Antonio Camacho Herrera Doctor en Filosofía y Ciencias de la Educación. Profesor Universidad de Sevilla
Uno de los movimientos más genuinos de los movimientos sociales es el ciudadano. Este se compone de asociaciones que tienen en la participación su máxima pretensión. Constituye un factor básico para el sostenimiento de la democracia, puesto que mediante el mismo se genera una integración y articulación muy eficiente de la población en el marco político y social. Mengod (1992) señala que nos encontramos ante un movimiento de base, pluralista y unitario que debe inscribirse en una sociedad justa y solidaria, sin que se produzcan discriminaciones, ni exclusiones.
La conceptualización de movimiento ciudadano tiene significados diversos. Indica Galán (1992) que el origen del mismo se puede encontrar en los ciclos de manifestaciones del proletariado que ha tenido altos y bajos y momentos de movilización específicos. Nos situamos ante unos movimientos en los que participan diferentes clases sociales y que están articulados en torno a finalidades de carácter civil. Bastantes personas que pertenecen a este movimiento, provienen de segmentos sociales que debido a la situación de crisis económica se encuentran al margen del mercado de trabajo y de los sistemas de protección social, lo que implica un recrudecimiento de acciones cuando las situaciones empeoran ostensiblemente.
También hay quien considera que son los diferentes ambientes los que propician el surgimiento del movimiento ciudadano, por lo que solamente se pueden tener en cuenta como tales, si las medidas de fuerza que propugnan son capaces de transformar la situación de una comunidad, sociedad o el propio Estado, en materias tales como: urbanismo, vivienda, infraestructuras, desigualdades sociales, etc.
En España, el movimiento ciudadano se inició en zonas excluidas y se propagó de forma rápida hacia barriadas populares con una situación infraestructural más idónea y a sectores más interclasistas, en los que se solicitaba una distribución más ecuánime del espacio y de la vivienda, favoreciendo la expansión de la participación y la democracia. Estos primeros movimientos ciudadanos tenían una raigambre común: el territorio. Las personas que participaron en ellos, pusieron en marcha acciones tendentes a la consecución de viviendas, transportes, educación, sanidad, etc. Además, se organizaron de forma que agruparon a personas pertenecientes a diferentes clases sociales y vincularon a sus acciones a profesionales y técnicos cualificados, facilitaron el acercamiento a los medios de comunicación y, también, a los partidos políticos, con lo cual se consolidó un conglomerado reivindicativo muy importante que luchaba por la democracia y la libertad.
Los movimientos ciudadanos actuales tienen una corta historia. Aparecen en todo el mundo a partir de los años sesenta del siglo XX, aunque tienen una tradición más antigua que, en algunos casos, podemos encontrar antecedentes en los últimos años de la Edad Media. De este modo en el norte y centro de Europa podemos encontrarnos con varios modelos de movimientos urbanos y ciudadanos. Durante los años sesenta algunos grupos pusieron en marcha luchas y guerrillas urbanas que tenían una orientación cercana a los colectivos y partidos de extrema izquierda, que fueron degenerando en acciones de carácter terrorista que ya están muy alejadas de los postulados del movimiento ciudadano. Otro ejemplo a considerar, lo constituyen los movimientos ciudadanos que reivindicaban la revitalización de la democracia de base, de los poderes locales, de las acciones tendentes a la optimización del medio ambiente, lo cual ha llevado incluso a nuevas maneras de trabajar entre los colectivos verdes y los partidos de corte ecologista.
En países como los Estados Unidos los colectivos urbanos y los nuevos movimientos sociales, que estaban configurados por grupos de negros, hispanos, homosexuales, etc., han llevado a cabo acciones unitarias en ciertos casos, pero no han podido articular propuestas políticas de carácter global. A nivel local, en determinados barrios de algunas ciudades, como Brooklyn en New York, han sido los propios poderes públicos los que han apoyado iniciativas de determinadas comunidades, como la negra en este caso, propiciándose una mejora de la organización comunitaria y un fomento del asociacionismo, favoreciendo que determinados líderes del barrio trasladaran su acción a la arena política y defendieran las propuestas generadas en su sector social. Otro ejemplo, lo encontramos en Canadá donde los movimientos ciudadanos se han transformado bastante, ya que el elevar sus propuestas a los poderes públicos, ha originado transformaciones concretas en las políticas sociales que se estaban implementando, aunque sólo en determinadas situaciones y diversos aspectos específicos. Con lo cual, podemos decir que las acciones gubernamentales globales no se han generalizado para toda la población.
En algunos lugares de la zona austral africana, los movimientos ciudadanos han favorecido un acercamiento entre las comunidades autóctonas de los países y los gobiernos y han logrado unificar en cierta manera, las tradiciones locales con las exigencias que tiene un estado moderno en la actualidad. Además, hay que reseñar que su forma de proceder ha servido como agente de socialización para los comportamientos políticos modernos, que no han tenido que marginalizar, ni destruir, la cultura tradicional del país, sino integrarla en un todo sincrético en el que se aúnan lo tradicional y lo moderno. Este equilibrio que se ha venido manteniendo, no sin esfuerzo, durante los años noventa del siglo XX, se está rompiendo paulatinamente en Zimbabwe, actualmente en el año 2000, debido a la presión que está ejerciendo el gobierno del país, de mayoría negra, contra los blancos que todavía viven en el mismo y que decidieron quedarse allí después de las guerras raciales de 1980.