DEBATE. La investigacion universitaria en Colombia
¿Ciencias inútiles?
Por: JORGE ORLANDO MELO
13
de Marzo del 2013
Como el desarrollo
científico ha sido en otras partes causa del crecimiento, el país ha estimulado
la investigación científica en las universidades, pero es una ciencia que tiene
poco que ver con la realidad del país.
Jorge Orlando Melo
El
desarrollo económico del mundo, desde el siglo XVIII, se debe en gran parte al
avance de la ciencia y la tecnología. En los países que vivieron la Revolución
Industrial, la relación entre investigación científica y técnica fue muy
estrecha, aunque cambió poco a poco. Las innovaciones prácticas las hacían los
artesanos hábiles, pero en el último siglo la ciencia ha sido el motor
fundamental: los grandes descubrimientos de la física o la química son los que
transforman todos los días la producción.
Colombia
tuvo, hasta mediados del siglo XX, la obsesión de los "conocimientos útiles",
que resultaron, más que de los sabios, de artesanos imaginativos. No eran
muchos, pero inventaron o adaptaron pequeñas máquinas, usadas en las industrias
locales. La lista de patentes que publicó el sociólogo Alberto Mayor es una
divertida mezcla de invenciones fantasiosas y prácticos inventos. Algunos
aficionados eran muy creativos, aunque la debilidad de la economía local limitó
su impacto. Gonzalo Mejía inventó, hacia 1913, un hidroplano mejor que lo que
había en el mundo en ese momento: en 1916 este bote de motor de avión avanzaba
a más de 50 km por hora por el río Magdalena. Carlos de la Cuesta patentó en
1894 en Medellín "un tranvía de cables para transporte aéreo", es
decir, el metrocable: ¡un hombre innovador para una ciudad innovadora! Fueron años
de fervor industrial y técnico, de muchos inventos y aplicaciones reales.
En
los años recientes, el avance del país se ha apoyado en lo que descubren otros:
las drogas, los abonos, las máquinas, los teléfonos y tabletas con los que
hablamos han sido inventados fuera. Nos aprovechamos, como buenos parásitos, de
la ciencia y la técnica universal, sin tener que gastar en desarrollarla, pero
al mismo tiempo sin adaptarla para lograr resultados óptimos.
Como
el desarrollo científico ha sido en otras partes causa del crecimiento, el país
ha estimulado la investigación científica en las universidades, pero es una
ciencia que tiene poco que ver con la realidad del país. Suponemos que sirve
para el desarrollo, pero no lo sabemos.
Ahora,
por principio, las universidades han puesto la investigación científica como
parte de su "misión" y su "visión", y han definido medidas
para calificar sus aportes. Estas mediciones, como la ciencia que practicamos,
tiene que ver poco con los problemas del país (con excepción de áreas como la
economía o las ciencias sociales, que aplican modelos externos a situaciones
locales, o la zoología y la botánica, que describen nuestra naturaleza),
cuentan ante todo gestos y movimientos: es un registro notarial de artículos,
patentes o grupos de investigadores, pero sin que se sepa si lo que se publica
o investiga sirve para algo, si hemos aportado nuevos conocimientos a la
ciencia, si algo patentado funcionó.
Si
en el siglo XIX, la distancia entre los científicos, matemáticos e ingenieros y
la tecnología de los artesanos era muy grande, ahora el abismo entre las
disquisiciones científicas y el país es inmenso. Sigue habiendo inventores
empíricos, como los de las máquinas para dorar los bordes de las arepas, que se
producen en Sogamoso y Tunja y se usan en toda la altiplanicie oriental, y la
creatividad aplicada se ve en áreas más populares y menos científicas, como la
moda, el diseño o la cocina. Pero pocas universidades pueden decir que su
investigación sirve para algo distinto de alimentarse a sí misma. Las
publicaciones son útiles porque se citan; los proyectos de investigación,
porque forman nuevos investigadores que harán en el futuro proyectos parecidos.
La investigación no produce conocimientos sino artículos e informes, congresos que
convocan congresos, escalafones de revistas y de universidades.
El
rito de la ciencia, adorada por todos, domina, aunque en la vida real no pase
nada.
www.jorgeorlandomelo.com
En defensa de la
investigación universitaria en Colombia
ECONOMÍA
Y SOCIEDAD
Domingo,
24 de Marzo de 2013 20:16
Bienvenido el debate
sobre la pertinencia y relevancia de la investigación científica en las
universidades colombianas. Es injusto acusar a los investigadores de dar la
espalda a la realidad del país. Sus aportes son valiosos en múltiples
disciplinas.
Hernán Jaramillo Salazar
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Dos errores
En
una columna desafortunada — “¿Ciencias Inútiles?”, publicada en El Tiempo el
pasado 13 de marzo — Jorge Orlando Melo plantea un debate necesario al afirmar
que “como el desarrollo científico ha sido en otras partes causa del
crecimiento, el país ha estimulado la investigación científica en las
universidades, pero es una ciencia que tiene poco que ver con la realidad del
país”.
La
columna resulta desafortunada por ignorar esa misma “realidad del país”.
El
columnista comete dos errores fundamentales, inconcebibles en un intelectual
que ha tenido el privilegio de ser miembro de la Fundación del Banco de la
República en temas de ciencia y tecnología, Director de la Biblioteca Luis
Ángel Arango, jurado en varias oportunidades de los premios de ciencias de la
Fundación Alejandro Ángel Escobar, e historiador con estudios en el exterior:
•El
primer error — como periodista — consiste en faltar al deber ético de
confrontar siempre la información y verificar los datos antes de expresar una
opinión;
•El
segundo error — como intelectual, como historiador y como formador de mentes
jóvenes — consiste en faltar al deber epistemológico de emitir opiniones en
ciencia e investigación antecedidas por una búsqueda rigurosa de los datos y de
los hechos y por asegurar la validez de las hipótesis.
¿Cómo
podría escribirse la historia si no fuera mediante una confrontación profunda
de hechos y realidades? En este caso y en esta columna se desconocen los hechos
y la historia.
Opiniones
aparentemente “ilustradas” — como la siguiente — hacen un daño grave o a la
investigación, a la ciencia y a las universidades de verdad, las universidades
de excelencia: “Ahora, por principio, las universidades han puesto la
investigación científica como parte de su "misión" y su
"visión", y han definido medidas para calificar sus aportes. Estas
mediciones, como la ciencia que practicamos, tienen que ver poco con los
problemas del país”.
El
profesor Melo parece sugerir que lo único importante es la relación universidad
– empresa, cuando esta es una pequeña fracción de un universo mucho más amplio:
la relación ciencia – sociedad, donde los aportes de la universidad colombiana
han sido significativos. No se pueden mencionar solo las innovaciones
marginales del pasado, cuando resulta abrumadora la evidencia de innovaciones
radicales originadas recientemente en las universidades colombianas de élite.
El
autor de la columna mencionada podría haberse tomado el trabajo de revisar
publicaciones de Colciencias, como “75 maneras de generar conocimiento en
Colombia. 1990-2005”, con los resultados concretos de proyectos de
investigación en diferentes áreas del conocimiento.
El caso de Antioquia
La
Universidad de Antioquia acaba de ser acreditada por diez años, no como
resultado de haber incorporado a la ligera en su misión y su visión una frase
relacionada con la ciencia y el conocimiento.
Su
acreditación se explica por la intensa actividad de sus grupos de
investigación. Ahí reside el secreto de sus éxitos y de su impacto. Las cifras
son el resultado de su cultura, de su historia, de su excelencia académica y de
conocimiento.
Una
visita a la Sede de Investigación Universitaria (SIU) y a sus grupos de
investigación llevaría a una persona abierta de mente — sin arrogancia “intelectual”
o “argumentos de autoridad” — a comprender los múltiples vínculos entre los
resultados de la investigación y los problemas de la sociedad.
Son
muchísimos los ejemplos: desde los grupos de investigación en salud y su aporte
a la comprensión de enfermedades, con el desarrollo de patentes como el gen
paisa, en el estudio–caso del Alzheimer, en el estudio de la tuberculosis, en
el trabajo profundo del Programa de Estudio de Control de las Enfermedades
Tropicales, de grupos como el de inmunogenética, en el control de las
enfermedades infecciosas, en el grupo de trasplantes, entre otros.
De
los grupos dedicados a temas más cercanos a la empresa son innegables
resultados concretos como los siguientes:
•Patentes
adoptadas por la industria de la corrosión y la protección, de coloides, de
química orgánica de productos naturales.
•El
grupo de química de recursos energéticos patentó una planta generadora de gases
calientes con aplicaciones efectivas en la industria del cemento.
•La
patente que protege una innovación mayor sobre un quemador atmosférico que
atenúa los efectos de la altura, aumenta la eficiencia energética en procesos
de calentamiento y garantiza una combustión higiénica. Esta innovación ya fue
incorporada como sistema de combustión en un calentador de agua de paso que se
comercializa desde hace un año y que fue diseñado y desarrollado por la empresa
de electromésticos Haceb.
•La
cooperación del grupo de investigación en diagnóstico y control de la
contaminación con EPM en temas de control de los embalses derivados de
resultados de su investigación y con Uniban en la descontaminación de suelos en
Urabá.
¿Es
que acaso los temas de la calidad de las aguas y la microbiología ambiental no
son pertinentes para la sociedad? Y ¿por qué no hablar de la pertinencia
profunda de las ciencias básicas, la física, la química, la biología?
¿Por
qué no profundizar en los aportes que a través de las ciencias sociales se le
entregan a la sociedad para su comprensión, su historia y su cultura? Trabajos
como los de Maria Teresa Uribe y el grupo de estudios políticos o el de valores
musicales regionales, ¿acaso no son importantes para la sobrevivencia de la
sociedad? Para no mencionar la historia, cuya investigación tampoco parece
relevante para la sociedad, a juzgar por los argumentos de la columna de
marras.
Sin
salir del ámbito de la Universidad de Antioquia, cualquier lector o columnista
podría indagar sobre los cerca de 250 grupos de investigación y encontrar
resultados adoptados por diferentes espacios de la sociedad, con pertinencia y
responsabilidad.
Sin
dejar a Medellín, podría visitar la Corporación de Investigaciones Biológicas
para confirmar su relevancia científica de alcance mundial asociada en el área
de salud. Su lema “las ciencias al servicio de la Vida” tampoco es una fórmula
ritual en la misión y la visión, sin sustento y desconectada de la realidad.
Y
cruzando el puente, podría continuar este periplo admirable para visitar la
Universidad Nacional de Medellín. Se encontraría fácilmente la huella imborrable
de la Facultad de Minas: su compromiso de hacer ciencia para la sociedad sigue
vigente en sus grupos de investigación.
El
viaje seguiría por la Autopista Sur para llegar a EAFIT, donde admirar y
comprender la profunda transformación institucional en investigación e
innovación que se viene operando, en total coherencia con su origen
empresarial. Pero este prestigioso centro se ha convertido también en un
espacio mayor para la sociedad: un ámbito de conocimiento e innovación, de
música, de literatura, de ciencias y de ingeniería. Bastaría traspasar sus
muros para encontrar en abundancia pruebas de lo que no se ha querido encontrar
en la desafortunada columna periodística.
Investigación aplicada
en la Nacional
Una
mirada responsable al periódico de la Universidad Nacional (UN) — que circula
ampliamente, entre otras por intermedio de El Tiempo, casa editorial que acoge
con hospitalidad al columnista — reconocería en cada edición avances y aportes
a la sociedad colombiana en problemas relevantes.
Sin
pretender un inventario exhaustivo, en las distintas ediciones mensuales
podrían encontrarse artículos como los siguientes:
•Cáncer
pulmonar en colombianos distinto del resto del mundo: investigaciones en
fármaco–genética del cáncer, realizadas por expertos de la Universidad Nacional
de Colombia, constataron que los grupos humanos son diversos hasta en las
características químicas de las moléculas que contienen los genes (conocidas
como biomoléculas)……. “Hasta hace poco se creía que la información molecular del
ADN de las poblaciones tenía diferencias mínimas; sin embargo, al comparar
muestras de cáncer de pulmón de nativos colombianos y norteamericanos se
evidenció una diferencia abismal en la expresión de los genes. Así, el
diagnóstico de la enfermedad, que se hace a partir de métodos estandarizados en
el planeta, se debería revaluar”.[1]
•En
este mismo número, se encuentra que “sistemas silvo–pastoriles mejoran calidad
de carne en el país: para que la carne colombiana sea más tierna, jugosa y
cumpla con los estándares internacionales de calidad, investigadores
agropecuarios ensayan sistemas productivos que podrían cambiarle la cara al
sector.” “Mientras mejoran las praderas involucrando un arbusto rico en
proteína con pasto tradicional, ceban el ganado con una dieta aventajada en
valor nutricional. Los resultados son promisorios”.
•Sin
consultar otra edición, se encuentra también que “aceites esenciales salvan al
tomate de árbol”, gracias a un trabajo de investigación de uno de los grupos de
la Universidad Nacional.
•Si
tomamos al azar otro número — distante en el tiempo — se puede comprender el
alcance de una “técnica para examinar tumores cerebrales en 3D”. Una
herramienta de visualización en tres dimensiones les permitirá a los
neurocirujanos conocer con precisión el tamaño y ubicación de los tumores
cerebrales, para lograr su extirpación sin lugar a error. El sistema fue
ingeniado por científicos de Colombia y México”.[2]
•En
ese mismo número se informa sobre “cirugías ortopédicas en la vanguardia
tecnológica: la osteotomía consiste en cortar los huesos para modificar su
forma y orientación, explica el especialista Carlos García Sarmiento,
ortopedista de la Universidad Nacional de Colombia, quien señala que de esta
manera se repara la deformidad para aliviar el dolor y mejorar las partes
afectadas en el paciente”.
•Incluso
se constata la irradiación del impacto hacia el exterior del conocimiento
aplicado: por ejemplo un proyecto de la UN que “beneficiará a 46 mil hogares en
Honduras: una central hidroeléctrica con 40 megavatios de energía, diseñada por
investigadores del Laboratorio de Hidráulica de la UN en Manizales, que suplirá
la escasez de este recurso en Honduras. Es la primera vez que Colombia realiza
un proyecto de esta naturaleza en el extranjero”.
•También
se rinde cuenta del resultado del proyecto Información satelital, que tuvo como
objetivo alertar sobre el desbordamiento de los ríos, para que la política
pública pueda tomar decisiones a tiempo y evitar posibles eventos de
catástrofe.
Al
revisar apenas dos números — entre una colección muy grande que con esfuerzo ha
venido realizando la Universidad Nacional — se revela la existencia de
múltiples casos, múltiples esfuerzos investigativos, múltiples éxitos, en
múltiples áreas y disciplinas de investigación.
Opinión sin fundamento
La
conclusión simple y clara es que al parecer el autor solo alcanzó a revisar
algunas páginas web de universidades, donde no ha pasado de consultar las
definiciones de misión y visión. Tal frivolidad resulta imperdonable cuando se
ha tenido el privilegio de ocupar posiciones importantes y participar de
espacios donde se ha premiado la ciencia y la investigación del país.
Podrían
encontrarse programas y proyectos de investigación realmente importantes para
la sociedad colombiana — y de relevancia intelectual y académica a nivel
internacional — en respetables instituciones como la Universidad de los Andes,
la Javeriana, El Rosario, la Universidad del Norte, la Universidad Industrial
de Santander (UIS), la Universidad del Valle, entre otras.
Al
recibir la acreditación por ocho años o más, se está reconociendo en estas
instituciones la integración de la docencia y la investigación, y la obtención
de resultados visibles e importantes.
La
investigación en las universidades colombianas no es aislada ni fugaz: la
acreditación de excelencia constata que recorren con pie firme el camino del
conocimiento mediante sus programas de pregrado, sus maestrías de investigación
y sus programas doctorales de excelencia, soportados por el conocimiento, la
investigación y la innovación.
Esta
columna posee una única virtud: se debería difundir entre los estudiantes en
sus procesos de aprendizaje como ejemplo ilustrativo de una opinión sin
fundamento.
*
Decano de Economía de la Universidad del Rosario.
El impacto de la
investigación científica en Colombia: comentarios a unos comentarios
ECONOMÍA
Y SOCIEDAD
Domingo,
31 de Marzo de 2013 20:34
Respuesta
a un crítico en medio de un debate oportuno: ¿cuál ha sido el retorno de las
inversiones en ciencias básicas y sociales o en investigación aplicada?
¿Debería exigirse más rigor, o el país puede sentirse satisfecho?
Jorge Orlando Melo
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Debate surrealista, pero
pertinente
Tiene
complicaciones discutir los comentarios del profesor Hernán Jaramillo
publicados por Razón Pública en su edición del pasado 24 de marzo. Pero hay dos
aspectos que debo subrayar de entrada:
•Buena
parte de la argumentación se basa en afirmaciones sobre mis características
personales. Considero que esto es irrelevante: en principio mis opiniones deben
discutirse con independencia de mis rasgos individuales.
•Varios
de los argumentos se dirigen a controvertir afirmaciones que yo no hice y que
en casi todos los casos tampoco comparto. Una columna de 650 palabras no es un
estudio completo del tema, deja muchas cosas por fuera y puede llevar a que los
lectores se imaginen lo que uno cree, pero no ha dicho.
Discutir
lo que me atribuye el profesor Jaramillo — pero que yo no creo — tiene algo de
surrealista. Me parece que en el país se pierde mucho tiempo de debate hablando
de las calidades de las personas (nueva encarnación del principio escolástico
de autoridad) y aclarando: “pero eso no fue lo que yo dije”.
Lo que sí dije
En
la columna mía publicada en El Tiempo que dio pie a los comentarios de
Jaramillo - “¿Ciencias Inútiles?” —
critico dos elementos de la política científica actual:
•La idea de que la investigación
guarda una relación muy estrecha con el desarrollo y que esto justifica en
buena parte el apoyo a la investigación. Este es un supuesto válido en sentido
general, pero como lo señalo en mi nota, no sabemos si esto es cierto para
Colombia.
Mi
hipótesis es que la investigación que se hace en el país tiene una relación muy
tenue con el desarrollo económico y está lejos de ser una locomotora del
crecimiento.
Esto
resulta preocupante, por supuesto, cuando uno habla de la investigación
aplicada — a la que me refiero en mi columna — pero no lo es tanto en relación
con las ciencias básicas o las ciencias sociales.
•El creciente formalismo en los
mecanismos de valoración de la investigación, que utiliza criterios
cuantitativos donde lo esencial es la publicación de artículos en determinadas
revistas y la pertenencia a grupos de investigación reconocidos por
Colciencias, sin que se hayan desarrollado otros mecanismos de evaluación — que
sí aplican algunas universidades sólidas — que tomen en cuenta la pertinencia y
los resultados de los proyectos. En mi opinión, estos mecanismos de valoración
de la investigación están llevando a que decenas de universidades estén
diseñando sus políticas en forma ritualista.
Por
supuesto, se hace mucha investigación de calidad en el país. En el artículo
señalo explícitamente que las ciencias sociales así como las ciencias naturales
(menciono la sociología y la botánica, pero podía haber incluido también ramas
importantes de la medicina o de la química) sí elaboran conocimiento nuevo
sobre los problemas del país. No es necesario convencerme de algo que creo hace
mucho tiempo.
Y,
pensando en las decenas de universidades ritualistas, señalo la excepción: digo
que son pocas (¿ocho, diez, doce?) las universidades cuya investigación es
relevante.
Lo que no dije
Quiero
dejar en claro dos o tres puntos de vista que son diferentes de los que el
profesor Jaramillo me atribuye:
1.
Creo que hay investigación de calidad y relevancia en unas pocas universidades.
Obviamente están allí universidades públicas como la Nacional, la de Antioquia,
la del Valle, la Universidad Industrial de Santander y privadas como los Andes,
la Javeriana, Eafit, la del Norte, el Rosario, el Externado y algunas más.
Para
tomar un solo ejemplo: un trabajo como el del profesor Francisco Lopera en su lucha
contra el Alzheimer muestra cómo una investigación que comienza siendo ciencia
básica termina eventualmente abriendo el camino para un estudio de protocolos
terapéuticos. Lo contrario, por supuesto, también ocurre: una investigación
aplicada que fracasa puede arrojar saldos positivos sobre el desarrollo del
conocimiento.
2.
No creo que el mayor apoyo deba darse a la investigación aplicada. En otros
artículos más extensos, he defendido que es preferible apoyar la investigación
en ciencia básica en lugar de la investigación que busque resultados aplicables
a corto plazo. La definición de las prioridades de investigación debe hacerla
la propia comunidad científica, sin demasiada presión del Estado o del sector
productivo.
Del
mismo modo, he mostrado que la utilidad de las ciencias sociales o de la
historia no tiene que ver con sus “aplicaciones”: su valor es independiente de
su utilidad, y probablemente es más útil mientras menos busque serlo.
Por
ello, la idea que me atribuye el profesor Jaramillo de que creo que lo único
importante es la relación universidad–empresa es inexacta. Algunos de mis
argumentos pueden verse en mi texto Utilidad de las ciencias sociales
(disponible en mi página de internet http://www.jorgeorlandomelo.com/tciencia.html).
3.
Precisamente porque no confío mucho en el impacto de la investigación aplicada
en las condiciones actuales del país, me parece que ésta debe ser evaluada con
mucho mayor rigor: mucho proyecto se presenta bajo la promesa de una aplicación
remota, mucha patente se queda en un registro formal, mucho desarrollo no va
más allá de un prototipo, mucha investigación aplicada o tecnológica busca
producir un instrumento científico que ya existe en otras partes.
Buena
parte de las causas de esta lamentable situación son externas al mundo de los
investigadores: tienen que ver con el modelo económico, con las condiciones de
dependencia, con la preferencia de los industriales por tecnologías ya probadas
y desarrolladas, con los costos relativos de las tecnologías en cuestión, con
la insuficiencia de recursos para desarrollos pilotos.
No
obstante, creo que hay razones para apoyar ciertas áreas de investigación por
su eventual contribución a resolver los problemas del país. Pero como regla
básica me parece que debemos impulsar la investigación más bien por razones
culturales, por la importancia de formar una mentalidad científica en nuestra
sociedad, y no tanto porque vaya a resolver en un grado importante problemas
reales a corto plazo.
En
mi artículo “La investigación en la universidad y el sector productivo: una
relación difícil” (también disponible en mi página de Internet) presento un
análisis más elaborado sobre esta perspectiva.
Cómo medir el impacto
real
Habiendo
aclarado lo anterior, no creo que tengamos diferencias de fondo importantes con
el profesor Jaramillo -o por lo menos me cuesta trabajo verlas-. Quizás el
desacuerdo mayor está en que yo creo que son relativamente pocos los casos en
donde los resultados de la investigación — que se pretende aplicada —
efectivamente se aplican. Conozco algunos casos, pero me parecen excepcionales.
Varios
de los ejemplos que presenta el profesor Jaramillo están justamente en el nivel
donde en mi concepto se queda la mayoría de estos proyectos: un artículo que
anuncia que esto podría ser muy útil, que podría cambiarle la cara al sector,
que resolvería un grave problema, o una patente cuyo uso nadie negocia.
Por
eso, considero que el argumento central de mi columna sigue en pie: cuando se
analiza la ciencia colombiana a la luz del impacto de sus aplicaciones y de sus
desarrollos tecnológicos, lamentablemente es preciso reconocer que no ha tenido
un gran impacto.
Es
difícil enumerar 40 o 50 investigaciones de los últimos 20 años cuyos
resultados se hayan aplicado efectivamente. Muchas investigaciones tenían un
potencial real, pero se vararon en el prototipo, en la patente, en el diseño, o
por falta de financiación, o de continuidad, o de interés del sector productivo.
Por
supuesto, la evaluación de los resultados de la investigación en ciencia básica
y en ciencias sociales es diferente. Hay que preguntarse qué contribución han
hecho a su disciplina, qué conocimientos nuevos, qué metodologías, qué
planteamientos teóricos, qué conceptos desarrollaron.
Y
la comprobación elemental es verificar el reconocimiento de la comunidad
científica: en este caso, la discusión de sus puntos de vista por otros
científicos me parece la mejor medida, más que la publicación de artículos en
determinadas revistas, que considero una indicación útil, pero secundaria, casi
anecdótica.
Por
eso, para cambiar de opinión, lo que yo espero son estudios sobre el impacto
substancial de la ciencia, alguna evaluación estructurada, que me demuestre
cómo la ciencia aplicada ha contribuido en forma significativa al desarrollo
del país o al avance de la tecnología. Hasta ahora no he encontrado un buen
estudio.
Mirada crítica, mirada
satisfecha
Justamente
el libro que menciona Jaramillo — publicado en 2006 por Colciencias — confirma
mi impresión: son 75 investigaciones seleccionadas por su alto impacto,
realizadas durante 15 años, pero de las cuales muy pocas pasaron a la práctica.
Los
editores, que hacen un esfuerzo muy grande para usar conceptos claros y
apropiados, indican para el caso de investigaciones aplicadas su uso posible o
futuro. Pero aunque muchas llevaban 5 o 10 años de haberse realizado, son pocas
las aplicaciones efectivas que se mencionan.
Hay
proyectos con aplicación en cultivos vegetales o animales (aunque no aparezca
la exitosa búsqueda de la variedad Colombia de café, pues probablemente no fue
financiada por Colciencias), algunas estandarizaciones de pruebas, unos dos
productos farmacéuticos y unas buenas adaptaciones de tecnología y varias
reorganizaciones logísticas llevadas a cabo con éxito por algunas industrias.
En
el caso de las ciencias básicas, donde hay algunas investigaciones importantes
de veras — como las relativas al plasmodium falciparum de la malaria o a los
trabajos de biología marina, cuya relación con los problemas del país resulta
patente — o en ciencias sociales, el libro no logra reportar el efecto sobre el
conocimiento en sus propias disciplinas: el impacto se mide ante todo por el
número de artículos publicados, por el apoyo a la formación de estudiantes o
por las referencias en otras publicaciones, que son muchas veces
auto–referencias de los mismos autores del proyecto. ¿A propósito, alguien ha
publicado un informe parecido en los últimos siete años?
Tengo,
pues una visión relativamente crítica del nivel de desarrollo de la ciencia en
Colombia: creo que es bajo en comparación con otros países, me parece que es
débil en el área del desarrollo tecnológico (y algo menos en ciencias naturales
y sociales).
En
esto radica la diferencia central con el profesor Jaramillo, quien ve con mucho
más optimismo y satisfacción lo que se hace en Colombia y lo considera muy
productivo, exitoso y pertinente.
Ojala
fuera así y pudiéramos estar más contentos con la situación actual.
Comentario a los comentarios
publicados por Jorge Orlando Melo en Razón Pública
Hernán Jaramillo S.
hjaramil@gmail.com
Abril
3 de 2013
Creo
que las aclaraciones del profesor Melo tienen validez en la esencia del debate
y en la repuesta distinta y adecuada a la pregunta con que tituló la primera.
Precisamente los nuevos argumentos refuerzan la validez de la crítica anterior.
El artículo no debió haberse escrito como fue escrito porque no dejó revelar lo
que ahora está indicando. Con el respeto que merece el autor de la columna, lo
que escribió, escrito está. No hubo malos lectores o que interpretaron
distinto. El artículo tenía una pregunta inicial: ¿Ciencias inútiles? y el argumento
que desarrolló en su columna es para explicar la inutilidad de la ciencia de
las universidades. “Como el desarrollo científico ha sido en otras partes causa
del crecimiento, el país ha estimulado la investigación científica en las
universidades, pero es una ciencia que tiene poco que ver con la realidad del
país”.
La
columna se escribió como quedo escrita y no de otra forma, ni con los
argumentos que ahora se exponen, que por lo demás son bienvenidos y
compartidos. La pregunta es: ¿La realidad del país no tiene que ver con sus
enfermedades? ¿La realidad del país no tiene que ver con descubrimientos y
utilización de ellos? Ejemplos los hay, no se fue cuidadoso al generalizar la
inexistencia. ¿Son pocas las universidades de investigación y conocimiento? Sí,
son pocas, pero importantes, se podría decir la elite de las acreditadas por
ocho o más años. Silenciar este acontecimiento es dejar, como está sucediendo,
que la política pública no diferencia y estandarice, reparta recursos sin
diferenciación de niveles; las universidades que transitan hacia la
investigación, soportan la formación de maestrías y doctorados, donde además de
publicar se produce conocimiento útil. Y utilizable bajo patentes, modelos de
utilidad o solucionando problemas en los sectores reales.
El
profesor Melo generalizó sin excepciones. Bienvenida la nueva aclaración que
hace que comparto. Si desde el inicio, con la primera columna la orientación de
la respuesta al título hubiese sido lo que hoy menciona y que conoce y sabe,
que desde luego es así, no se hubiera abierto el debate, ni hubiere dado lugar
a mi columna de controversia.
Me
encanta que revele lo que debió haber escrito antes. Las referencias
personales, no son negativas, partí del reconocimiento que tiene el profesor
Melo y los cargos y actividades que ha desarrollado en la ciencia y la
investigación. Por ello mismo fui más crítico, porque a quien la sociedad le ha
brindado oportunidades para ser parte de su elite, merecida por sus atributos,
mayor responsabilidad debe exigirle. No fue cualquier columnista el que
escribió, fue un gran profesor, historiador y funcionario. Si la columna que
escribió la hubiese escrito una persona sin conocimiento y visibilidad derivada
de su trabajo intelectual, no hubiera ameritado una respuesta. Con satisfacción
leí la enumeración de textos citados, de los cuales conozco varios. La columna
publicada no dejo asomar al lector a una mirada distinta. Hoy la aclaración es
más importante, en su esencia, que la columna misma. Y es la que debe
permanecer en la mente de los lectores, que no se equivocaron ni leyendo, ni
interpretando.
Creo
que se ha cumplido el propósito del debate. Y un buen argumento, es que la
aclaración con fortuna para todos, no terminó como la columna que señalaba, “El
rito de la ciencia, adorada por todos, domina, aunque en la vida real no pase
nada”.
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