(Capitulo VI del texto: “El desarrollo local como espacio
para la educación ciudadana”)
Pedro Gallardo Vásquez
Doctor en Filosofía y Ciencias de la Educación
Profesor Universidad de Sevilla
Sofía del Coral Ruiz
Coautora.
La capacidad de organización que tiene una comunidad constituye uno de los aspectos más significativos para el análisis de la misma y esto nos orienta de manera directa al estudio de las redes sociales que la configuran. Conocer la importancia y vitalidad de estas redes, nos facilitará pistas, para conocer las interacciones sociales que se generan dentro del espacio comunitario. Por otro lado, estos análisis nos permiten conocer la naturaleza de los vínculos que surgen entre los distintos actores sociales en sus propios escenarios comunitarios.
La educación popular contribuye sobremanera a la configuración, consolidación y desarrollo de estas redes sociales, porque la misma no se entendería si no propicia el establecimiento de tramas sociales y la puesta en marcha de relaciones humanas tendentes a la mejora de la calidad de vida.
6.3.1. Las conexiones del tejido social: las redes en la sociedad
Diferentes autores, entre ellos Radcliffe-Brown (1952: 190), han entendido tradicionalmente que en los análisis de las redes sociales debe utilizarse la terminología sobre las mismas en un sentido muy amplio, señalando los conjuntos de relaciones que se llevan a cabo dentro de un sistema social. Pero, como afirma Requena (1989: 138), estos estudios fueron evolucionando desde la década de los cincuenta del pasado siglo, en la que se utilizó el concepto de red social con bastante rigor, hasta la década de los setenta donde el análisis de redes cobró mayor interés dentro de disciplinas como la sociología o la antropología y se iniciaron, sobre todo en el ámbito anglosajón, en numerosas universidades estudios sobre los análisis de redes sociales. Por otra parte, se fueron centrando más en el estudio del comportamiento de grupos, generalmente reducidos, de actores implicados en un amplio abanico de situaciones sociales diferenciadas.
En los años ochenta del siglo XX, se produjo una consolidación del estudio de redes, favorecidos por el desarrollo de los modelos sistémicos y ecológicos y la consiguiente comprensión psicosocial de las personas humanas. También, han contribuido al interés por estos estudios, las abundantes líneas sobre apoyo social desarrolladas en la última década, por disciplinas, tales como: la psicología y el trabajo social.
Los estudios relacionados con las redes se inician y desarrollan a partir de los trabajos de tres antropólogos británicos: J.A. Barnes, E. Bott y J.C. Mitchell. El concepto, propiamente dicho, de red social lo introdujo Barnes (1954: 43) en un estudio que realizó sobre los habitantes de una isla de pescadores en Noruega. En este trabajo se analizaban las relaciones personales, ya fueran de parentesco o de amistad, que se originaban entre los miembros de aquella comunidad insular.
De una manera gráfica podemos mostrar la red y describirla como un conjunto de puntos, algunos de los cuales los encontramos enlazados por una serie de líneas. Estos puntos pueden ser personas, consideradas individualmente, grupos, en algunas ocasiones, los cuales pueden tener un carácter institucional o no, es decir, pueden constituir una entidad o asociación. Las líneas van mostrando las personas o los grupos que se encuentran en una interacción social. Considerando la red de una manera analítica, describir como personas o grupos a los nudos de la red, implica que entre ellos los vínculos que existen, cumplen una serie de propiedades que repercuten sobre los diferentes aspectos de las relaciones sociales entre los actores de la red.
Una vez descrito lo anterior, podemos señalar que las redes, por consiguiente, constituyen un espacio social compuesto por relaciones entre diferentes personas. El sentido de estas relaciones viene configurado desde criterios específicos, tales como, la vecindad o la amistad, el parentesco, las actividades económicas y comerciales... Dentro de un determinado contexto social cada persona mantiene relaciones con un conjunto de sujetos, estos sujetos, a su vez, interaccionan con otros grupos, con lo cual se va extendiendo la red.
Luque (1995: 143) afirma que el concepto de red social empleado por Barnes, se aproxima a la teoría matemática de los grafos. De acuerdo con los postulados de esta teoría, se denomina red a un conjunto de puntos enlazados por un conjunto de líneas. Esta teoría matemática de los grafos no se reduce al estudio de redes finitas, sin embargo, en los ámbitos de la sociología o la antropología se suele trabajar con grupos limitados de personas y a partir de las relaciones que se establecen entre las mismas. Entre dos puntos podemos encontrar múltiples tipos de relaciones representadas por grafismos diferentes, estos multigrafos se utilizan cuando dos puntos se encuentran relacionados con más de un vínculo de diferente naturaleza. No obstante, como señala Rodríguez-Villasante (1998b: 90), el análisis de redes es bastante más productivo en las estrategias constructivas y participativas de la realidad social.
Una apreciación que es digna de tener en consideración en la red social, es la posición que ocupa un actor social dentro de la estructura de red. No todas las posiciones son iguales, ni tan siquiera equivalentes. En referencia a la posición que ocupe un actor determinado, vendrá definida la mayor o menor posibilidad de acción que se le reconozca. Tomando en consideración la estructura de los grafos se pueden distinguir, a priori, dos niveles de posiciones: posiciones centrales y posiciones periféricas, aunque los conceptos de periferia y centralidad son relativos entre sí. Por este motivo, sería conveniente tratar sobre posiciones más o menos centrales y posiciones más o menos periféricas en función de la localización del resto de los actores de la red.
Una posición es más central o más periférica, respectivamente, en virtud del aumento o disminución del número de puntos adyacentes a una posición dada. De este modo, la centralidad, tanto de una posición concreta como de una red en su conjunto, es susceptible de ser cuantificada. El concepto de posición es muy importante por dos motivos: por un lado, porque facilita la simplificación del análisis a medida que aumenta el nivel de complejidad de la red; y, por otro, porque ha demostrado ser un elemento fundamental en la conducta de los actores que participan en las redes de intercambio, porque en cierta forma determina el grado de autonomía o dependencia de un actor respecto a los demás. Las posiciones de los actores en una red social determinan la estructura de oportunidad de un actor, respecto a la facilidad de acceder a los recursos de otros actores en la red.
Durante las décadas de los cincuenta y sesenta del siglo XX, diversos autores han utilizado los estudios de redes, para el desarrollo de sus investigaciones. En este sentido, Bott (1990) manejó elementos de las redes sociales, en un estudio que realizó sobre las familias londinenses de clase obrera y que publicó en 1957. En la obra que escribió, generada de estos estudios, analizó diferentes modalidades de relaciones conyugales entre marido y mujer, a partir de los papeles sociales diferenciados que éstos realizaban.
Uno de estos autores que trabajó a fondo los estudios de redes fue Mitchell (1969: 4). Considera que la utilidad de los estudios de redes no debe basarse en las cualidades de las personas implicadas en la red, sino más bien en las características de los vínculos que se generan entre las mismas. Los análisis de estos vínculos constituyen un medio de explicar el comportamiento de las personas envueltas en los mismos.
El propio Mitchell (1969) estudió la morfología de redes y distingue cuatro elementos morfológicos en las redes sociales: anclaje, accesibilidad, densidad y rango. El anclaje o localización de la red se entiende desde el momento en el que una red tiene que ser trazada desde algún punto o actor inicial. Por consiguiente, debe estar anclada en un punto de referencia. Así, el punto de anclaje de una red, normalmente, viene determinado por algún actor específico, cuya conducta se quiere interpretar.
La accesibilidad se puede definir rigurosamente, como la fuerza con la cual el comportamiento de un actor está influenciado por sus relaciones con los otros. En algunas ocasiones, estas relaciones sirven para estar en contacto con los otros que son relevantes para el sujeto al que se refiere la red social. Se pueden distinguir dos magnitudes en la red: la primera sería la proporción de actores que pueden contactar con cada actor determinado en la red. La segunda estaría compuesta, por el número de intermediarios que hay que utilizar para conectar con otro, es decir, el número de vínculos que se tienen que atravesar para alcanzar a un determinado actor.
La densidad es una noción que está tomada directamente de la teoría de los grafos. Esta dimensión de la red fue delimitada, posteriormente, en base a los estudios de Craven y Wellman (1973: 59-61). La densidad de una red variará en función al número de vínculos que existan dentro de ella. De este modo, una red en la que todos los actores están vinculados con todos los demás, podemos asegurar que cuenta con una densidad máxima. Sin embargo, en las redes en las que unos actores estén vinculados con algunos, pero no con todos los actores restantes, encontraremos zonas de mayor o menor densidad. En aquellas zonas de la red que sean más densas, necesitaremos menos pasos intermedios para alcanzar a la mayoría del resto de los actores.
Respecto al rango, podemos decir que en todas las redes sociales algunos actores tienen acceso directo a otros pocos. Un rango de primer orden está constituido, por el número de actores que se encuentran en contacto directo con el actor sobre el que está referida o localizada la red. Si las redes son de carácter personal, se puede definir el rango como el número de personas que se encuentran vinculadas directamente, sin necesidad de intermediarios, con el individuo. De este modo, un sujeto mejor relacionado que otro tendrá una red personal de rango mayor.
Mitchell (1969) distinguió también una serie de cualidades o características definitorias a la hora de conceptualizar las relaciones dentro de una red. Son las siguientes: contenido, direccionalidad, duración, intensidad y frecuencia de una relación. Estos aspectos se tornan indispensables si queremos comprender la conducta social de los actores implicados en la red social.
Contenido. Los vínculos entre un individuo y las personas con quien interactúa generalmente se realizan con algún propósito, o bien porque existe algún interés reconocible por alguna o ambas partes. El análisis del contenido de los vínculos en una red puede dar lugar a la superposición de redes sociales cuyo contenido sea diferente.
En el ámbito de la direccionalidad podemos encontrar bastantes casos, en los que los vínculos proporcionan relaciones recíprocas, pero en otros no. Existen determinados vínculos, tales como, la amistad, la vecindad, el parentesco, etc., donde casi siempre existe una reciprocidad en las relaciones, entre los actores que mantienen dicha relación, por consiguiente, su direccionalidad no tiene mucha importancia. Sin embargo, existen otras relaciones, en las que el flujo de comunicación circula con más facilidad hacia un sentido determinado de la relación.
La duración también es muy relevante, puesto que al igual que los grupos sociales, las redes sociales tienen un determinado período de vida. Durante su período vital una red realiza algunas variaciones en su composición, aunque sólo sea porque las edades de los miembros que la constituyen varíen y, por consiguiente, varían también las relaciones que mantienen con otros. Es por esta razón, que cabe la posibilidad de que a lo largo del ciclo de vida de sus miembros la red se expanda, o bien se contraiga, de manera que en diferentes instantes en el tiempo las redes referidas a un determinado actor social se inicien en su juventud y continúen, también, en la red del sujeto maduro. Una red suele existir siempre que los derechos y obligaciones respecto a otros se mantengan y sea reconocida para propósitos concretos.
La intensidad se puede entender como el grado de implicación de los actores vinculados entre sí. Estaríamos tratando sobre la mayor o menor incidencia que sobre el comportamiento de un actor, tienen los demás actores con los que está vinculado en la red. De este modo, una persona probablemente estará más influenciada por sus parientes más cercanos que por sus vecinos. Aunque tenemos que tener cuidado y no confundir la intensidad de un vínculo con la proximidad física de los actores vinculados.
En cuanto a la frecuencia, es necesario que exista una relativa repetición de los contactos entre los actores vinculados, para que tal vínculo perviva. Pero, a veces, no existe una gran relación entre la frecuencia y la intensidad de los contactos. De este modo, una alta frecuencia de contactos puede, a veces, no generar necesariamente una alta intensidad en las relaciones. Un ejemplo claro puede radicar en los contactos entre compañeros de trabajo que pueden ser regulares y frecuentes, pero la influencia que ejercen estos compañeros de trabajo sobre la conducta de un determinado sujeto, puede ser menor que la que tienen los parientes muy cercanos a los cuales se les ve de manera infrecuente e irregular. Por esta razón, la frecuencia de una relación tiene, en el análisis de redes, una importancia que en algunos casos es marginal.
El rápido crecimiento de los estudios de redes a finales de los años setenta y, sobre todo, en los ochenta del pasado siglo, se ha debido a los cambios originados en las ciencias sociales, la experiencia etnográfica, el desarrollo y aplicaciones de las matemáticas y la utilización de procesos de datos. Además, durante toda la década de los setenta se fue avanzando en métodos de investigación, procedimientos estadísticos y análisis de datos que se combinaron para ofrecer una gran capacidad de examinar las medidas simples cuantitativas de la interacción humana y las valoraciones cualitativas de cómo y por qué las personas desarrollan relaciones de amistad y acuden a unas personas y no a otras para solicitar ayudas.
El concepto de apoyo social surgió, como asegura Villalba (1993: 72) al revisar en los años setenta del siglo XX la literatura que parecía evidenciar una asociación entre problemas psiquiátricos y variables sociales genéricas como desintegración social, movilidad geográfica o estatus matrimonial. Se detectó que el elemento común de esas variables situacionales era la ausencia de lazos sociales adecuados o la ruptura de las redes sociales previamente existentes.
Desde esa época existe una importante línea de investigación en apoyo social, el cual puede definirse como las interacciones o relaciones sociales que ofrecen a los sujetos asistencia real o un sentimiento de conexión a una persona o grupo que se percibe como querida o amada. En nuestro país autores como Díaz Veiga (1987), Barrón, Lozano y Chacón (1988), Garcés (1991), Gracia y Musitu (1990) y Sánchez (1991) han trabajado sobre este tema y realizado conceptualizaciones sobre el apoyo social, las posibilidades y limitaciones del mismo y sus relaciones con las redes sociales.
Generalmente, la literatura sobre apoyo social utiliza la noción de red social para describir los aspectos estructurales del apoyo en contraposición con los funcionales. En esta línea, se puede hablar de la red social como la dimensión estructural del apoyo social o, también, como la socioestructura donde se generan las transacciones de apoyo. Pero, el propio método de análisis de las redes sociales permite valorar de manera integrada las perspectivas estructural, funcional y contextual del apoyo social en una persona, incluyendo los efectos positivos y negativos del mismo que ésta pueda percibir.
En muchas ocasiones, se atribuye a la noción de red social la función de apoyo con efectos positivos, denominándolas redes de apoyo social y asumiendo que todos los vínculos de las redes son positivos y que todas las redes son sistemas de apoyo. Aunque la función principal que cumplen las redes sociales es la provisión de un sistema de apoyo, las redes sociales tienen otras funciones importantes, como la identidad y el control social. En algunas ocasiones, la red social no sólo no facilita apoyo alguno, sino que puede ser foco de conflictos y tensiones.
El modelo ecológico de desarrollo humano nos muestra la compleja y permanente interacción de los sujetos con sus ambientes más o menos cercanos, en los que integrar la estructura y dinámica de las redes sociales y las transacciones de apoyo que se originan en las mismas. Bronfenbrenner (1987) es el autor que ideó este modelo, concibiendo el ambiente como un conjunto de estructuras seriadas.
El nivel más interno de estas estructuras seriadas está configurado por los entornos inmediatos que contienen a la persona en desarrollo, denominados microsistemas: la familia, escuela, trabajo, barrio... En el nivel superior se ubican las relaciones entre esos entornos inmediatos del individuo que conforman el mesosistema, los movimientos vecinales. En un tercer nivel, se establecen los entornos donde la persona no se encuentra presente, pero es influida por ellos y se denomina exosistema y, en el último nivel, encontramos los factores socioeconómicos y culturales de carácter macrosocial que constituyen el macrosistema. Las redes sociales se formarían a partir de las interconexiones de los distintos microsistemas: familia, vecinos, amigos, compañeros de trabajo...
Los distintos ambientes definidos en el modelo ecológico, constituyen a su vez sistemas en funcionamiento como tales, en los cuales el ser humano es un elemento más. Dentro de estos sistemas, los aspectos físicos, tales como: viviendas, configuración de un barrio, ruidos..., constituyen también elementos en interacción que han de ser considerados en la valoración e intervención comunitaria.
Desde un punto de vista antropológico, la habilidad para analizar las redes y sus patrones de influencia y comunicación pueden ser estadísticamente muy complejos. Pero desde la perspectiva de la intervención psicosocial, el análisis de la red constituye un proceso de valoración de la cantidad, modelo y funciones de las relaciones de apoyo y de las tensiones y conflictos con y entre esas relaciones referidas a una persona o familia. El análisis de las redes nos ayuda también a entender, como las personas realizan conexiones en distintas culturas y la comprensión de ciertos patrones estructurales de organización de las redes y de esta manera poder comparar y contrastar. En España, el estudio de las características de las redes sociales en la población vasca de Guecho, que realizaron Guimón (1985) y sus colaboradores puede considerarse un análisis de red social de un colectivo.
Cuando realizamos análisis de redes sociales, la mejor manera de visualizar y operativizar la red social de una persona, es a través de la construcción de un mapa de red social. Los mapas de red social se construyen sobre la base del llamado modelo convoy, basado en las teorías del apego de Bowlby, siendo operativizado y descrito por Kahn y Antonucci (1981) para dar respuesta a la continuidad y cambio en el apoyo social a lo largo de la vida. En este modelo cobra gran importancia la relación interpersonal a lo largo de la vida y acentúa la idea de que el individuo crece y madura rodeado de personas cercanas e importantes para él o para ella.
Estas personas representan un convoy o protección a través del cual el sujeto interactúa con el mundo. Generalmente, el convoy es dinámico y estable a la vez y se representa por círculos concéntricos en torno a la persona de referencia, en relación a la cual se colocan las iniciales de las personas que son percibidas por él o por ella como importantes. Los segmentos de los mapas de la red social representan las relaciones dentro de cada uno de los microsistemas, en los que la persona se desarrolla, además de incorporar otras personas importantes que pueden pertenecer o no, a cada uno de los microsistemas descritos. De este modo, el mapa en sí constituye el nivel de mesosistema de esa persona, si nos basamos en el modelo de desarrollo humano de Bronfenbrenner (1987). En el mapa de red social se refleja el tamaño, la densidad, la dispersión, los grupos pequeños de la red, es decir, las características estructurales de la red social, tal como las percibe el individuo.
En el marco de nuestra vida cotidiana estamos continuamente configurando, generando y construyendo redes sociales. En multitud de situaciones utilizamos como referencia de nuestra conducta a otros y, otras veces, los demás nos utilizan como referencia de sus actuaciones. Cuando nacemos, en el inicio del proceso de socialización, nos incorporamos a los grupos primarios, en potencia estamos comenzando a formar parte en el entramado de más de una red social, aquella a la que pertenecen nuestros padres, los parientes de nuestros padres, que también son nuestros parientes y los amigos de nuestros padres. A la vez, en la medida en que crecemos, vamos generando una red personal concreta, referida a nosotros mismos y que va modificándose con el paso de los años.
Las personas van formando parte de redes sociales sobre la base de multitud de relaciones diferentes, con la particularidad de que los tipos de relación que utilizan para configurar redes, varía con su situación y posición sociales. De este modo, por el mero hecho de vivir en un determinado lugar, durante un período de tiempo dado, sirve para construir multitud de relaciones con personas en varios contextos sociales diferentes. Toda red social refleja una variedad de relaciones sociales, de las cuales unas serán de carácter más particularistas y otras más universalistas y en la cual un actor social se ve inmerso. Probablemente, un actor individual tendrá relaciones más particularistas que uno colectivo. Pero, de cualquier forma, todo escenario social que requiera de relaciones es válido para generar redes sociales.
6.3.2. Los movimientos populares y su articulación en redes sociales
En el marco local del municipio se han realizando en nuestro país diferentes estudios sobre redes sociales. La importancia del análisis de redes en el sector del trabajo comunitario ha sido resaltada por Canals (1991: 17). Cuando una comunidad se encuentra desarticulada, el trabajo de reconstrucción de la misma hace referencia a la reconfiguración de redes o a su construcción si es que no existían. Este autor señala también, que en una determinada comunidad, además de los indicadores económicos, un factor determinante de la pobreza de ésta es el raquitismo de su red social o el carácter hermético de la misma.
Canals (1991) indica que la red social no es un concepto nuevo, ni extraño. Se ha mencionado con frecuencia, aunque no tiene en nuestro país la difusión que sería deseable, ni se utiliza siempre de manera adecuada. El concepto de red social es una de las aportaciones más valiosas de la antropología social británica. Las redes sociales presentan interacciones más o menos estructuradas o, también, desestructuradas, que dependen de los contenidos intercambiados, de los marcos organizativos e institucionales en los que se inserta, de los grupos que contienen, de los conjuntos de roles y estatus implicados, así como de variables derivadas de la frecuencia temporal y la distribución espacial.
Las distintas redes sociales o personales de diferentes sujetos pueden tener múltiples interconexiones, o bien, no tener ninguna. En el primer caso, trazan una extensa red que puede desbordar los límites territoriales o cualitativos de aquello que podríamos denominar una comunidad. No necesariamente las interacciones más densas o con mayor contenido emocional de varios sujetos tienen por qué corresponder con los límites de aquella comunidad. La distancia entre los lugares de trabajo y de residencia, que trae aparejada las formas de vida moderna, así como el papel que ocupa la posición, en la división social del trabajo a la hora de determinar la identidad social de los sujetos, hacen que redes sociales y comunidades se correspondan en escasas ocasiones.
Está sucediendo actualmente que individuos muy próximos en el espacio no tienen ningún punto de contacto entre sus redes personales. Podemos mencionar aquí el caso típico de las relaciones de vecinos, que habitando en el mismo bloque de viviendas, no se conocen en absoluto, aunque es probable que realicen la compra del pan en el mismo establecimiento aunque a horas distintas. Como no sea ante una catástrofe o similar que obligue a coincidir y actuar codo con codo, no podemos hablar honestamente de relaciones comunitarias en estos casos. En todo caso, parece que las personas que ejercen de amas de casa a tiempo completo, constituyen la última reserva, o casi, de redes sociales con suficientes elementos para ser etiquetadas de comunitarias en un medio social semejante.
Aún así, la red social constituye un excelente medio de desarrollo de aquello que seguimos denominando comunitario. En este ámbito comunitario el trabajo social utiliza las redes sociales de individuos concretos. En muchos casos, lo que se intenta es reconstruir redes o construirlas si no existían, porque permite superar la oposición entre lo individual y lo comunitario.
Rodríguez-Villasante (1984) realizó un estudio histórico de los movimientos ciudadanos madrileños y, a partir del mismo, y de investigaciones posteriores, ha diseñado un modelo de análisis de redes comunitarias en ámbitos locales. Tomando como base estos estudios identificó tres niveles de conciencia social, aplicables a distintos grupos o colectivos, según aparece en su artículo: "redes comunitarias y nuevas cosmologías" (1986: 22), los denominó del siguiente modo: grupos formales o animadores, sectores activos o informales y bases sociales.
Indica Rodríguez-Villasante (1986: 22) que en el esquema de redes y vínculos sociales podemos encontrar tres niveles de conciencia social: "grupos animadores" dotados de un cierto grado de ideología que les dirigía hacia el activismo y formaban parte de algún grupo o colectivo formal, ya fuera de carácter político, profesional, asociativo, religioso, etc.
Por otro lado, podemos encontrar los "sectores activos" que lo son desde sus propias vivencias en el barrio o el pueblo y no están ideologizados. Los denomina activos, porque son capaces de crear opinión en lugares públicos: el bar, un mercado..., pero con la ventaja de que utilizan el código de la cosmología popular local. Pueden acudir a asambleas, emitir opiniones a favor o en contra y, en algunos momentos concretos, ser los más activos del movimiento vecinal.
Por último, podemos mencionar la "base social" potencial que suele tener una actitud más pasiva, silenciosa normalmente, salvo en contados momentos, en los que puede actuar de forma puntual.
Pero algunos grupos animadores, o parte de ellos, llegaron a través del voto a la Administración e instituciones, sobre todo a finales de los años setenta y principios de los ochenta del pasado siglo, con lo cual se están convirtiendo, en grupos formales, ya que su nota distintiva no está constituida precisamente por la animación social. La mayoría de los grupos formales sufrieron una ruptura con los sectores informales, los cuales siguen siendo activos en la cotidianeidad con la base social, pero que ya no actúan en consonancia con las propuestas de las instituciones. Esto ha motivado una ruptura entre grupos y sectores, encontrándonos que la pervivencia de estos últimos, está en función de ser informales y trabajar desde lo cotidiano con las bases sociales.
Esta situación que es característica de la década de los ochenta del pasado siglo en el movimiento ciudadano, ha supuesto una ruptura de la red, entendiendo ésta, desde un punto de vista antropológico, como las relaciones que se producen entre diversos colectivos, grupos formales, sectores informales y bases sociales. Es una realidad que sin la creación de unas redes o tejidos sociales estables en los barrios y pueblos, con unos horizontes de cambio y transformación social, cualquier otra actividad se torna en meramente coyuntural. Por tanto, el estudio de redes, vínculos y conductas, no es una tarea académica, sino uno de los factores más significativos de la reproducción social y un factor muy importante para el desarrollo de procesos de educación popular.
Las redes se configuran a través de un conjunto de relaciones objetivas que vamos descubriendo en la práctica social entre los grupos y sectores antes mencionados. La situación actual denota una cierta conflictividad entre las instituciones y los grupos formales, aunque por la situación económica y, también, por el propio sistema democrático convergen en un cierto pragmatismo posibilista.
Sin embargo, entre los grupos formales y los sectores informales si se aprecian unas discontinuidades del tejido social bastante importantes. La convivencia de los sectores informales se orienta hacia las bases sociales que se van recluyendo en la cotidianeidad. Esta convivencia se encuentra establecida permanentemente de manera estructural, porque constituye un elemento connatural al grupo humano, pero es resaltable como actualmente se produce fraccionariamente, tanto por la crisis económica como por las nuevas modalidades de conciencia social.
En la red se pueden situar cuatro elementos que se comunican entre sí, aunque no de manera regular y ordenada, sino de forma coyuntural, configurando los conjuntos de acción. Es decir, se pueden generar saltos desde las instituciones hasta los sectores informales, a través de canales comunicativos como la televisión, o que los grupos formales sean equiparables, en algunas situaciones, a grupos de base cotidiana, lo que sucede es que estas situaciones no permiten una nueva estructuración del tejido social, sino sólo vínculos discontinuos que perpetúan la reproducción social como se establece actualmente. Cualquier movimiento hacia una transformación de cierta envergadura, tendrá que establecerse desde una reestructuración del tejido social, iniciándose en las bases y sectores sociales y subiendo hacia arriba, para generar un cambio en todo el sistema.
Por consiguiente, la red hace referencia a las relaciones que podemos constatar entre los diversos colectivos, ya que el propio Rodríguez-Villasante (1991: 28-30) afirma que el tejido social es como una malla o una red muy tupida, pero que en algunos puntos se encuentra rota o sin conexiones y, en otros lugares, se agrupan gran número de relaciones cotidianas. En este sentido, todos los seres humanos nos encontramos conectados a varias redes, unas de carácter más personal y otras más social y en cada una de ellas nos contemplan de una determinada forma, según el papel que debamos desempeñar.
Cuando una persona o un grupo están interesados en conocer las diferentes redes, en las que ellos mismos o determinados conocidos se mueven, es posible hacer un rastreo de las redes familiares a partir de uno de los sujetos y el grado de contactos que mantiene o las desconexiones que sufre, así como la calidad e intensidad de las relaciones que sostiene. Igualmente podríamos hacer en el marco laboral, estudiando las jerarquías, tipos de contactos, etc. Pero, cuando tratamos sobre el sistema de redes en el movimiento ciudadano, es necesario encontrar el tejido social y su interpretación desde focos asociativos. Es decir, elegir varios focos o nudos de asociacionismo y, desde ahí, intentar la búsqueda de toda la trama de relaciones que se generan.
Articulando un poco más los sectores y grupos que se mencionaron anteriormente, podemos señalar la existencia de cuatro tipos diferenciados. Todas las personas, en general, se agrupan por amistades, pandillas, familias, etc., a esto lo denominamos tejido social y suele estar compuesto por individuos que no son activistas ni animadores de las causas asociativas y tampoco buscan el poder. Dentro de este tejido social de carácter informal encontraríamos cuatro subgrupos diferenciados.
a) Base Informal y Potencia Social (BIPS): Tienen comportamientos de mayoría silenciosa, los podemos considerar más bien pasivos y expectantes, se movilizan en contadas ocasiones, alcanzan entre el 70 y 75% de la población.
b) Sectores Informales Activos Comunicadores de Estereotipos (SIACE): Están compuestos por personas que retransmiten informaciones, comentarios o estereotipos sobre los acontecimientos cotidianos. Son individuos que no militan en colectivos, ni podemos considerarlos como especialmente concienciados, pero son activos en sus entornos como comunicadores, realizando una labor de difusión del pensamiento de las personas de su sector e interpretando coloquialmente los mensajes de publicidad, consignas, ideas de los líderes sociales, etc. Podemos considerar que representan entre el 20 y 25% de la ciudadanía.
c) Grupos Animadores Formales Ideologizados (GAFI): Suelen ser personas motivadas y están influenciadas por ideologías o creencias e incluso por un cierto profesionalismo que las impulsa, más que por la vida cotidiana de los sectores informales. Se relacionan con los comunicadores para transmitirles determinadas posiciones preestablecidas en sus creencias o proyectos. Suelen formar los núcleos de activistas del tejido ciudadano y su número es reducido, ya que no suelen superar el 1% de la población, llegando en las comunidades más concienciadas, al 5% como máximo.
d) Representantes de las imágenes del poder (RIP): Además de los grupos y sectores que encontramos interrelacionados en los pueblos y los barrios, existen también, aunque con escasa presencia física, las representaciones del poder establecido, sobre todo mediante los medios de comunicación que muestran sus figuras y sus ideas generalmente omnipresentes. Estamos hablando de las imágenes de los famosos, de las instituciones, representaciones que se encuentran en el ojo del huracán de todos los comentarios y de los valores de la sociedad, mostrando criterios jerárquicos, enalteciendo a la patria, al Estado, etc. Es decir, un poder separado y distante de la sociedad y que se encuentra por encima de todo y de todos.
Estos cuatro grupos señalados suelen ser muy significativos en cualquier tipo de red social, pero desde el ámbito de los movimientos ciudadanos, éstos tienen distintas dinámicas, dependiendo de las combinaciones entre las relaciones que se establezcan. De este modo, podemos encontrar cuatro situaciones distintas:
1. Desconexión. Se genera en aquellos lugares en los que existen pocas relaciones y los grupos se encuentran aislados, las pandillas no se conocen y los referentes institucionales no tienen gran presencia, con lo cual no existe un movimiento social, aunque existan asociaciones que suelen estar aisladas.
2. Conjunto de Acción Populista (RIP + SIACE). En esta situación encontramos movimientos y acción social y, por este motivo, podemos considerar que existe una adición entre algunos de los grupos mencionados. Se aprecian algunas acciones de liderazgo que consiguen movilizar la opinión de los comunicadores, aunque se margina el proceso asociativo y se refuerza la imagen de jerarquía y el valor de algún personaje más que el desarrollo de una verdadera participación.
3. Gestionista (RIP + GAFI). En este caso el grupo animador establece una relación privilegiada en la red de la vida cotidiana con los poderes y sus imágenes, lo cual supone una desatención de los vínculos con los comunicadores y las bases, por lo que no se produce una movilización popular, aunque las gestiones pueden dar buenos resultados y ser eficaces.
4. Ciudadanista (GAFI + SIACE). Está cercano a los problemas de la comunidad y es el que tiene más poder de convocatoria de cara a las movilizaciones. Se distancia críticamente de las imágenes del poder y los animadores se relacionan y entienden los lenguajes de los comunicadores, con lo que pueden concretarse sus inquietudes y aspiraciones de emancipación social. La acción ciudadanista es la más cercana a los momentos de realce de los movimientos populares.
Resumiendo estos contenidos, podemos aclarar, siguiendo a Rodríguez-Villasante (1992: 3-4), la situación de las redes en las comunidades locales que se articula siguiendo unos pasos preestablecidos. La infraestructura informal local se asemeja a una red, en la que los próximos son vecinos, parientes, compañeros de trabajo, estudio y otras actividades extraacadémicas o extralaborales.
Toda red local, entendiendo por local el vecindario, barrio o municipio, tiene sus nudos de agarre o sujeción mediante personas, que en determinados espacios y lugares de encuentro, y a determinadas horas, van comentando la actualidad, las noticias y otros hechos y sucedidos de interés para un sector de la comunidad o del vecindario, con lo cual están creando opinión.
Es realmente en esta estructura informal de comunicación y reproducción de la información en un contexto de confianza, donde se encuentra la clave de que determinados contenidos penetren en sus conciencias, consiguiéndose, de este modo, que la interpretación que sintoniza con la subcultura local al uso, acaba por convertirse en un sistema de valoración y actitudes.
Las valoraciones constituyen el comentario, el cotilleo, el recordatorio, en definitiva, es el mensaje que perdura como tantas otras imágenes, aunque esté un tanto inconsciente y olvidado, emerge de forma inductiva al plano consciente, asumiéndose y suponiendo un valor.
Las actitudes. Aparecen en la medida en que las valoraciones se tornan más accesibles, es decir, cuando conjugan necesidades materiales, que constituyen la mayoría de las que tienen las bases sociales del vecindario, con otras necesidades de ámbito cultural, que expresan un deseo más alejado de conseguir unos objetivos sociales, difícilmente alcanzables incluso a medio plazo, todo esto dirige las actuaciones hacia un escenario que se domina y controla. Este escenario se centra en el propio barrio y, a veces, cuando el vecindario se siente fuerte, es capaz de extender su acción y el conjunto de acción, en el exterior del propio escenario.
Los vínculos podemos considerarlos, como el conjunto de relaciones establecidas entre los distintos grados de conciencia subjetiva y objetiva, ya que en la vida cotidiana se establecen redes relacionales de carácter objetivo, considerándose también como vínculos los contenidos y la intensidad de tales redes.
Los conjuntos de acción se configuran cuando las valoraciones, actitudes y vínculos convergen, convirtiéndose en varias tipologías, en las que el estudio de cada red descubre que unos vínculos son más fuertes que otros, que existen varias desconexiones o rupturas, etc. A algunos de estos conjuntos los denominamos de "alteracción" porque desde la base social, en sus vínculos cotidianos, se aprecia su potencia, en contraposición al poder, en una práctica con capacidad transformadora.
En esta línea de creación de redes en el movimiento ciudadano, y centrándonos en un tipo de redes que faciliten la comunicación horizontal, utilizando las nuevas tecnologías de la información, Alberich (1994: 76-77) afirma que es preciso que los movimientos sociales se articulen en forma de red, definiendo los elementos que interesaría destacar en la red de la forma siguiente:
- Una estructura de comunicación y acción con un dominio del componente horizontal, en la que no es fácil encontrar un solo punto o estructura de poder centralizado. Frente a estructuras de poder con carácter piramidal, la red establece canales abiertos, permite diferentes ritmos de trabajo y facilita la conexión y la movilidad, puede ser flexible y adquirir formas diferentes, dependiendo de los proyectos y de las necesidades.
- Un proyecto común en relación a la transformación social en el entorno, que se comparte y se articula en la práctica.
- Un conjunto de estrategias y métodos comunes en la acción práctica y cotidiana. En muchos casos no están establecidas formalmente, sino que constituyen una parte esencial del saber hacer y de la cultura de la acción de los diferentes movimientos sociales y redes.
El poder se concibe desde la red como capacidad de acción y de transformación. La coordinación y la generación de redes en los niveles locales, regionales e internacionales se pueden construir simultáneamente.
En este ámbito de las redes internacionales Rafael Díaz-Salazar (1996: 220) expone la nueva situación que se está generando a través de la acción solidaria en favor de los intereses de los países pobres, o empobrecidos, como él prefiere denominarlos. Estas acciones requieren estrechar los lazos entre los miembros de las sociedades civiles del Norte y del Sur. Afirma que una forma concreta para potenciar estas relaciones es la creación de redes sociales Norte - Sur, constituidas por asociaciones, organizaciones y profesionales de todo tipo.
De este modo, en los últimos años podemos ver con satisfacción como en España están apareciendo los autodenominados "sin fronteras": médicos, ingenieros, periodistas, farmacéuticos, abogados, educadores, veterinarios, arquitectos, payasos, bomberos, enfermeras y profesores de universidad. En los sectores profesionales indicados existen organizaciones concretas de sin fronteras. En este sentido, sería conveniente que cada sector profesional creara su red Norte - Sur. Esto facilitaría bastante el desarrollo de la educación popular, tanto en los países del norte como en los del sur, porque nos adentraríamos en otro estilo de cultura, más solidario y tolerante.
Sería muy positivo que cada grupo, asociación u organización de pertenencia natural o de libre afiliación constituyera su red Norte - Sur y se conectara con grupos, asociaciones u organizaciones del Sur de características similares, con el fin de cooperar y coordinar proyectos y acciones. Si todos estos colectivos y entidades crearan sus redes sociales Norte - Sur el impulso de la solidaridad internacional sería enorme. Además, esto no sólo mejoraría e incrementaría los proyectos de cooperación, sino que se produciría un aumento de la información, sensibilización y conciencia sobre los problemas del Sur y sus causas.
El desarrollo de redes internacionales por parte de los nuevos movimientos sociales generaría un internacionalismo solidario que tendría en cuenta en su acción, además, la realidad de los países pobres. Esto se puede llevar a cabo por ecologistas, feministas y pacifistas, internacionalizando sus luchas de una manera real, según afirma Díaz-Salazar (1996: 307). Además, estas relaciones potenciarían bastante los procesos de educación popular en todos los países implicados, a través de acciones de educación y desarrollo llevadas a cabo en sus comunidades.
Desde el movimiento ecologista se pueden realizar acciones contra la exportación de residuos tóxicos a países empobrecidos, denunciando a las empresas multinacionales del Norte que dañan el medio ambiente del Sur, la defensa de un uso más justo y equitativo de las energías y de una austeridad en el consumo, las propuestas de agricultura ecológica...
Desde el movimiento pacifista se pueden hacer campañas de denuncia de las exportaciones de armamento, proponiendo la reconversión de la industria militar, de defensa de la objeción fiscal a los gastos militares, la difusión de programas de resolución pacífica de conflictos, el envío de misiones internacionales de brigadas de la paz...
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Desde el movimiento feminista es necesario denunciar la superexplotación de la mujer en los países del Sur, la reivindicación de programas que prioricen la educación de las mujeres, la demanda de servicios de planificación familiar para las mujeres que lo deseen, el apoyo a programas sindicales para la defensa de las mujeres trabajadoras, la presión para que las leyes de extranjería permitan el reagrupamiento familiar...
El movimiento vecinal, sobre todo a través de las asociaciones de vecinos, puede fomentar el internacionalismo solidario en los barrios en los que desarrollan sus acciones. En las semanas culturales o del barrio que se organizan en muchas entidades, dedicar un día al internacionalismo solidario, elaborar programas de información y formación sobre los problemas de los países empobrecidos, desarrollar entre los ciudadanos el sentido del consumo crítico y ecológico y las tiendas de solidaridad, constituir redes propias para el establecimiento de relaciones con entidades del Sur...
Como hemos podido ver, las posibilidades de creación de redes y la relación que éstas tienen con los movimientos sociales, es muy amplia y, además, queda mucho por hacer en este terreno.
6.3.3. Configuración del tejido social y modelos de redes sociales
Según Rodríguez-Villasante (1993: 32-34) se pueden diferenciar dos modelos esenciales de redes sociales: la de carácter formal y las informales. Éstas se podrían analizar desde los diversos modelos de redes que existen y desde las cosmologías sociales que los configuran. Estas redes reproducen, en general, estereotipos, partiendo de la cultura patriarcal que subyuga la sociedad, pero con las contradicciones de los sectores populares. Están constituidas por elementos de reciprocidad, de autodefensa y creatividad, en los reductos de las pandillas, las amistades, la familia, o también algunas vecindades y centros de trabajo.
Las redes formales están compuestas por el tejido organizativo necesario que se proporciona, para completar o desarrollar el tejido social existente. Las aportaciones pueden surgir desde varios lugares, así:
- Desde dentro, a través de la evolución del propio tejido social, donde tienen una gran relevancia las fuerzas emergentes.
- Por aportaciones realizadas desde el exterior, mediante asesores, expertos, técnicos...
- Mediante la incidencia conjunta de los dos supuestos mencionados, es decir, aportaciones realizadas desde el interior y el exterior, a la vez.
Las redes informales se refieren a relaciones de carácter estable a partir de necesidades primordiales compartidas. Están enmarcadas en el ámbito de la vida cotidiana.
En el apartado anterior hemos analizado los tres componentes del tejido social y como uno de ellos, los grupos formales, pasaban a convertirse en algunas ocasiones en poderes institucionales. A través de estudios e investigaciones posteriores Rodríguez-Villasante (1993: 33) ha estructurado mucho más estos componentes y nos ofrece una panorámica actualizada de los mismos, vertebrándolos en cuatro apartados.
a) Los poderes institucionales:
- Mantienen la cultura oficial de la imagen, la propaganda y la publicidad institucional.
- Establecimiento de una cultura separada, apoyada en la racionalización técnica y alejada de los arquetipos primordiales de las bases sociales.
- Las representaciones del poder establecido muestran sus figuras especialmente a través de los medios de comunicación.
- Existencia de una desconexión histórica entre los niveles institucionales y las bases sociales.
b) Los grupos formales:
- Tienen su punto de partida en una motivación interna o externa a la comunidad.
- Suelen pertenecer a algún grupo formal de carácter político, religioso, profesional, asociativo...
- Son portadores de un horizonte cultural o ideológico que va más allá de la propia subcultura local.
- Detentan ideologías funcionales, en cuanto que intentan explicar de manera racional las necesidades objetivas. Por esta razón, pretenden profundizar en las relaciones causales de los problemas, para buscar una solución adecuada.
- Poseen una serie de rituales propios, ya sean de carácter sindical, religioso, profesional, militante... Son grupos que tienen una gran actividad dentro del vecindario, constituyendo los verdaderos motores o animadores del desarrollo de los movimientos sociales urbanos. Un gran número de estos grupos emergen de la propia comunidad, implicando en su evolución a grupos formales externos que suelen tener, por regla general, un corte institucional.
c) Los sectores informales:
- Suelen participar directamente de la vida del barrio, reproduciendo, de forma cotidiana, pautas de comportamiento de la subcultura del lugar.
- En el seno de estas comunidades encontramos una serie de líderes reconocidos que desempeñan un papel importante, al retransmitir los mensajes provenientes del exterior de la comunidad. Son los comunicadores sociales.
- Estos sectores no suelen moverse por motivaciones de carácter ideológico o económicas, sino que priman las razones basadas en la confianza; las bases sociales les atribuyen el papel informal de recrear y adaptar la subcultura local (Rodríguez-Villasante: 1987,94-95).
- En estos sectores mantiene una clara prevalencia la lucha por las reivindicaciones concretas y ceñidas a lo local. Además, constituyen una categoría fundamental para entender los movimientos sociales en los barrios. Por otra parte, configuran un elemento imprescindible para la movilización vecinal y poder acceder a las transformaciones sociales deseadas.
d) Las bases sociales:
- Se encuentran vertebradas por relaciones de parentesco, sexo, edad, alojamiento, amistad, laborales...
- Están insertas en las mismas la mayoría de los vecinos y ciudadanos, interrelacionados entre sí por vínculos totales o primarios de vecindad o parentesco.
- En principio, no tienen intenciones o actitudes de transformar su vida cotidiana, más bien son reproductores de estereotipos que se establecen de manera general.
- Suelen manifestar una enorme pasividad cotidiana que se extiende de manera generalizada.
- En algunos momentos determinados pueden convertirse en base potencial, a través de actitudes de apoyo a posiciones de transformación social y cambio en la situación de la vida cotidiana.
Por nuestra parte, pensamos que el trabajo mediante un sistema de redes es la tendencia natural hacia la que debe dirigirse el movimiento ciudadano y los movimientos sociales en general. La articulación de un tejido social, que de pie a una vertebración del tejido asociativo y, por ende, a un sistema de redes en los movimientos sociales, es básico para el relanzamiento de proyectos unitarios de desarrollo social. Es precisa una mayor coordinación entre todas las entidades y asociaciones que componen los movimientos sociales, aunque trabajen desde campos diferentes, ya que los postulados y valores que defienden son muy similares y porque el tejido social debe estar articulado.
Las personas que participamos en los movimientos sociales, perderíamos una oportunidad histórica, si no afrontamos con decisión este reto de configuración de redes, que tanta falta hacen para el desarrollo equilibrado de los mismos. Es cierto que la diversidad de organizaciones que componen los distintos movimientos sociales es tan compleja y heterogénea que dificulta este trabajo, pero en ese desafío hay poner toda la imaginación y originalidad posibles, si de verdad queremos construir una sociedad auténticamente democrática, en la que la participación colectiva de los ciudadanos no se reduzca al momento expreso de la celebración de comicios.
El desarrollo en la comunidad de redes sociales y el fortalecimiento del tejido social y asociativo, con la vertebración de todo o gran parte del movimiento ciudadano, favorece la aparición de una serie de comportamientos, facilitadores de la aparición de un espacio educativo en el marco vecinal.
El florecimiento del tejido ciudadano y el plantel de actividades que lleva a cabo, requieren una elaboración formativa de los programas a realizar. Es importante, como señala Ander-Egg (1987: 22) estudiar las necesidades educativas y culturales de la población, teniendo en cuenta la extensión que abarca el ámbito o sector, en el cual se van a llevar a cabo los proyectos culturales o educativos. Este trabajo permanente de elaboración y diseño de materiales para la acción social, facilita la aparición de un espacio educativo en las comunidades que podemos caracterizar del siguiente modo, siguiendo los planteamientos de Luque (1995: 158-159):
- Se origina un proceso formativo dirigido al desarrollo de una serie de capacidades colectivas, tales como: la concienciación, organización y transformación social.
- Se fundamenta en un modelo educativo dirigido a la transformación social, a través de caminos como la participación, el descubrimiento y el desarrollo de procesos creativos de carácter colectivo.
- El origen del proceso se encuentra en la puesta en marcha desde intervenciones educativas informales que se generan en el marco de la vida cotidiana, partiendo de ésta una acción de carácter participativo.
- Al transcurrir el tiempo, se va produciendo una ampliación de los espacios educativos, alcanzando, en algunos casos, instancias educativas no formales, como por ejemplo las aportaciones que puedan hacer los expertos al desarrollo de programas de formación ocupacional. En otros casos, la implicación puede ser incluso de sectores formales de la educación, como puede ser el caso de los colegios y su participación en distintos programas formativos, generalmente de carácter medio-ambiental.
- El objetivo final se dirige a la idea de avanzar hacia la comunidad, como espacio educativo con capacidad de integrar los distintos recursos formativos, ya sean de carácter formal, no formal e informal.
Los espacios educativos que se originan en una comunidad se refuerzan potenciando el grado y nivel de acceso a los bienes culturales por parte de los ciudadanos, para que se pueda llegar a una situación de goce y disfrute de los mismos. Es necesario desarrollar el grado de participación en las actividades culturales y para esto es preciso contar con una metodología activa que genere procesos de participación social. La actividad educativa y cultural debe expresarse como una preocupación en la vida cotidiana de la ciudadanía, configurando un estilo de ser y de actuar mucho más humanizado.
Es necesario crear una valoración positiva por lo educativo y cultural y por la participación en la vida asociativa como forma de afrontar problemas comunes. El desarrollo de los procesos de participación está muy unido a la potenciación de actividades educativas y culturales, ya que la educación, la cultura y la participación en la vida social son aspectos que conciernen a la propia vida, no tanto como saberes o simples relaciones sociales, sino como formas de existir y de situarse en el mundo.
Los propios procesos participativos en el tejido social y en las redes sociales generan espacios educativos, pero para consolidar estos espacios es necesaria la formación. Esta modalidad de educación se puede articular desde el campo de la educación informal, no formal y, en ocasiones, desde el formal, como hemos señalado anteriormente, pero estructurándose de la manera que sea, los procesos formativos y, sobre todo, aquellos ligados a la educación de adultos son muy importantes. Estas actividades de formación deben constituir formas de problematización para formar un sujeto crítico, capaz de ser protagonista de su propia historia.
En los espacios educativos generados por el movimiento vecinal, son los propios miembros de la comunidad los que se educan a través de las iniciativas sociales de participación, pero la intervención de los formadores en determinados aspectos, generalmente dentro del marco de la educación no formal, no constituye, desde nuestro punto de vista, un intrusismo en los procesos participativos del movimiento ciudadano, sino todo lo contrario, un apoyo decidido a los mismos mediante tareas de capacitación de una población que lo necesita. En este sentido, Lucio-Villegas (1994: 86) afirma que el perfil de un educador, sobre todo en el ámbito de la formación de personas adultas, debe responder a cuatro funciones:
a) Intervenir como formador.
b) Elemento sistematizador de determinados aspectos del trabajo.
c) Facilitador del apoyo técnico al avance del grupo.
d) Desarrollar una labor como consejero.
La metodología de la formación en los espacios educativos comunitarios debe tener un carácter participativo. Aprovechar la formación potencial de cada individuo es muy necesario para el desarrollo de sus capacidades. En la acción comunitaria es preciso privilegiar la formación inductiva, más que los conocimientos adquiridos de forma libresca. En estos ámbitos, es importante la vinculación de la formación a la vida, para que permita el crecimiento personal y la acción comunitaria. La formación comporta, también, un cierto compromiso personal y una inserción e inmersión en la realidad social comunitaria. Por último, señalar la conveniencia de evaluar de manera personal o colectiva el proceso de formación y utilizar los conocimientos adquiridos, para el diseño y puesta en práctica de nuevas acciones sociales.
Indicar, finalmente, que desde nuestra perspectiva, la configuración de un espacio educativo en el sistema de redes sociales facilitaría enormemente la adquisición de una formación empírica, a través de la experiencia concreta en el trabajo continuo desarrollado en los movimientos sociales. La capacitación necesaria para el desarrollo armónico de estos espacios educativos se adquiere mediante el trabajo concreto en cada asociación, cooperando con los demás miembros de la entidad y contando, si llegara el caso, con las aportaciones de formadores especializados en el marco de la educación no formal e informal, lo cual no desmerece en absoluto, sino que lo acrecienta el valor potencial de la formación comunitaria.
Es muy difícil configurar unos espacios educativos en el movimiento ciudadano, e incluso potenciar el propio movimiento, si no entra en juego el concurso de la formación. La formación es prioritaria para un verdadero despegue del movimiento asociativo y de la propia sociedad democrática. Sobre todo entre los jóvenes, el desarrollo de una cultura participativa, solidaria y asociativa, se torna actualmente como un elemento primordial de formación en ámbitos educativos informales y el desarrollo de programas específicos de formación, en esta línea dentro de las entidades, no se encuentra en absoluto descaminado.
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