8 DIC 2015 - 18:00 COT
Lo saben todo sobre
usted
Incontables cámaras de
vigilancia escrutan sus movimientos. Ordenadores de capacidades descomunales
rastrean sus huellas en la Red
Entramos en un
universo controlado por ‘hackers’, Gobiernos, empresas y traficantes de datos.
Un paso más hacia el cumplimiento de la profecía orwelliana
Luis Miguel Ariza
Es española, de mediana edad. Se levanta a las siete de la
mañana. Activa su teléfono móvil para comprobar el correo electrónico. Las
luces de un servidor parpadean a kilómetros de su casa. Mientras lee las
noticias en su tableta, navega por Internet y apura su taza de café, otro disco
duro registra cada clic en sus tripas informáticas. Los algoritmos de Google
–cuyo navegador es el más usado en el mundo– registran cada migaja de
información en sus máquinas: qué páginas ha visto o leído y a qué hora exacta,
qué videos ha visionado, dónde se encuentra la usuaria. Nuestra protagonista
tiene una presentación en la oficina y repasa el último borrador en su flamante
iPhone. Una copia se almacena automáticamente en la nube. La nube no es algo
etéreo: miles y miles de servidores se apilan en armarios descomunales. Discos
duros refrigerados dibujan pasillos larguísimos en funcionamiento
ininterrumpido dentro de búnkeres a prueba de terremotos y envueltos en un
monocorde ruido que rompe el silencio.
Más rutina diaria. Subir una foto en Facebook. Responder a
un tuit. Ir en el coche al trabajo. Cerrar una reserva en el restaurante
mediante una aplicación y enviar un mensaje para cuadrar la cita con otros
comensales. El GPS del móvil rastrea la localización cada segundo. Otra
aplicación hace que un servidor conozca los teléfonos móviles de todos sus
contactos de chat. El móvil escupe sugerencias sobre otras personas a las que
conocer. Un poco de deporte antes de ir al trabajo permitirá que la cinta wifi
atada a la muñeca transmita al móvil el número de pasos, pulsaciones, el ritmo
cardiaco y la temperatura de su piel, memorizados en otra máquina. Su teléfono
sabe dónde está con un margen de error de menos de un metro. Lo mismo ocurre
con los comensales del almuerzo.
El mundo totalitario de Winston Smith, protagonista de 1984,
se caracterizaba por una lucha por proteger la privacidad. Las violaciones
personales eran constantes. La telepantalla vigilaba sus movimientos durante
las 24 horas. Uno no estaba seguro de si lo escuchaban y debía actuar como si
lo hicieran. Cualquiera podría ser el observador que lo llevara a la cárcel, al
dolor o a la muerte en nombre del partido. No bastaba con fingir. Había que
actuar de manera convincente para impedir que los ojos te descubrieran,
reaccionar como los demás. La vigilancia era tan intensa que los padres temían
que sus hijos les delatasen. Cualquier desviación de la rutina, como llegar al
trabajo con los dedos un poco manchados de tinta, despertaba suspicacias acerca
de si ese fulano estaba escribiendo, qué hacía y por qué.
El salto hasta 2015 desde la distopía de la sociedad de
1984, de George Orwell, repleta de recursos increíbles para la vigilancia, nos
zambulle en un mundo extraño y contradictorio. Los flujos de información van y
vienen, invisibles por el aire, y quedan almacenados en cascadas de servidores.