Por Victor Perez Vera. Rector Universidad de Chile
LA EDUCACIÓN PÚBLICA: UN DERECHO SOCIAL DE CIUDADANÍA
Discurso para la Inauguración del Año Académico 2013
Víctor Pérez Vera, Rector Universidad de Chile
1.- Ser estudiante del siglo XXI en
la Universidad de Chile.
La ceremonia que
hoy día realizamos tiene dos sentidos profundos, por un lado el acoger y dar la
bienvenida a las y los estudiantes que, a partir de este 2013, pasan a formar
parte de nuestra comunidad académica y junto a ello asumen una identidad
que los marcará durante todas sus vidas. Por el otro, inaugurar un nuevo año
académico, y con ello la puesta en marcha de las actividades de docencia
superior, investigación, creación y extensión que nos son comunes y por las
cuales nos desarrollamos y nos proyectamos en la vida nacional.
Les damos la
bienvenida con el orgullo de ser la universidad número 1 en el país cualquiera
que sea el indicador de productividad académica que se utilice; ubicada en el
número 10 en Latinoamérica, número 23 a nivel Iberoamericano, y 421 a nivel
mundial, según el ranking internacional SCimago que sólo considera la
productividad en investigación.
Ser una o un alumno
de la Universidad de Chile en el siglo XXI constituye, a mi modo de ver, un
desafío y una esperanza.
En el primer caso,
es enfrentarse a una institución educativa que lucha por su excelencia en medio
de condiciones adversas; una excelencia que se construye, justamente en la
interacción dialógica entre académicos y académicas y estudiantes en vistas a
producir el conocimiento. Pero es un reto, asimismo, para los jóvenes que
también debaten su identidad entre un modelo social que concibe a los sujetos
como clientes y consumidores, y las impugnaciones contra ese modo de
autocomprenderse. También se encuentran en la disyuntiva de asumirse como
personas que se incorporan a una Universidad pública con historia, en un
momento social en que la historia, precisamente ella, comienza a borrarse de
los discursos para dar paso a la inmediatez de lo desechable, de lo
"nuevo" como valor más que cultural, de mercado. Por otro lado, los y
las estudiantes de la Universidad de Chile del siglo XXI han nacido en medio de
cambios en las tecnologías de la comunicación humana y en una creciente
sociedad del conocimiento, aunque en Chile distribuidas desigualmente. Han
crecido en un Chile que superó una dictadura y comenzó un proceso
democratizador de las relaciones sociales y de las instituciones, pero que al
mismo tiempo profundizó un proyecto neoliberal en lo económico que ha
naturalizado las brechas entre ricos y pobres, y junto a ello una lógica que
deriva en concebir las iniquidades como parte inevitable del sistema de
desarrollo.
A la esperanza que
representan, y han representado en el tiempo, los jóvenes para nuestra
comunidad, la Universidad de Chile del siglo XXI responde con un significado
contemporáneo al habitar el mundo de manera humana, digna y equitativa. Ello
supone una lectura crítica, fundada y propositiva a los cambios sociales. La
inclusión de las diferencias de género, étnicas, generacionales, entre otras
desatan las viejas amarras de las concepciones conservadoras del mundo; las
migraciones, los impactos al medio ambiente de las políticas energéticas, la
urgente necesidad de igualdad, entre otros fenómenos demandan respuestas desde
una visión de las cosas cuyo horizonte sea el respeto y la participación de lo
distinto en lo universal, de una ética que promueva el bien común, la
congregación en vez de la soledad personal como refugio a la desintegración de
los viejos lazos que nos han tornado en humanos.
Esta es la Universidad
de Chile que hoy da la bienvenida a sus nuevos y nuevas estudiantes.
2.- La educación pública: un derecho
social de ciudadanía.
Los chilenos y
chilenas nos encontramos hoy discutiendo, como no lo hemos hecho en al menos
dos décadas, cómo queremos que nuestro país sea en el futuro, cuál es el Chile
que queremos dejarle a nuestros hijos.
En la superficie,
lo que está en discusión es el problema de la educación pública. Pero en
realidad, el problema de la educación pública es el problema de lo público de
la educación, y el problema de lo público de la educación es en realidad la
cuestión de cuál es la relevancia de lo público a secas.
Cuando lo que se
discute es la educación escolar, el problema de la educación pública es su
progresiva decadencia. Esta decadencia es un fenómeno observable desde hace ya
varios años y tiene dos dimensiones.
Una cuantitativa:
la educación pública (municipal), en lo que a números se refiere, está en caída
libre, y 2010 fue el primer año en el que la matrícula de primero básico en la
educación municipal fue menor a la de la educación particular subvencionada.
Otra cualitativa:
la educación escolar pública está crecientemente transformándose en la
educación para los más pobres, en ghettos de marginalidad. Esto no se aplica en
igual medida a cada establecimiento público o privado, pero si en general: la
población matriculada en la educación particular subvencionada es socialmente
más diversa que la matriculada en la educación municipal, que es en general
claramente más pobre.
A primera vista,
pareciera que el problema de la universidad pública no es el mismo que el de la
educación escolar pública. Entre las universidades públicas se encuentra la
Universidad de Chile, y en general las universidades públicas son universidades
demandadas por los estudiantes, lo que quiere decir que son más selectivas que
la media. Aunque es cierto que la proporción de la matrícula universitaria que
corresponde a la universidad pública es menos de la mitad del total, podría
decirse que eso es consecuencia del dinamismo de la matrícula privada, más que
de la decadencia de la educación superior pública.
Pero esto es sólo
una impresión superficial, que no da cuenta sino del estado mucho más temprano
en que se encuentra, respecto de la educación superior, el mismo proceso que
llevó a la educación escolar al estado en que hoy se encuentra. Y aunque en un
estado más temprano (y por eso en un estado menos evidentemente grave), ese
proceso está hoy en curso en la educación universitaria, y tendrá el
mismo desenlace si no actuamos pronto para evitarlo.
A estas alturas es
difícil negarlo: esa fue una de las consecuencias de organizar el sistema
escolar como un mercado. ¿Qué espacio hay para la educación pública cuando el
sistema escolar se estructura conforme al mercado? La respuesta es clara: el
mínimo. Hay una responsabilidad pública, cumplida por el Estado y financiada
con impuestos, de dar a cada chileno una educación de mínima calidad. Cuando
todos han recibido el mínimo, cada uno verá qué comprar en el mercado en
adición a eso (si es que puede comprar algo).
Por consiguiente,
la educación pública terminará siendo la educación para los que, en adición al
mínimo que paga el Estado, no pueden comprar nada, y la educación particular
subvencionada se segregará de acuerdo a cuánto puede pagar cada uno, y la
educación particular pagada estará disponible para quienes pueden pagar sin
techo. Hoy no es responsable negar que esta es nuestra situación.
Estructurado
conforme al mercado, el sistema escolar fue capaz de expandir su matrícula
considerablemente, hasta alcanzar prácticamente cobertura completa. Pero el
precio fue la segregación, la desigualdad y la mala calidad.
Lo que podemos
observar en la educación puede ser observado en general en todas las áreas de
la vida común: en salud, en seguridad social, en vivienda. El legado de décadas
de entender lo público como un subsidio mínimo a quienes no pueden participar
del mercado es siempre el mismo: educación y salud segregada, para ricos y para
pobres, ciudades segregadas en barrios para ricos y para pobres, pensiones
solidarias para un porcentaje considerable de quienes cotizaron toda su vida,
para qué seguir.
Contra esta
comprensión de lo público como el subsidio del mínimo a quien no puede comprar
lo que necesita por su cuenta en el mercado, hoy está surgiendo, en particular
desde los movimientos sociales, una comprensión de lo público como la esfera de
la ciudadanía, la esfera en la que todos somos iguales como ciudadanos. Es la
esfera de los derechos sociales.
Pero decir de algo
que es un derecho social de ciudadanía es precisamente decir que a su respecto
la desigualdad y la segregación son inaceptables. Y la educación debe ser
entendida como un derecho social de ciudadanía.
Cuando se dice que
en aras de la libertad de enseñanza hay que defender la libertad de las
familias para elegir dónde educar a sus hijos e hijas, hoy vemos que sólo un
sector minoritario de la población puede ejercer en pleno esa libertad de
elección; no así las familias de los sectores medios y más vulnerables de la
población, quienes no tienen la capacidad de pago para elegir libremente. No
estamos en contra de la educación particular ni tampoco contra la libertad de
enseñanza, ellas forman parte de nuestra historia desde los inicios de la
República. Sólo decimos que la ciudadanía se cansó de solicitar, y ahora exige
que la educación sea un derecho social de ciudadanía, exige tener igualdad de
condiciones para elegir la educación de sus hijos e hijas, y exige que los
colegios públicos tengan, a lo menos, igual calidad que los colegios
particulares pagados para que sean una real opción al momento de elegir.
Entonces podremos hablar que en Chile existe libertad de enseñanza y libertad
para elegir el colegio donde queremos que vayan nuestros hijos e hijas. La
ciudadanía se cansó que en Chile la cuna y la capacidad de pago de sus padres
marque de por vida las posibilidades de desarrollo de los talentos con que
nacen sus hijos e hijas.
Si lo público es la
provisión mínima de algo a quien no puede comprarlo por su cuenta en el
mercado, entonces el "mercado" universitario aparece severamente
distorsionado por la "anomalía" que significa la existencia de un
sector público que no es un ghetto de marginalidad sino que agrupa a algunas de
las universidades más prestigiadas y demandadas, y por consiguiente más
selectivas, del sistema. En una comprensión de lo público como la provisión de
un mínimo, la Universidad de Chile evidentemente debería ser privatizada,
porque no tiene sentido que el Estado ofrezca, a quienes han recibido la mejor
educación secundaria, una educación muy superior a la que puede comprarse en el
mercado. Es al contrario: la oferta pública necesita ser de menor calidad que
la oferta privada, porque de ese modo se provee un incentivo para que todo el
que puede pagar de su bolsillo emigre al sector privado. La educación y la
salud son buenos ejemplos.
Pero claro,
privatizar la Universidad de Chile no es políticamente posible para gobierno
alguno, porque la Universidad de Chile está unida al alma de Chile. Pero que no
haya podido ser derechamente privatizada no niega la situación ya apuntada: su
existencia es una anomalía y, para no pocos, una molestia. Y la anomalía se
soluciona al dejar a las universidades públicas entregadas a las fuerzas del
mercado, porque en ese caso es cuestión de tiempo antes de que el mismo proceso
que llevó a la segregación del sistema escolar público solucione esta anomalía,
por la vía de transformar a las universidades públicas en universidades que son
una opción real sólo para quienes no pueden optar al sector privado.
Es importante
destacar un par de consecuencias.
La primera es que,
entregadas a las fuerzas del mercado, las universidades públicas han debido
desarrollar estrategias de supervivencia en el contexto del mercado. Ello las
ha llevado a vender servicios, con resultados variables. A partir de esto,
cuando se discute sobre "el lucro" en educación superior se ha
escuchado reiteradamente la idea de que "las universidades estatales
también lucran", lo que es desde luego absurdo. Una cosa, que ciertamente
dista de lo que nosotros querríamos, es que como las universidades públicas hoy
se autofinancian conforme a las reglas del mercado, deben actuar en el mercado
para financiarse; hacerlo significa vender servicios y con los resultados de
esa venta pagar a quienes contribuyen a producir esos servicios. Otra cosa es
que la institución se entienda como una que existe para producir utilidades
económicas para sus controladores.
Es ingenuo pensar
que por el solo hecho de ser una universidad estatal, ella se va a comportar de
modo significativamente diferente de otra que es privada, si ambas se financian
de la misma manera. En la medida en que la universidad pública se financia
principalmente conforme a las reglas del mercado, tenderá a actuar como una
universidad privada. En el caso de la Universidad de Chile, el ethos público de
esta universidad y la manera en que los miembros de la comunidad universitaria
entienden su responsabilidad por la mantención y revitalización de la tradición
de la universidad de Andrés Bello, así como la memoria de tantas luchas en
defensa de la Universidad, contribuyen a contrarrestar la fuerza que empuja a
la institución a entenderse como proveedores de servicios al mercado. La
Universidad de Chile, dicho de otro modo, es un torpe agente de mercado, y eso
es para ella motivo de orgullo. Pero la realidad de cada universidad estatal es
diferente respecto a la protección que pueden tener ante las exigencias del
mercado. Un ejemplo es ver a universidades estatales de regiones venir a
Santiago a ofrecer docencia de pre y postgrado y postítulos. Otro ejemplo es
recordar que la Universidad de Chile recibe, de manera directa del Estado,
menos del 10% de su presupuesto, el que hoy alcanza a más de US$ 1.000 millones
de dólares, debiendo autogenerar más del 90% de ese presupuesto para llevar a
cabo con calidad y equidad sus labores de docencia superior, investigación,
creación y extensión.
La segunda
consecuencia es que, por las razones que ya hemos visto en operación en el
sistema escolar, si el sistema universitario se organiza como un mercado, las
universidades públicas tenderán a transformarse en un ghetto de marginalidad
social y económica, atendiendo sólo a quienes no pueden optar al sistema
privado. Cuando ese proceso se haya completado, la anomalía universitaria habrá
desaparecido, y la universidad pública será, como la educación municipal, una
educación a la que solo los pobres tenderán a ir, porque todos los que tienen
medios, poder e influencia habrán emigrado a la educación universitaria
particular.
3.- Un Nuevo Trato entre el Estado y las universidades estatales.
Hoy reitero lo que
desde el año 2006 y sin éxito hemos venido proponiendo a los poderes públicos:
un Nuevo Trato para fortalecer las universidades estatales, asegurar la calidad
de su trabajo, permitir que ellas se constituyan en un pilar del desarrollo
nacional y regional, y terminar con el autofinanciamiento al que se las tiene
obligadas y que terminará por desnaturalizar su misión. Para esto, el Estado
debe crear un aporte basal permanente, equivalente al menos al 50% del
presupuesto actual de cada universidad, reajustado como porcentaje del PIB, con
la definición explícita de deberes y derechos y con la correspondiente
rendición de cuentas públicas y transparentes.
Es la única manera
en que las universidades estatales puedan seguir contribuyendo al país y
preservándose como espacios públicos laicos, pluralistas en la creación y
transmisión de conocimiento de calidad, independientes de grupos de interés
específico, y donde existan en plenitud la libertad de expresión y la
complejidad del conocimiento.
El Nuevo Trato
permitirá el desarrollo de un Sistema de Educación Superior Estatal, entendido
como una red de universidades que a lo largo del país cumplen tareas en un
esquema de colaboración, y creándose universidades o sedes universitarias
estatales en cada región que aún no las tiene. El Sistema de Educación Superior
Estatal debe ampliar su cobertura para, al menos, equiparar la cobertura de la
educación superior privada.
El Nuevo Trato
debe, asimismo, asegurar las condiciones para que la Universidad de Chile
llegue a su Bicentenario manteniendo su condición de ser un referente
intelectual, cultural y educacional en el país, y una universidad de clase
mundial.
4.- Proyecto Institucional de Educación
Hace un año
exactamente propuse a la comunidad universitaria el desafío de avanzar hacia la
construcción de una nueva Facultad de Educación en la Universidad de Chile, de
carácter integrada y transversal, que pusiera a la educación y a la formación
docente como un área estratégica del quehacer académico de nuestra Universidad.
¿Con qué bases
académicas levantaremos la educación pública que millones en Chile reclaman hoy
con justa razón? ¿Desde dónde vamos a generar las múltiples respuestas que
requieren, en una espiral constante, las innumerables problemáticas cotidianas
propias de cualquier sistema escolar? Es para hacernos parte de esta
reconstrucción, desde nuestro oficio académico, que hemos invitado a nuestra
comunidad universitaria a tomar decisiones estratégicas para el área educación
en la Universidad de Chile.
No simples mejoras;
no arreglos o acomodos parciales. Decisiones estratégicas que permitan ofrecer
al país el sustento académico y reflexivo para construir un sistema de
educación pública ejemplar en Latinoamérica, y que tenga como uno de sus
pilares a las Universidades Públicas. Decisiones que nos permitan seguir
construyendo en conjunto y no quedarnos paralizados en el inmovilismo y la
incapacidad de cambiar.
Podríamos hacer
muchos discursos sobre el valor y sentido de la educación, o sobre las bondades
de tal o cual propuesta pedagógica. Sin embargo, estaríamos muy lejos de honrar
nuestra misión como Universidad de Chile si no somos capaces de generar amplias
y sólidas bases académicas que sustenten nuestro aporte efectivo a la
reconstrucción de la educación pública chilena.
Como Rector de esta
Universidad, creo firmemente que la Universidad de Chile debe concurrir con
decisión a esa tarea. Es ese, y no otro, el sentido profundo del Proyecto
Institucional de Educación que estamos impulsando. Por ello debemos buscar la
máxima participación y compromiso, de modo que sean las mejores ideas, las
mayores voluntades y esfuerzos los que se congreguen tras este propósito.
Considerando que el
Comité Ejecutivo del Proyecto Institucional de Educación -que integra
académicos y estudiantes de once unidades académicas- habrá finalizado su
revisión de las diferentes propuestas de institucionalidad existentes,
solicitaré se me entregue a más tardar a fines del mes de mayo un informe
de síntesis y/o de alternativas en los temas de principios e institucionalidad.
Ese informe será presentado al Comité Directivo del Proyecto Institucional de
Educación, discutido por la comunidad y llevado al Consejo Universitario y al
Senado para que adoptemos, durante este primer semestre, las decisiones
institucionales que correspondan y que nos permitan seguir avanzando.
Y si los campos y
disciplinas a través de las cuales la Universidad proyecta su aporte al país
son muchos, ciertamente, el campo de la educación no debe ni puede ser el
último de aquellos. Ese es nuestro llamado. Así de franco y así de simple y
desafiante.
5.- Iniciativa Bicentenario de
Educación
Con todo el
esfuerzo que podamos hacer para poner en práctica nuestro Proyecto
Institucional de Educación e instalar nuestra Facultad de Educación, y el
esfuerzo que realizan otras universidades en este ámbito, esto no será
suficiente para acometer el gigantesco esfuerzo que se requiere para darle a
Chile la educación de calidad y equidad que sus hijos e hijas merecen.
Invitamos al Estado
de Chile y al actual y al futuro Gobierno a dar un giro audaz en las políticas
públicas educacionales e instalar en el país una nueva Iniciativa Bicentenario
exclusivamente para Educación, de una envergadura financiera, de una ambición
académica y de una cobertura nacional tales que sea capaz de impactar y
remecer, como un terremoto grado 10, en la raíz del tema central y de mayor
vinculación con el desafío de mejorar lo antes posibles la calidad y equidad
educacional: la formación y desarrollo de profesores y profesoras en todos los
niveles educacionales, y el desarrollo de la investigación y creación en
Educación según los más altos estándares internacionales.
A través de un
Fondo no menor de 500 millones de dólares en 10 años se pueden financiar
propuestas de 5 Facultades de Educación que tengan la capacidad y compromiso de
transformarse, en ese período, en centros de reconocida excelencia
internacional en educación, distribuidas en todo el territorio, y cuyas
universidades -al menos tres de ellas públicas- se comprometan a involucrar a
todas sus otras Facultades y Departamentos disciplinarios en esta tarea. Para
todo ello, el Estado y las Facultades de Educación debieran establecer metas
concretas de productividad académica y de evaluación del desempeño en cada
proyecto. Estas 5 facultades se deberían convertir en los nodos dinámicos de
una Red Nacional de Facultades de Educación con la tarea de mejorar
sustantivamente la formación docente en todos sus niveles y el desarrollo
académico del área.
Estas cinco
Facultades de Educación se deben comprometer a sostener proyectos que
impliquen, a lo menos: inversiones en infraestructura, equipamientos y
laboratorios de última generación; concursos internacionales para traer
al menos 200 académicos con doctorado en los próximos 5 años; alianzas con
Facultades de Educación del más alto nivel internacional; una Red de establecimientos
escolares y jardines infantiles, con asiento en sectores sociales vulnerables;
creación de centros de experimentación didáctica y de plataformas web
para que todos los educadores del país accedan a los desarrollos logrados.
Todo lo anterior
debe ir, necesariamente, acompañado de políticas públicas que eleven la
valoración social y material del ejercicio de la profesión docente.
6.- No nos engañemos, el modelo
educacional de Pinochet sigue intacto en lo esencial
La inauguración del
Año Académico 2013 de nuestra Universidad se da en momentos en que la agenda
nacional está marcada por los reclamos de la ciudadanía, liderados por nuestros
estudiantes, por producir los cambios que requiere nuestro sistema educacional
y así terminar con las brutales desigualdades e inequidades que éste genera, y
por elevar sustancialmente la calidad de la educación.
Pero no nos
engañemos, la esencia del modelo educacional impuesto por la dictadura,
privatizador y mercantil, especialmente en el ámbito universitario, y para desgracia
de la educación pública, sigue tan vigente como cuando fue firmado por
Pinochet. A pesar que es un modelo que por sus resultados no sólo fracasó sino
que está completamente colapsado, y que sigue vigente pese al rechazo de
cientos de miles de estudiantes universitarios, secundarios, comunidades
universitarias, profesores y familias chilenas.
Vuelta la
democracia, no deja de ser sintomático que la educación en general, para qué
decir la educación pública, no ha sido protagonista en ninguno de los programas
de las candidaturas presidenciales, ni tampoco en los discursos presidenciales
del 21 de mayo de cada año. Sintomático que en esos programas y discursos no se
haya incluido como central el tema de la educación, con una propuesta con
visión estratégica de política pública de Estado; o que no se haya planteado
una propuesta potente para que la autoridad cumpla con su obligación de
asegurar que la educación, sea ésta pública o privada, tenga altos estándares
de calidad; o que no se hayan propuesto políticas robustas y acciones concretas
para fortalecer la educación pública. Son temas que han estado ausentes en
estos programas y discursos presidenciales, están pendientes. Y no deja de
llamar la atención, puesto que es algo que uno hubiera esperado encontrar en
esos programas y discursos post dictadura, sea por la importancia que se dice
que tiene la educación en general y la educación pública, en particular, para
el desarrollo de un país más republicano e igualitario; o por mostrar
consistencia con lo que se decía sobre este tema durante la dictadura y querer
cambiar el modelo educacional impuesto por Pinochet.
La mayoría de los
cambios educacionales que se han producido han debido enfrentar y derrotar el
lobby oscuro y no regulado de grupos minoritarios interesados en mantener un
status quo que les favorece a costa del país.
Y por eso mismo,
los cambios gatopardistas producidos en educación son parches y retazos, sin un
hilo conductor aparente, cambios que han surgido más como resultado de las
negociaciones para superar conflictos sociales coyunturales y a espaldas de la
ciudadanía, que como resultados de una política pública de Estado. Y digo sin
hilo conductor aparente pues los cambios producidos en educación, especialmente
en educación superior, en los hechos sí tienen un hilo conductor conocido:
cambiar para no cambiar; no cambiar el modelo educacional impuesto por la
dictadura; no afectar los intereses ideológicos y económicos que se benefician
de él; no afectar el lucro con dineros fiscales; no afectar la aplicación falsa
de la ley de Pinochet que establece que las universidades deben ser
corporaciones sin fines de lucro; buscar formas para traspasar recursos
fiscales a las universidades privadas nuevas; oponerse a reconocer a la
educación como un derecho social de ciudadanía; oponerse a reconocer la
obligación del Estado para con la educación pública y las universidades
estatales; y seguir afectando a la educación pública y a las universidades
estatales en particular.
Un ejemplo de
cambio gatopardista es el actual proyecto de Superintendencia de Educación
Superior, entidad que solo la Universidad de Chile defendió en junio del 2011,
contra la oposición y descalificaciones de muchos quienes hoy aparecen como sus
grandes impulsores y defensores. Es un proyecto deficiente y, lejos de plantear
una solución definitiva a los problemas de regulación y calidad que aquejan a
la educación superior, es tan sólo un débil intento de respuesta a las
demandas. Así las cosas, no resulta factible apoyar y menos aprobar el actual
proyecto de ley de Superintendencia que: i) lejos de desterrar el lucro en la
educación universitaria pretende legalizarlo por la vía de regular las
relaciones entre empresas relacionadas y las universidades; ii) no establece
con claridad y de manera detallada las facultades de que gozará la nueva
institucionalidad para reaccionar y realizar procesos de investigación en casos
de denuncias; iii) no contempla la figura de un administrador provisorio para
el caso de un eventual cierre de una institución de educación superior, que
garantice el derecho de los estudiantes a completar sus estudios y acceder a la
titulación.
Las grandes
ganadoras de estos cambios gatopardistas han sido las universidades privadas
nuevas, sobre todo aquellas que se compran y se venden en el mercado y para
quienes estos cambios les han asegurado la sustentabilidad del negocio, con
recursos fiscales. Es curioso. En 1981 se permitió que el sector privado
entrara en el sistema universitario con el argumento que los privados iban a invertir
para hacer más eficiente, competitivo y de mejor calidad el sistema
universitario; y por eso Pinochet dispuso que las universidades no tuvieran
fines de lucro. Pero resultó que los privados no invirtieron parte de su
patrimonio en las universidades que crearon sino que, más bien, han
administrado, con grandes ganancias, los aranceles de los estudiantes, la
mayoría de ellos provenientes de sectores vulnerables. Olvidándose de las
reglas del juego impuestas por Pinochet para que el sector privado entrara a
participar en el sistema universitario y bajo las cuales se crearon las
universidades privadas nuevas, y con el argumento de la no discriminación en el
financiamiento estatal a las instituciones, ahora han logrado con éxito
que el Estado les transfiera, directa e indirectamente, dineros fiscales.
Quienes, según Pinochet, iban a invertir generosamente sus recursos para
contribuir al desarrollo de la educación superior, ahora exigen recursos del
Estado. Sin que el uso y manejo de tales dineros fiscales sea controlado por la
Contraloría General de la República, sin estar sujetas a la Ley de
Transparencia y, cuando se trata de dineros fiscales, sin tener que hacer sus
transacciones comerciales por el portal mercado público.
Y por eso mismo,
las grandes perdedoras y olvidadas han sido las universidades estatales. Fuera
de sus comunidades han sido pocos, y lo repito aunque moleste, han sido pocos
los que las han defendido y han querido jugarse pública y políticamente por
ellas. Al parecer, con el correr del tiempo, este modelo parece acomodar a más
grupos de interés de los que uno pudiera haber imaginado.
Todo esto sin dejar
de valorar y reconocer el apoyo dado a la Iniciativa Bicentenario propuesta por
la Universidad de Chile y por esta rectoría para revitalizar las
Humanidades, las Artes y las Ciencias Sociales y de la Comunicación, en la
Universidad de Chile y en otras universidades estatales, y el que se haya
incrementado en 5% real el AFD para las universidades del Consejo de
Rectores, durante 10 años.
En absoluto estoy
diciendo que en el país no exista provisión mixta de la educación y que el
Estado no siga apoyando a través del AFD a las universidades privadas
tradicionales, que han hecho un gran aporte al país, y que asigne recursos
concursables en ciencia, tecnología, humanidades y artes. Lo que estoy diciendo
es que no se puede obstaculizar e impedir, con el argumento de no discriminar
entre universidades privadas y públicas, que el Estado asuma la responsabilidad
que tiene para con las universidades estatales.
La responsabilidad
del desarrollo de las universidades estatales a lo largo de todo el país recae
en su propietario, el Estado, es decir, todos los chilenos y chilenas. En
cambio, la responsabilidad por el desarrollo de las universidades privadas es
responsabilidad de sus respectivos propietarios. Y el Estado no está cumpliendo
con su responsabilidad.
Hemos propuesto,
desde que asumimos esta rectoría en el año 2006, establecer un Nuevo Trato
entre el Estado y las universidades estatales que repare esta injusticia de
dejarlas abandonadas al mercado. Y un Nuevo Trato entre el Estado y la
Universidad de Chile que permita a ésta, la universidad de mayor excelencia
académica del país convertirse, para bien del país, en una universidad de clase
mundial. Nada ha pasado. Peor aún, inexplicablemente (o a lo mejor con
explicaciones que desconocemos) desde mediados del 2011 duerme, en la Comisión
de Educación del Senado de la República, un proyecto de ley para establecer ese
Nuevo Trato.
A mediados de 2011
se nos aseguró que se apuraría la ley del lobby, hoy seguimos esperando que
ello ocurra y vemos lo que está pasando con las investigaciones judiciales
contra varias universidades privadas nuevas, en las que se demuestra que el
lobby oscuro y no regulado estuvo presente a través de trafico de información,
influencias o dineros. Insisto en que es imprescindible que de una vez por
todas se prohíba el lobby y se regule el tráfico de información, influencias y
dineros, que se ha hecho sentir con mucha fuerza en la protección de
universidades privadas nuevas que están siendo investigadas. Creo que el
gobierno podría adoptar voluntariamente desde hoy normas rigurosas que
transparenten reuniones formales e informales, mensajes de texto y correos
electrónicos. Esto lo hemos reclamado una y otra vez porque atenta contra la
igualdad de todos y que es esencial en una sociedad democrática, ¿será
necesaria la presión de manifestaciones populares para que de una vez por todas
la autoridad termine con esta inaceptable práctica?
En la Universidad
de Chile ya conocemos el libreto: cada vez que desde esta Casa de Estudios se
defiende a la educación pública, o se ataca el modelo educacional de Pinochet,
o se dice que hay que terminar con el lobby oscuro, o terminar con la aplicación
falsa de la ley que dice que las universidades son corporaciones sin fines de
lucro, o que debe haber un nuevo trato entre el Estado y sus universidades,
nosotros ya sabemos que lo que viene después son los ataques y acusaciones de
todo tipo contra la Universidad de Chile. Como siempre, alzaremos nuestra voz
con total claridad y fuerza en defensa de la Universidad de Chile, que es
patrimonio de todos los chilenos y chilenas.
Y un último ejemplo
simbólico: a pesar que públicamente hemos recibido compromisos de apoyo,
seguimos imposibilitados económicamente de iniciar el proyecto para remodelar y
restaurar el edificio de la Casa Central de la Universidad de Chile, icono de
la educación pública y patrimonio cultural y arquitectónico de la República, y
que alberga al patrimonio cultural más importante de nuestra Casa de Estudios:
el Archivo Central Andrés Bello. Un edificio que ha sufrido los embates de los
terremotos de Santiago en 1985 y en 2010, y que hoy presenta un alto riesgo de
siniestralidad. ¿Cuáles serán las explicaciones que se darán el día
después de ocurrido un siniestro desbastador que lo lleve a tierra o a cenizas?
Como Universidad de Chile hemos hecho todas las gestiones a nuestro
alcance para sacar adelante el Nuevo Trato y el proyecto de Casa Central.
7.- Palabras finales.
Esta ceremonia es una buena oportunidad para hacer un reconocimiento a los y las estudiantes de la Universidad de Chile por su liderazgo en el movimiento estudiantil que puso a la educación como el principal tema de interés ciudadano del país. Habla muy bien de Chile que estemos hablando de educación y eso nos convierte en un mejor país. Es justo reconocer que los estudiantes de Chile han hecho lo suyo, haciendo gala de un increíble coraje que recuerda nuestra historia, nos han enfrentado con argumentos y han llegado a lo impensado, a emocionar a una buena parte del mundo entero. A ellos y a ellas estuvo dedicada la canción de Violeta Parra que hemos escuchado en esta ceremonia.
7.- Palabras finales.
Esta ceremonia es una buena oportunidad para hacer un reconocimiento a los y las estudiantes de la Universidad de Chile por su liderazgo en el movimiento estudiantil que puso a la educación como el principal tema de interés ciudadano del país. Habla muy bien de Chile que estemos hablando de educación y eso nos convierte en un mejor país. Es justo reconocer que los estudiantes de Chile han hecho lo suyo, haciendo gala de un increíble coraje que recuerda nuestra historia, nos han enfrentado con argumentos y han llegado a lo impensado, a emocionar a una buena parte del mundo entero. A ellos y a ellas estuvo dedicada la canción de Violeta Parra que hemos escuchado en esta ceremonia.
Cuando se habla de
cambios en la educación y de reformas tributarias para financiarlas y se
discute por su distribución, quiero que mis palabras finales vuelvan a ser el
eco de los que no tienen voz, los niños y niñas de nuestro país, especialmente
de aquellos de los sectores más pobres. Repitiendo lo que dije en el
aniversario 170 de nuestra Universidad, "vuelvo a pedir un esfuerzo real y
sincero al actual y al futuro Gobierno de Chile y al Congreso Nacional y a los
estudiantes universitarios para que desde ahora, ¡y a lo que cueste! se brinde
educación parvularia universal y de calidad, según los más altos estándares
internacionales, a todos los niños y niñas de Chile, sin ninguna excepción o
justificación que pretenda explicar la injusticia que hoy se produce. En la
inequidad de la educación parvularia en los sectores más vulnerables está la
cuna de las desigualdades que tenemos. Los recursos están, hay que hacer los
recortes y reasignaciones presupuestarias necesarias para que esto se pueda
cumplir, ahora, no mañana. Las niñas y niños de los sectores pobres no pueden
esperar, se les va la vida, y nuestra vida por tanto, en ello. Solo así la vida
plena podrá prodigarse en una felicidad encarnada en la materia y en el goce de
la vida en común. Si algunas personas consideran que ello no es posible, pues
afectaría los equilibrios macroeconómicos del país, los invito a que vayan a
donde viven esos niños y niñas, que los miren a los ojos y les expliquen, por
qué ellos y ellas no podrán recibir los estímulos adecuados para desarrollar
los talentos con que nacieron y continuarán siendo castigados de por vida, por
nuestro egoísmo, por nuestra falta de generosidad". Espero que las y los
estudiantes universitarios también estarán dispuestos a marchar por sus
hermanas y hermanos menores.
¡Viva la
Universidad de Chile! ¡Viva la Universidad de Chile libre! ¡Viva Chile!
Muchas
gracias.
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