sábado, 2 de noviembre de 2013

DEBATE. La investigacion universitaria en Colombia


DEBATE. La investigacion universitaria en Colombia

¿Ciencias inútiles?
Por: JORGE ORLANDO MELO
13 de Marzo del 2013

Como el desarrollo científico ha sido en otras partes causa del crecimiento, el país ha estimulado la investigación científica en las universidades, pero es una ciencia que tiene poco que ver con la realidad del país.
Jorge Orlando Melo

El desarrollo económico del mundo, desde el siglo XVIII, se debe en gran parte al avance de la ciencia y la tecnología. En los países que vivieron la Revolución Industrial, la relación entre investigación científica y técnica fue muy estrecha, aunque cambió poco a poco. Las innovaciones prácticas las hacían los artesanos hábiles, pero en el último siglo la ciencia ha sido el motor fundamental: los grandes descubrimientos de la física o la química son los que transforman todos los días la producción.

Colombia tuvo, hasta mediados del siglo XX, la obsesión de los "conocimientos útiles", que resultaron, más que de los sabios, de artesanos imaginativos. No eran muchos, pero inventaron o adaptaron pequeñas máquinas, usadas en las industrias locales. La lista de patentes que publicó el sociólogo Alberto Mayor es una divertida mezcla de invenciones fantasiosas y prácticos inventos. Algunos aficionados eran muy creativos, aunque la debilidad de la economía local limitó su impacto. Gonzalo Mejía inventó, hacia 1913, un hidroplano mejor que lo que había en el mundo en ese momento: en 1916 este bote de motor de avión avanzaba a más de 50 km por hora por el río Magdalena. Carlos de la Cuesta patentó en 1894 en Medellín "un tranvía de cables para transporte aéreo", es decir, el metrocable: ¡un hombre innovador para una ciudad innovadora! Fueron años de fervor industrial y técnico, de muchos inventos y aplicaciones reales.

En los años recientes, el avance del país se ha apoyado en lo que descubren otros: las drogas, los abonos, las máquinas, los teléfonos y tabletas con los que hablamos han sido inventados fuera. Nos aprovechamos, como buenos parásitos, de la ciencia y la técnica universal, sin tener que gastar en desarrollarla, pero al mismo tiempo sin adaptarla para lograr resultados óptimos.

Como el desarrollo científico ha sido en otras partes causa del crecimiento, el país ha estimulado la investigación científica en las universidades, pero es una ciencia que tiene poco que ver con la realidad del país. Suponemos que sirve para el desarrollo, pero no lo sabemos.

Ahora, por principio, las universidades han puesto la investigación científica como parte de su "misión" y su "visión", y han definido medidas para calificar sus aportes. Estas mediciones, como la ciencia que practicamos, tiene que ver poco con los problemas del país (con excepción de áreas como la economía o las ciencias sociales, que aplican modelos externos a situaciones locales, o la zoología y la botánica, que describen nuestra naturaleza), cuentan ante todo gestos y movimientos: es un registro notarial de artículos, patentes o grupos de investigadores, pero sin que se sepa si lo que se publica o investiga sirve para algo, si hemos aportado nuevos conocimientos a la ciencia, si algo patentado funcionó.



Si en el siglo XIX, la distancia entre los científicos, matemáticos e ingenieros y la tecnología de los artesanos era muy grande, ahora el abismo entre las disquisiciones científicas y el país es inmenso. Sigue habiendo inventores empíricos, como los de las máquinas para dorar los bordes de las arepas, que se producen en Sogamoso y Tunja y se usan en toda la altiplanicie oriental, y la creatividad aplicada se ve en áreas más populares y menos científicas, como la moda, el diseño o la cocina. Pero pocas universidades pueden decir que su investigación sirve para algo distinto de alimentarse a sí misma. Las publicaciones son útiles porque se citan; los proyectos de investigación, porque forman nuevos investigadores que harán en el futuro proyectos parecidos. La investigación no produce conocimientos sino artículos e informes, congresos que convocan congresos, escalafones de revistas y de universidades.

El rito de la ciencia, adorada por todos, domina, aunque en la vida real no pase nada.
www.jorgeorlandomelo.com



En defensa de la investigación universitaria en Colombia  
ECONOMÍA Y SOCIEDAD
Domingo, 24 de Marzo de 2013 20:16

Bienvenido el debate sobre la pertinencia y relevancia de la investigación científica en las universidades colombianas. Es injusto acusar a los investigadores de dar la espalda a la realidad del país. Sus aportes son valiosos en múltiples disciplinas.
Hernan Jaramillo RazonPublica

Hernán Jaramillo Salazar
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Dos errores

En una columna desafortunada — “¿Ciencias Inútiles?”, publicada en El Tiempo el pasado 13 de marzo — Jorge Orlando Melo plantea un debate necesario al afirmar que “como el desarrollo científico ha sido en otras partes causa del crecimiento, el país ha estimulado la investigación científica en las universidades, pero es una ciencia que tiene poco que ver con la realidad del país”.

La columna resulta desafortunada por ignorar esa misma “realidad del país”.

El columnista comete dos errores fundamentales, inconcebibles en un intelectual que ha tenido el privilegio de ser miembro de la Fundación del Banco de la República en temas de ciencia y tecnología, Director de la Biblioteca Luis Ángel Arango, jurado en varias oportunidades de los premios de ciencias de la Fundación Alejandro Ángel Escobar, e historiador con estudios en el exterior:
•El primer error — como periodista — consiste en faltar al deber ético de confrontar siempre la información y verificar los datos antes de expresar una opinión;
•El segundo error — como intelectual, como historiador y como formador de mentes jóvenes — consiste en faltar al deber epistemológico de emitir opiniones en ciencia e investigación antecedidas por una búsqueda rigurosa de los datos y de los hechos y por asegurar la validez de las hipótesis.
¿Cómo podría escribirse la historia si no fuera mediante una confrontación profunda de hechos y realidades? En este caso y en esta columna se desconocen los hechos y la historia.
Opiniones aparentemente “ilustradas” — como la siguiente — hacen un daño grave o a la investigación, a la ciencia y a las universidades de verdad, las universidades de excelencia: “Ahora, por principio, las universidades han puesto la investigación científica como parte de su "misión" y su "visión", y han definido medidas para calificar sus aportes. Estas mediciones, como la ciencia que practicamos, tienen que ver poco con los problemas del país”.

El profesor Melo parece sugerir que lo único importante es la relación universidad – empresa, cuando esta es una pequeña fracción de un universo mucho más amplio: la relación ciencia – sociedad, donde los aportes de la universidad colombiana han sido significativos. No se pueden mencionar solo las innovaciones marginales del pasado, cuando resulta abrumadora la evidencia de innovaciones radicales originadas recientemente en las universidades colombianas de élite.

El autor de la columna mencionada podría haberse tomado el trabajo de revisar publicaciones de Colciencias, como “75 maneras de generar conocimiento en Colombia. 1990-2005”, con los resultados concretos de proyectos de investigación en diferentes áreas del conocimiento.

El caso de Antioquia

La Universidad de Antioquia acaba de ser acreditada por diez años, no como resultado de haber incorporado a la ligera en su misión y su visión una frase relacionada con la ciencia y el conocimiento.

Su acreditación se explica por la intensa actividad de sus grupos de investigación. Ahí reside el secreto de sus éxitos y de su impacto. Las cifras son el resultado de su cultura, de su historia, de su excelencia académica y de conocimiento.

Una visita a la Sede de Investigación Universitaria (SIU) y a sus grupos de investigación llevaría a una persona abierta de mente — sin arrogancia “intelectual” o “argumentos de autoridad” — a comprender los múltiples vínculos entre los resultados de la investigación y los problemas de la sociedad.

Son muchísimos los ejemplos: desde los grupos de investigación en salud y su aporte a la comprensión de enfermedades, con el desarrollo de patentes como el gen paisa, en el estudio–caso del Alzheimer, en el estudio de la tuberculosis, en el trabajo profundo del Programa de Estudio de Control de las Enfermedades Tropicales, de grupos como el de inmunogenética, en el control de las enfermedades infecciosas, en el grupo de trasplantes, entre otros.

De los grupos dedicados a temas más cercanos a la empresa son innegables resultados concretos como los siguientes:
•Patentes adoptadas por la industria de la corrosión y la protección, de coloides, de química orgánica de productos naturales.
•El grupo de química de recursos energéticos patentó una planta generadora de gases calientes con aplicaciones efectivas en la industria del cemento.
•La patente que protege una innovación mayor sobre un quemador atmosférico que atenúa los efectos de la altura, aumenta la eficiencia energética en procesos de calentamiento y garantiza una combustión higiénica. Esta innovación ya fue incorporada como sistema de combustión en un calentador de agua de paso que se comercializa desde hace un año y que fue diseñado y desarrollado por la empresa de electromésticos Haceb.
•La cooperación del grupo de investigación en diagnóstico y control de la contaminación con EPM en temas de control de los embalses derivados de resultados de su investigación y con Uniban en la descontaminación de suelos en Urabá.
¿Es que acaso los temas de la calidad de las aguas y la microbiología ambiental no son pertinentes para la sociedad? Y ¿por qué no hablar de la pertinencia profunda de las ciencias básicas, la física, la química, la biología?
¿Por qué no profundizar en los aportes que a través de las ciencias sociales se le entregan a la sociedad para su comprensión, su historia y su cultura? Trabajos como los de Maria Teresa Uribe y el grupo de estudios políticos o el de valores musicales regionales, ¿acaso no son importantes para la sobrevivencia de la sociedad? Para no mencionar la historia, cuya investigación tampoco parece relevante para la sociedad, a juzgar por los argumentos de la columna de marras.

Sin salir del ámbito de la Universidad de Antioquia, cualquier lector o columnista podría indagar sobre los cerca de 250 grupos de investigación y encontrar resultados adoptados por diferentes espacios de la sociedad, con pertinencia y responsabilidad.

Sin dejar a Medellín, podría visitar la Corporación de Investigaciones Biológicas para confirmar su relevancia científica de alcance mundial asociada en el área de salud. Su lema “las ciencias al servicio de la Vida” tampoco es una fórmula ritual en la misión y la visión, sin sustento y desconectada de la realidad.

Y cruzando el puente, podría continuar este periplo admirable para visitar la Universidad Nacional de Medellín. Se encontraría fácilmente la huella imborrable de la Facultad de Minas: su compromiso de hacer ciencia para la sociedad sigue vigente en sus grupos de investigación.

El viaje seguiría por la Autopista Sur para llegar a EAFIT, donde admirar y comprender la profunda transformación institucional en investigación e innovación que se viene operando, en total coherencia con su origen empresarial. Pero este prestigioso centro se ha convertido también en un espacio mayor para la sociedad: un ámbito de conocimiento e innovación, de música, de literatura, de ciencias y de ingeniería. Bastaría traspasar sus muros para encontrar en abundancia pruebas de lo que no se ha querido encontrar en la desafortunada columna periodística.

Investigación aplicada en la Nacional

Una mirada responsable al periódico de la Universidad Nacional (UN) — que circula ampliamente, entre otras por intermedio de El Tiempo, casa editorial que acoge con hospitalidad al columnista — reconocería en cada edición avances y aportes a la sociedad colombiana en problemas relevantes.

Sin pretender un inventario exhaustivo, en las distintas ediciones mensuales podrían encontrarse artículos como los siguientes:
•Cáncer pulmonar en colombianos distinto del resto del mundo: investigaciones en fármaco–genética del cáncer, realizadas por expertos de la Universidad Nacional de Colombia, constataron que los grupos humanos son diversos hasta en las características químicas de las moléculas que contienen los genes (conocidas como biomoléculas)……. “Hasta hace poco se creía que la información molecular del ADN de las poblaciones tenía diferencias mínimas; sin embargo, al comparar muestras de cáncer de pulmón de nativos colombianos y norteamericanos se evidenció una diferencia abismal en la expresión de los genes. Así, el diagnóstico de la enfermedad, que se hace a partir de métodos estandarizados en el planeta, se debería revaluar”.[1]
•En este mismo número, se encuentra que “sistemas silvo–pastoriles mejoran calidad de carne en el país: para que la carne colombiana sea más tierna, jugosa y cumpla con los estándares internacionales de calidad, investigadores agropecuarios ensayan sistemas productivos que podrían cambiarle la cara al sector.” “Mientras mejoran las praderas involucrando un arbusto rico en proteína con pasto tradicional, ceban el ganado con una dieta aventajada en valor nutricional. Los resultados son promisorios”.
•Sin consultar otra edición, se encuentra también que “aceites esenciales salvan al tomate de árbol”, gracias a un trabajo de investigación de uno de los grupos de la Universidad Nacional.
•Si tomamos al azar otro número — distante en el tiempo — se puede comprender el alcance de una “técnica para examinar tumores cerebrales en 3D”. Una herramienta de visualización en tres dimensiones les permitirá a los neurocirujanos conocer con precisión el tamaño y ubicación de los tumores cerebrales, para lograr su extirpación sin lugar a error. El sistema fue ingeniado por científicos de Colombia y México”.[2]
•En ese mismo número se informa sobre “cirugías ortopédicas en la vanguardia tecnológica: la osteotomía consiste en cortar los huesos para modificar su forma y orientación, explica el especialista Carlos García Sarmiento, ortopedista de la Universidad Nacional de Colombia, quien señala que de esta manera se repara la deformidad para aliviar el dolor y mejorar las partes afectadas en el paciente”.
•Incluso se constata la irradiación del impacto hacia el exterior del conocimiento aplicado: por ejemplo un proyecto de la UN que “beneficiará a 46 mil hogares en Honduras: una central hidroeléctrica con 40 megavatios de energía, diseñada por investigadores del Laboratorio de Hidráulica de la UN en Manizales, que suplirá la escasez de este recurso en Honduras. Es la primera vez que Colombia realiza un proyecto de esta naturaleza en el extranjero”.
•También se rinde cuenta del resultado del proyecto Información satelital, que tuvo como objetivo alertar sobre el desbordamiento de los ríos, para que la política pública pueda tomar decisiones a tiempo y evitar posibles eventos de catástrofe.
Al revisar apenas dos números — entre una colección muy grande que con esfuerzo ha venido realizando la Universidad Nacional — se revela la existencia de múltiples casos, múltiples esfuerzos investigativos, múltiples éxitos, en múltiples áreas y disciplinas de investigación.
Opinión sin fundamento

La conclusión simple y clara es que al parecer el autor solo alcanzó a revisar algunas páginas web de universidades, donde no ha pasado de consultar las definiciones de misión y visión. Tal frivolidad resulta imperdonable cuando se ha tenido el privilegio de ocupar posiciones importantes y participar de espacios donde se ha premiado la ciencia y la investigación del país.

Podrían encontrarse programas y proyectos de investigación realmente importantes para la sociedad colombiana — y de relevancia intelectual y académica a nivel internacional — en respetables instituciones como la Universidad de los Andes, la Javeriana, El Rosario, la Universidad del Norte, la Universidad Industrial de Santander (UIS), la Universidad del Valle, entre otras.

Al recibir la acreditación por ocho años o más, se está reconociendo en estas instituciones la integración de la docencia y la investigación, y la obtención de resultados visibles e importantes.

La investigación en las universidades colombianas no es aislada ni fugaz: la acreditación de excelencia constata que recorren con pie firme el camino del conocimiento mediante sus programas de pregrado, sus maestrías de investigación y sus programas doctorales de excelencia, soportados por el conocimiento, la investigación y la innovación.

Esta columna posee una única virtud: se debería difundir entre los estudiantes en sus procesos de aprendizaje como ejemplo ilustrativo de una opinión sin fundamento.
* Decano de Economía de la Universidad del Rosario.


El impacto de la investigación científica en Colombia: comentarios a unos comentarios  
ECONOMÍA Y SOCIEDAD
Domingo, 31 de Marzo de 2013 20:34

Respuesta a un crítico en medio de un debate oportuno: ¿cuál ha sido el retorno de las inversiones en ciencias básicas y sociales o en investigación aplicada? ¿Debería exigirse más rigor, o el país puede sentirse satisfecho?

Jorge Orlando Melo
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Debate surrealista, pero pertinente

Tiene complicaciones discutir los comentarios del profesor Hernán Jaramillo publicados por Razón Pública en su edición del pasado 24 de marzo. Pero hay dos aspectos que debo subrayar de entrada:
•Buena parte de la argumentación se basa en afirmaciones sobre mis características personales. Considero que esto es irrelevante: en principio mis opiniones deben discutirse con independencia de mis rasgos individuales.
•Varios de los argumentos se dirigen a controvertir afirmaciones que yo no hice y que en casi todos los casos tampoco comparto. Una columna de 650 palabras no es un estudio completo del tema, deja muchas cosas por fuera y puede llevar a que los lectores se imaginen lo que uno cree, pero no ha dicho.
Discutir lo que me atribuye el profesor Jaramillo — pero que yo no creo — tiene algo de surrealista. Me parece que en el país se pierde mucho tiempo de debate hablando de las calidades de las personas (nueva encarnación del principio escolástico de autoridad) y aclarando: “pero eso no fue lo que yo dije”.
Lo que sí dije

En la columna mía publicada en El Tiempo que dio pie a los comentarios de Jaramillo  - “¿Ciencias Inútiles?” — critico dos elementos de la política científica actual:

•La idea de que la investigación guarda una relación muy estrecha con el desarrollo y que esto justifica en buena parte el apoyo a la investigación. Este es un supuesto válido en sentido general, pero como lo señalo en mi nota, no sabemos si esto es cierto para Colombia.

Mi hipótesis es que la investigación que se hace en el país tiene una relación muy tenue con el desarrollo económico y está lejos de ser una locomotora del crecimiento.

Esto resulta preocupante, por supuesto, cuando uno habla de la investigación aplicada — a la que me refiero en mi columna — pero no lo es tanto en relación con las ciencias básicas o las ciencias sociales.

•El creciente formalismo en los mecanismos de valoración de la investigación, que utiliza criterios cuantitativos donde lo esencial es la publicación de artículos en determinadas revistas y la pertenencia a grupos de investigación reconocidos por Colciencias, sin que se hayan desarrollado otros mecanismos de evaluación — que sí aplican algunas universidades sólidas — que tomen en cuenta la pertinencia y los resultados de los proyectos. En mi opinión, estos mecanismos de valoración de la investigación están llevando a que decenas de universidades estén diseñando sus políticas en forma ritualista.

Por supuesto, se hace mucha investigación de calidad en el país. En el artículo señalo explícitamente que las ciencias sociales así como las ciencias naturales (menciono la sociología y la botánica, pero podía haber incluido también ramas importantes de la medicina o de la química) sí elaboran conocimiento nuevo sobre los problemas del país. No es necesario convencerme de algo que creo hace mucho tiempo.

Y, pensando en las decenas de universidades ritualistas, señalo la excepción: digo que son pocas (¿ocho, diez, doce?) las universidades cuya investigación es relevante.

Lo que no dije

Quiero dejar en claro dos o tres puntos de vista que son diferentes de los que el profesor Jaramillo me atribuye:

1. Creo que hay investigación de calidad y relevancia en unas pocas universidades. Obviamente están allí universidades públicas como la Nacional, la de Antioquia, la del Valle, la Universidad Industrial de Santander y privadas como los Andes, la Javeriana, Eafit, la del Norte, el Rosario, el Externado y algunas más.

Para tomar un solo ejemplo: un trabajo como el del profesor Francisco Lopera en su lucha contra el Alzheimer muestra cómo una investigación que comienza siendo ciencia básica termina eventualmente abriendo el camino para un estudio de protocolos terapéuticos. Lo contrario, por supuesto, también ocurre: una investigación aplicada que fracasa puede arrojar saldos positivos sobre el desarrollo del conocimiento.

2. No creo que el mayor apoyo deba darse a la investigación aplicada. En otros artículos más extensos, he defendido que es preferible apoyar la investigación en ciencia básica en lugar de la investigación que busque resultados aplicables a corto plazo. La definición de las prioridades de investigación debe hacerla la propia comunidad científica, sin demasiada presión del Estado o del sector productivo.

Del mismo modo, he mostrado que la utilidad de las ciencias sociales o de la historia no tiene que ver con sus “aplicaciones”: su valor es independiente de su utilidad, y probablemente es más útil mientras menos busque serlo.

Por ello, la idea que me atribuye el profesor Jaramillo de que creo que lo único importante es la relación universidad–empresa es inexacta. Algunos de mis argumentos pueden verse en mi texto Utilidad de las ciencias sociales (disponible en mi página de internet http://www.jorgeorlandomelo.com/tciencia.html).

3. Precisamente porque no confío mucho en el impacto de la investigación aplicada en las condiciones actuales del país, me parece que ésta debe ser evaluada con mucho mayor rigor: mucho proyecto se presenta bajo la promesa de una aplicación remota, mucha patente se queda en un registro formal, mucho desarrollo no va más allá de un prototipo, mucha investigación aplicada o tecnológica busca producir un instrumento científico que ya existe en otras partes.

Buena parte de las causas de esta lamentable situación son externas al mundo de los investigadores: tienen que ver con el modelo económico, con las condiciones de dependencia, con la preferencia de los industriales por tecnologías ya probadas y desarrolladas, con los costos relativos de las tecnologías en cuestión, con la insuficiencia de recursos para desarrollos pilotos.

No obstante, creo que hay razones para apoyar ciertas áreas de investigación por su eventual contribución a resolver los problemas del país. Pero como regla básica me parece que debemos impulsar la investigación más bien por razones culturales, por la importancia de formar una mentalidad científica en nuestra sociedad, y no tanto porque vaya a resolver en un grado importante problemas reales a corto plazo.

En mi artículo “La investigación en la universidad y el sector productivo: una relación difícil” (también disponible en mi página de Internet) presento un análisis más elaborado sobre esta perspectiva.

Cómo medir el impacto real

Habiendo aclarado lo anterior, no creo que tengamos diferencias de fondo importantes con el profesor Jaramillo -o por lo menos me cuesta trabajo verlas-. Quizás el desacuerdo mayor está en que yo creo que son relativamente pocos los casos en donde los resultados de la investigación — que se pretende aplicada — efectivamente se aplican. Conozco algunos casos, pero me parecen excepcionales.

Varios de los ejemplos que presenta el profesor Jaramillo están justamente en el nivel donde en mi concepto se queda la mayoría de estos proyectos: un artículo que anuncia que esto podría ser muy útil, que podría cambiarle la cara al sector, que resolvería un grave problema, o una patente cuyo uso nadie negocia.

Por eso, considero que el argumento central de mi columna sigue en pie: cuando se analiza la ciencia colombiana a la luz del impacto de sus aplicaciones y de sus desarrollos tecnológicos, lamentablemente es preciso reconocer que no ha tenido un gran impacto.

Es difícil enumerar 40 o 50 investigaciones de los últimos 20 años cuyos resultados se hayan aplicado efectivamente. Muchas investigaciones tenían un potencial real, pero se vararon en el prototipo, en la patente, en el diseño, o por falta de financiación, o de continuidad, o de interés del sector productivo.

Por supuesto, la evaluación de los resultados de la investigación en ciencia básica y en ciencias sociales es diferente. Hay que preguntarse qué contribución han hecho a su disciplina, qué conocimientos nuevos, qué metodologías, qué planteamientos teóricos, qué conceptos desarrollaron.

Y la comprobación elemental es verificar el reconocimiento de la comunidad científica: en este caso, la discusión de sus puntos de vista por otros científicos me parece la mejor medida, más que la publicación de artículos en determinadas revistas, que considero una indicación útil, pero secundaria, casi anecdótica.

Por eso, para cambiar de opinión, lo que yo espero son estudios sobre el impacto substancial de la ciencia, alguna evaluación estructurada, que me demuestre cómo la ciencia aplicada ha contribuido en forma significativa al desarrollo del país o al avance de la tecnología. Hasta ahora no he encontrado un buen estudio.

Mirada crítica, mirada satisfecha

Justamente el libro que menciona Jaramillo — publicado en 2006 por Colciencias — confirma mi impresión: son 75 investigaciones seleccionadas por su alto impacto, realizadas durante 15 años, pero de las cuales muy pocas pasaron a la práctica.

Los editores, que hacen un esfuerzo muy grande para usar conceptos claros y apropiados, indican para el caso de investigaciones aplicadas su uso posible o futuro. Pero aunque muchas llevaban 5 o 10 años de haberse realizado, son pocas las aplicaciones efectivas que se mencionan.

Hay proyectos con aplicación en cultivos vegetales o animales (aunque no aparezca la exitosa búsqueda de la variedad Colombia de café, pues probablemente no fue financiada por Colciencias), algunas estandarizaciones de pruebas, unos dos productos farmacéuticos y unas buenas adaptaciones de tecnología y varias reorganizaciones logísticas llevadas a cabo con éxito por algunas industrias.

En el caso de las ciencias básicas, donde hay algunas investigaciones importantes de veras — como las relativas al plasmodium falciparum de la malaria o a los trabajos de biología marina, cuya relación con los problemas del país resulta patente — o en ciencias sociales, el libro no logra reportar el efecto sobre el conocimiento en sus propias disciplinas: el impacto se mide ante todo por el número de artículos publicados, por el apoyo a la formación de estudiantes o por las referencias en otras publicaciones, que son muchas veces auto–referencias de los mismos autores del proyecto. ¿A propósito, alguien ha publicado un informe parecido en los últimos siete años?

Tengo, pues una visión relativamente crítica del nivel de desarrollo de la ciencia en Colombia: creo que es bajo en comparación con otros países, me parece que es débil en el área del desarrollo tecnológico (y algo menos en ciencias naturales y sociales).

En esto radica la diferencia central con el profesor Jaramillo, quien ve con mucho más optimismo y satisfacción lo que se hace en Colombia y lo considera muy productivo, exitoso y pertinente.

Ojala fuera así y pudiéramos estar más contentos con la situación actual.






Comentario a los comentarios publicados por Jorge Orlando Melo en Razón Pública
Hernán Jaramillo S.
hjaramil@gmail.com
Abril 3 de 2013
Creo que las aclaraciones del profesor Melo tienen validez en la esencia del debate y en la repuesta distinta y adecuada a la pregunta con que tituló la primera. Precisamente los nuevos argumentos refuerzan la validez de la crítica anterior. El artículo no debió haberse escrito como fue escrito porque no dejó revelar lo que ahora está indicando. Con el respeto que merece el autor de la columna, lo que escribió, escrito está. No hubo malos lectores o que interpretaron distinto. El artículo tenía una pregunta inicial: ¿Ciencias inútiles? y el argumento que desarrolló en su columna es para explicar la inutilidad de la ciencia de las universidades. “Como el desarrollo científico ha sido en otras partes causa del crecimiento, el país ha estimulado la investigación científica en las universidades, pero es una ciencia que tiene poco que ver con la realidad del país”.
La columna se escribió como quedo escrita y no de otra forma, ni con los argumentos que ahora se exponen, que por lo demás son bienvenidos y compartidos. La pregunta es: ¿La realidad del país no tiene que ver con sus enfermedades? ¿La realidad del país no tiene que ver con descubrimientos y utilización de ellos? Ejemplos los hay, no se fue cuidadoso al generalizar la inexistencia. ¿Son pocas las universidades de investigación y conocimiento? Sí, son pocas, pero importantes, se podría decir la elite de las acreditadas por ocho o más años. Silenciar este acontecimiento es dejar, como está sucediendo, que la política pública no diferencia y estandarice, reparta recursos sin diferenciación de niveles; las universidades que transitan hacia la investigación, soportan la formación de maestrías y doctorados, donde además de publicar se produce conocimiento útil. Y utilizable bajo patentes, modelos de utilidad o solucionando problemas en los sectores reales.
El profesor Melo generalizó sin excepciones. Bienvenida la nueva aclaración que hace que comparto. Si desde el inicio, con la primera columna la orientación de la respuesta al título hubiese sido lo que hoy menciona y que conoce y sabe, que desde luego es así, no se hubiera abierto el debate, ni hubiere dado lugar a mi columna de controversia.
Me encanta que revele lo que debió haber escrito antes. Las referencias personales, no son negativas, partí del reconocimiento que tiene el profesor Melo y los cargos y actividades que ha desarrollado en la ciencia y la investigación. Por ello mismo fui más crítico, porque a quien la sociedad le ha brindado oportunidades para ser parte de su elite, merecida por sus atributos, mayor responsabilidad debe exigirle. No fue cualquier columnista el que escribió, fue un gran profesor, historiador y funcionario. Si la columna que escribió la hubiese escrito una persona sin conocimiento y visibilidad derivada de su trabajo intelectual, no hubiera ameritado una respuesta. Con satisfacción leí la enumeración de textos citados, de los cuales conozco varios. La columna publicada no dejo asomar al lector a una mirada distinta. Hoy la aclaración es más importante, en su esencia, que la columna misma. Y es la que debe permanecer en la mente de los lectores, que no se equivocaron ni leyendo, ni interpretando.
Creo que se ha cumplido el propósito del debate. Y un buen argumento, es que la aclaración con fortuna para todos, no terminó como la columna que señalaba, “El rito de la ciencia, adorada por todos, domina, aunque en la vida real no pase nada”.

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