad de oportunidades para la mujer, la mejora de las condiciones de trabajo, etc. Existen diversas asociaciones de mujeres universitarias y, también, gru­pos feministas radicales, algunos de ellos como el ubicado en Córdoba ha tenido tradicionalmente un reconocimiento social apreciable en esta ciudad, debido a las acciones reivindicativas que ha llevado a cabo. Finalmente, señalar la Plataforma Gav-Lesbiana que agrupa a personas que tienen tendencias homosexuales de ambos sexos y que realizan muchas actividades relacionadas con el rol de género en nuestra sociedad.
Es preciso resaltar la transcendencia que tienen actualmente los movimientos sociales reseñados, debido a la enorme contribución social que han venido reali­zando en los últimos años en Andalucía, aunque su trabajo haya tenido luces y sombras, teniendo en cuenta las fluctuaciones participativas que podemos encon­trarnos en los movimientos sociales. No obstante, constituyen un acicate para que todos tomemos conciencia de la necesidad de implicarnos en nuestro entorno y reivindiquemos mejoras para el mismo, porque todos somos responsables de la supervivencia de nuestro planeta y de que las personas que habitamos en el mismo vivamos en igualdad de condiciones y respetando los derechos humanos y de los

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