domingo, 2 de agosto de 2015

LOS DISCURSOS DEL PODER EN LA ERA DE LA GLOBALIZACIÓN. LUIS CHÁVEZ LARA


Blog de Luis Chávez Lara ( El Inquisidor Perpetuo )

Los discursos del poder en la era de la globalización

En plena etapa de la globalización el ser humano replantea su existencia y redefine personalmente el significado del yo. En el mismo contexto, pero en otro plano de la estructura social, los discursos de poder procuran custodiar el control social a través de mecanismos discursivos que producen tensiones entre el creciente individualismo propio de las sociedades modernas y la progresiva estandarización de la sociedad característica de la posmodernidad.

Ante este problemático panorama vale la pena preguntarse qué cuota de discursivos tienen los mecanismos de poder, teniendo en cuenta, según Foucault, que éste es precisamente un tipo particular de relaciones entre los individuos. Por otro lado, cómo influyen los componentes personales y coyunturales en la percepción del significado de las relaciones entre los mismos individuos y su relación con la esfera dominante.

Si bien es cierto que con el nacimiento de la civilización le delegamos el monopolio de la violencia (física y simbólica) al Estado para que, con los discursos normativos como las leyes, la religión y la ciencia, reproduzcan discursivamente formas de convivencia coherentes con el grado de desarrollo evolutivo de cada grupo humano, el poder se ha escapado de las manos de los individuos entendidos como entes particulares y ha pasado a ser exclusividad de los gobernantes, quienes con o sin nuestro consentimiento (y a veces voto) detentan la administración de las tendencias a partir de determinados mecanismos cognoscibles si deconstruimos sus significados.

Es por esto que en el presente ensayo se buscará interpretar el significado del poder en las sociedades contemporáneas a partir de tres autores: Michael Foucault, Jacques Derrida y Anthony Giddens. Para lograr este objetivo se cuestionarán los significados de poder en la modernidad a partir de la premisa de que lo evidente no siempre es lo que aparenta, es decir, utilizaremos la deconstrucción como estrategia de lectura o herramienta analítica de los discursos para encontrar su génesis, no etimológica sino circunstancial.

Asimismo se desagregarán los conceptos de tal manera que se lleguen a comprender las relaciones de poder que se dan en la actualidad básicamente entre los individuos, el Estado, la Iglesia y el poder militar a partir del análisis de las zonas marginales de los enunciados de éstos.

EL PODER EN EL DISCURSO POLÍTICO

El poder, entendido como se dijo en líneas anteriores sería un tipo particular de relaciones entre individuos (1), esto produce, para una mente cultivada inmediatamente un razonamiento a priori en sus convicciones: el poder sería la manifestación de las tensiones entre los individuos que conforman una sociedad, comunidad o país estructurado bajo un marco legal y teóricamente constituido bajo un corpus normativo, sea éste de facto o democrático. Pero, lo que no se puede concluir a priori, por el simple hecho de que estos razonamientos no requieren de la experiencia concreta, es qué produce que estas relaciones mantengan a una innumerable cantidad de individuos sometidos al papel de subordinados.

La respuesta está en la producción de discursos que como una especie de anonimato uniformador de conciencias (2) reproduce las permanencias en las sociedades o su efectivo cambio de acuerdo al contexto sea este un acontecimiento, a nivel coyuntural o en los niveles estructurales. Un acontecimiento es en primer término, un momento en el cual la realidad se gesta o en todo caso se manifiesta físicamente y a través del cual los individuos sienten y viven la historia, es también la manifestación presente del relato histórico que deja ver las emanaciones del volcán del tiempo a corto plazo; la coyuntura es el contexto propiamente dicho, es el momento social, no individual, colectivo y que permite observar con mayor nitidez principalmente los cambios ontológicos de los grupos humanos; por último la estructura, es aquel conjunto de elementos que configuran la realidad y que aparentemente permanece inmóvil en el tiempo, constituido por instituciones, ideologías y siempre favorable a las generalizaciones.


El discurso del poder que analizamos se manifiesta en estos tres niveles analíticos y en las esferas políticas, religiosas y militares. Por ejemplo cuando mencionamos al Islam, incontinenti pensamos en fundamentalismos. Esta concepción errónea de un fenómeno religioso y político merece un análisis más detallado. No es el Islam el fundamentalista, son algunos islames. Ahora, si repasamos los acontecimientos almacenados en el inconsciente colectivo, indefectiblemente asociarán lo islámico con las Torres Gemelas y con el terrorismo internacional. Derrida cuestiona esta inmediata relación pero la justifica argumentando que los islames o lo islámico ejerce en nombre del Islam, es decir, el problema atraviesa la cuestión de la apropiación del nombre (3).

A esto hay que agregarle la influencia de los medios de comunicación que continuamente bombardean a los receptores de sus señales con imágenes o sonidos expresando discursos que se vuelven o aspiran a ser hegemónicos. Ejemplo de esto son los conocidos líderes de opinión, quienes queriéndolo o no influyen directa o indirectamente en la conformación de un discurso uniforme y que adopta su forma final en la opinión pública. Esto se reproduce en todas las sociedades como característica inherente a la continua tendencia a la universalización de la actividad social producto de un proceso de desarrollo de nexos genuinamente mundiales (4).
En la misma línea están los casos en que el poder político busca legitimar su dominio creando un enemigo común a los intereses “nacionales”. Aterrizando un poco en el plano concreto y alejándonos de la teorética discursiva encontramos el caso del Perú. Uno de los enunciados más difundidos en la educación estatal proporcionada por el poder político es la idea generalizada de ver a Chile como un potencial enemigo, es decir, se manifiesta una direccionada confusión calculada en la utilización de términos y de sus significaciones (5). Esto se realiza a fin de generar un elemento unificador y así crear ciudadanía y sentimientos patrióticos alrededor de un mito nacional.

Siguiendo los enunciados deconstructivos de Derrida, habría que diferenciar si Chile es el enemigo o si lo fueron los chilenos en 1879, además preguntarse qué chilenos se consideraban los enemigos del Perú, o si fueron los gobernantes o los gobernados. Con seguridad muchos sociólogos e historiadores se chocarían con un gran elefante blanco.

En este caso particularmente moderno vemos la materialización de un enunciado que bien se podría extrapolar a los libros de historia escolares con respecto al tema de la Guerra del Pacífico: “La escritura expande el nivel de distanciamiento entre el tiempo y el espacio y crea la perspectiva del pasado, presente y futuro...” (6). Es decir, lo que leen los niños en las escuelas públicas llevan una carga mítica esencialmente distante en el que reproduce el discurso del enemigo público y nacional y justifica gastos militares ante un posible ataque sureño.

Pero no sólo a través de la palabra escrita y de la utilización del lenguaje como herramienta discursiva legitimadora de regímenes podemos deconstruir el discurso del poder, en este caso político. Las regularidades específicas propias del sistema de la discursividad (7) nos llevan a analizar la utilización de las imágenes como otro elemento a través del cual detentar o extender las fronteras escritas del poder, ejemplo de esto es la mundialmente extendida utilización de banderas nacionales en torno a una nación o Estado nacional.

Según Giddens:

“Consecuentemente, la fiabilidad en la credibilidad de objetos no humanos, es el resultado de una fe primitiva en la fiabilidad y formación de las personas. Confiar en los demás, es una necesidad psicológica persistente y recurrente.” (8)

Por supuesto esta aparente fiabilidad en los demás a la hora de delegar la administración nacional ve su representación material en los sectores que administran el poder en todas sus formas, sea política, religiosa o militar.

EL PODER EN EL DISCURSO RELIGIOSO

Ahora que se mencionan los objetos no humanos sería conveniente pasar al análisis deconstructivo de la cuestión religiosa. Por ejemplo, la Iglesia Católica hace uso del poder en todo momento, desde su militarizada jerarquización hasta en los dogmas establecidos en sus Concilios, pasando por la violencia simbólica eficazmente desapercibida por sus fieles hasta el continuo afianzamiento de la supremacía de género (hombre sobre mujer).

El discurso religioso posee características muy particulares que observados desde el punto de vista de la deconstrucción requieren un tratamiento especial. Esto se explica porque a pesar de ser un fenómeno inherente a todas las culturas, la religiosidad contiene una fuerte carga personal que le proporciona un ingrediente enriquecedor para cualquier empresa analítica. El discurso religioso, al igual que toda experiencia humana se compone de argumentos discursivos que propugnan una jerarquía de los individuos a pesar que en sus escritos sagrados, en sus ceremonias y ritos abogue por la igualdad. En este sentido podemos decir que el lenguaje y la memoria se hallan conectados en dos niveles distintos pero complementarios, en la rememoración individual y en la institucionalización de la experiencia colectiva (9).

Ejemplo de ello, es el conocido rito de renovación del año nuevo, en el cual individual y colectivamente los individuos experimentan un renacer de la vida misma y de la cultura colectiva. Durante diciembre de todos los años, al dar la medianoche, millones de personas explotan en eufóricas manifestaciones de optimismo que inconsciente e involuntariamente los llevan a un tiempo primordial, a un tiempo atemporal (si vale el término), primigenio y que contiene la clave de la creación, o en todo caso renovación de la existencia en sociedad. Al igual que la racionalidad política, la racionalidad religiosa se ha impuesto en las sociedades. Es por eso que en la historia de la humanidad encontramos que primero se estableció la idea de un poder pastoral, ejemplo de ello son las culturas de la antigüedad que tenían en los líderes religiosos a sus gobernantes, y, posteriormente en la de razón de Estado, hasta nuestros días (10).

Otro elemento en el cual es importante hacer hincapié es en los discursos mesiánicos y abrahámicos. El Cristianismo, primitivo y moderno, ha generado una literatura propicia para mantener el monopolio del poder terrenal que le ha sido otorgado por la divinidad (deconstruyendo el término en cursiva entraríamos a un debate filosófico –teológico que desviaría nuestra atención) y su influencia en todas las capas de la sociedad se hacen evidentes para el ojo acucioso e inquisidor. Por ejemplo, el argumento de la Segunda Venida de Cristo, el Mesías, es un arma discursiva que traspasa las fronteras de lo terrenal y que penetra en el inconsciente de los individuos bajo la forma de violencia simbólica anunciando o (aplicando la deconstrucción al término) prediciendo una resurrección que a los ojos y estructuras mentales de los creyentes terminan por convencerlos de un fenómeno imposible de reproducir en un laboratorio. Aquí entra a tallar la oralidad y la tradición como elementos indisociables al momento de analizar el fenómeno religioso: la oralidad (rezos, sermones, evangelios, etc.) y la tradición (comportamiento acorde con los mandamientos, asistir a misa los domingos, etc.) (11).

A la vez los argumentos discursivos que se dan en las sociedades occidentales en la era de la globalización, y que permanecen invisibles en el plano de los acontecimientos son las ineludibles influencias de las religiones abrahámicas (Cristianismo, Judaísmo e Islam) en los discursos normativos, especialmente en el Derecho. Por ejemplo en el caso de los Derechos Humanos, reconocidos internacionalmente, no globalmente, como inherentes a todos los representantes de nuestra especie se presentan elementos del discurso religioso. La idea de que los seres humanos hemos sido creados a imagen y semejanza de Jehová, Jhavé (nótese la raíz etimológica) o Alá, permite una asociación del individuo corpóreo o humano con su parte divina, es decir, con el soplo divino otorgado por Dios que le hace ser imagen y semejanza de Él.

En la misma línea argumentativa encontramos los denominados crímenes contra la humanidad. Si ensayamos un análisis deconstructivo de humanidad veremos que el término se refiere a la humanidad como especie, pero a la vez hunde sus raíces en la ontología del ser individual. El delito mencionado atentaría no sólo contra pueblos enteros que adquirirían dimensiones de genocidio, sino también contra personas a las cuales individualmente se les ha violado su condición humana. Es decir, desde las matanzas masivas de 6 millones de judíos en la II Guerra Mundial hasta los escuadrones de la muerte como el Grupo Colina durante el gobierno del ex Presidente Alberto Fujimori. El hecho de atentar contra la humanidad es un crimen contra lo más sagrado de lo viviente, contra lo divino en el hombre, en Dios hecho hombre o el hombre hecho Dios por Dios (12).

Las religiones abrahámicas han cubierto las instituciones modernas con su particular lenguaje, diferente de otras tradiciones religiosas y han superpuesto sus experiencias a gran parte del mundo. Pero como ya se dijo, al ser las tensiones las que hacen posible el avance de la historia, entre estas religiones abrahámicas se suceden conflictos que justificando religiosamente (y discursivamente) un ataque bélico se lanzan en combate, efecto de ese estar – juntos como separación (13), mirando al otro parecido pero que en el plano discursivo y hegemónico es completamente distinto del yo colectivo, sea éste un pueblo occidental o que se ubique en el hemisferio norte o en el meridional y en cualquier etapa de la historia, por ejemplo las Cruzadas en la Edad Media o la invasión a pueblos diferentes como los afganos o los iraquíes en nuestros días.

EL PODER EN EL DISCURSO MILITAR

Los discursos acuartelados de poder del ejercicio militar en las sociedades modernas tienen varios puntos de unión con el del discurso político y el religioso. Pero así como existen puntos donde se entrecruzan, hay también en los que se diferencian diametralmente.

Si nos referimos a la extendida creencia de que en las democracias, entendida ésta como el gobierno de todos en las manos de unos pocos elegidos, hay una plena y absoluta libertad encontraremos que esa libertad sólo es posible en el plano discursivo. Por ejemplo, los discursos de oposición de las políticas oficiales autorizados por las autoridades son permitidos sólo y sólo si no molestan, es decir, siempre en cuando no perturben el orden establecido (14). En el otro extremo del libreto, las instituciones militares no admiten discursos contrarios a sus directivas internas y se caracterizan por su accionar autoritario e inhibidor de acciones individuales.
En el caso de la semejanza de los discursos de poder con la esfera religiosa, y que se podría extender hacia el plano de la política interna y exterior de los Estados, encontramos que la marcada jerarquización del aparato militar permite la organización absoluta de sus miembros en ordenados cuerpos que se establecen en base a duras condiciones verticales de poder. Lo mismo ocurre con los Organismos Internacionales y con la diplomacia, la cual vendría a ser un síntoma de la internacionalización propia de la época de la modernidad (15).

Del mismo modo se pueden analizar los argumentos entre los cuales navegan los discursos que justifican el poder de los militares, vistos como los depositarios del aparato bélico y de los instrumentos físicos del establecimiento del orden y de la defensa nacional.

En este punto, algunos teóricos señalan que el arma discursiva del ataque inminente de un enemigo extranjero es una herramienta comprobadamente eficaz para justificar, como ya se dijo, compras de material de guerra. Pero hay que deconstruir el significado de guerra en el sentido moderno del término. Guerra puede ser entendido como una situación de conflicto armado entre dos países o naciones en un determinado territorio geográfico; también puede ser entendido como la continuación de la política. Los más osados aseguran que incluso el Estado es una relación de guerra permanente.

“El Estado no es otra cosa que la manera misma en que ésta continúa librándose, con formas aparentemente pacíficas, entre los dos conjuntos en cuestión.” (16)

Otro aspecto permanente es el discurso racista, basado también en argumentos prejuiciosos con respecto a otros pueblos accesibles históricamente de nominarlos con la etiqueta de la alteridad. El caso paradigmático es el de los judíos. El antisemitismo, si bien tiene raíces en la justificación del poder religioso (los judíos serían deicidas, es decir, asesinaron a Dios), su uso militar y político produjo el acto genocida más recordado de la historia: el Holocausto judío.

Los militares, usando argumentos discursivos como el de la supremacía de la raza aria y el de que los judíos eran la causa primordial y esencial de la derrota y de la decadencia moral de Alemania en la I Guerra Mundial, apuntaron su artillería y con el discurso antisemita ganaron el apoyo de las masas, adquiriendo un gran poder mediático. Si bien Hitler participó en la Gran Guerra (nombre con el también se le conoce a la guerra librada entre 1914 y 1919) su aporte histórico independientemente de la moralidad fue en el plano de los discursos, su gran habilidad para la oratoria y para la creación de símbolos nacionales giraban en torno a rescatar del fracaso a la Alemania que se rindió ante los Aliados y que veía en él a un líder capaz de recuperar el orgullo germano.

Los discursos de Hitler previos a la II Guerra Mundial eran redactados muchas veces por los militares y los términos utilizados debían hacer aparecer a la institución militar como la portadora de la nueva Alemania, a la vez también tenían cuidado de que ningún significado se escape de su contexto y que ese contexto no se sature con los discursos que continuamente repetía Hitler en sus presentaciones. Ningún significado puede ser fijado fuera del contexto en el cual se manifiesta (17).

Michael Foucault, citando a Thomas Hobbes nos ilustra cómo ya entre los siglos XVI y XVII, el filósofo sitúa la relación de guerra en el fundamento y el principio de las relaciones de poder.

“En el fondo del orden, detrás de la paz, por debajo de la ley, en el nacimiento del gran autómata que constituye el Estado, el soberano, el Leviatán, para Hobbes no está únicamente la guerra, sino la guerra más general de todas, la que se despliega en todos los momentos y todas las dimensiones: “La guerra de todos contra todos” [...] En primer lugar, dice lo siguiente: aún en un Estado civilizado, cuando un viajero deja su domicilio, no olvida nunca cerrar cuidadosamente la puerta con llave, porque sabe bien que hay una guerra permanente que se libra entre los que roban y los robados [...] ¿cuáles son las relaciones entre un Estado y otro, si no las de dos hombres que están de pie frente a frente, con la espada desenvainada y los ojos clavados en los del otro?” (18)

Sin caer en determinismos, podemos afirmar que si bien los discursos legitimadores del poder ejecutan las directivas del destino en relación a las tensiones superficiales propias de la vida en sociedad, también se encuentran atacados por las infinitas particularidades de lo espacio – temporal. Los discursos que legitiman el poder político, religioso y militar en la era moderna poseen características particulares, pero esto no limita la gama de posibilidades por los que los vaivenes de la historia y el destino arrastran a la vida en comunidad:

“La cuestión de la gemelidad y sus paradojas hace que dos existencias nacidas bajo el mismo signo tengan dos destinos diferentes: es la cuestión del destino, la cuestión de la libertad, la cuestión de lo que determina nuestra existencia en el mundo y, sin embargo, nos deja ser libres” (19).

Cual infinitos gemelos diseminados por la esfera terrenal, reproducimos nuestro entorno en constante conflicto con él mismo y con los demás, pero por encima los discursos de poder ejercen la supremacía que produjo que la anomia desapareciera, así lo decidimos y así se mantiene aún en la etapa posmoderna de la historia de la civilización.

CONCLUSIONES

• Podemos concluir que los distintos discursos de poder que se han analizado en el contexto de la modernidad presentan características que las entrelazan entre sí, siendo en algunos casos imposible de desasociarlos unos de otros.

• La deconstrucción de los discursos se puede entender como una estrategia de lectura que devela las circunstancias en las que éstos se manifiestan, por encima de la lectura superficial, e invadiendo los rincones oscuros del lenguaje analítico.

• Los discursos legitimadores del poder se presentan en todos los tiempos y escenarios y son inherentes a la necesidad humana de ejercer control sobre sí mismos como también de los demás.

• Las tensiones cotidianas son las que reproducen la historia, en los niveles de acontecimientos, coyunturas y estructuras, tal y como lo aseguraron en su momento el reconocido sociólogo Norbert Elias y el reconocido historiador Fernand Braudel.

• Los discursos legitimadores del poder en la era moderna que se dan en los campos político, religioso y militar son un ejemplo claro de que el monopolio del poder no es permanente, por el contrario es cambiante y camaleónico y continuamente tiene que redefinir sus discursos ante el avance de los acontecimientos humanos.

CITAS BIBLIOGRÁFICAS

1. FOUCAULT, Michael. Tecnologías del yo y otros textos afines, Barcelona, Ediciones Paidós Ibérica, 1990, Pág. 138.
2. FOUCAULT, Michael. La Arqueología del saber, México, Siglo XXI Editores, 2003, Pág. 102.
3. DERRIDA, Jacques y Gianni Vattimo. La Religión, Buenos Aires, Ediciones de la Flor, 1993, Pág. 14.
4. GIDDENS, Anthony. Modernidad e identidad del yo, Barcelona, Ediciones Península, 1997, Págs. 34 – 35.
5. DERRIDA, Jacques. El siglo y el perdón (entrevista con Michel Wieviorka) seguido de Fe y Saber, Buenos Aires, Ediciones de la Flor, 2003, Pág. 7.
6. GIDDENS, Anthony. Consecuencias de la modernidad, Madrid, Alianza Editorial, 1994, Pág. 45.
7. FOUCAULT, Michael. La Arqueología del saber, México, Siglo XXI Editores, 2003, Pág. 219.
8. GIDDENS, Anthony. Consecuencias de la modernidad, Madrid, Alianza Editorial, 1994, Pág. 96.
9. GIDDENS, Anthony. Modernidad e identidad del yo, Barcelona, Ediciones Península, 1997, Pág. 37.
10. FOUCAULT, Michael. Tecnologías del yo y otros textos afines, Barcelona, Ediciones Paidós Ibérica, 1990, Pág. 138.
11. GIDDENS, Anthony. Modernidad e identidad del yo, Barcelona, Ediciones Península, 1997, Pág. 37.
12. DERRIDA, Jacques. El siglo y el perdón (entrevista con Michel Wieviorka) seguido de Fe y Saber, Buenos Aires, Ediciones de la Flor, 2003, Pág. 11.
13. DERRIDA, Jacques. La escritura y la diferencia, Barcelona, Editorial Anthropos, 1989, Pág. 130.
14. DERRIDA, Jacques. Márgenes de la filosofía, Madrid, Ediciones Cátedra, 1989, Pág. 150.
15. DERRIDA, Jacques. El siglo y el perdón (entrevista con Michel Wieviorka) seguido de Fe y Saber, Buenos Aires, Ediciones de la Flor, 2003, Pág. 8.
16. FOUCAULT, Michael. Defender la sociedad, Buenos Aires, Fondo de Cultura Económica, 2001, Pág. 86.
17. DERRIDA, Jacques. Sobrevivir: Líneas al borde. En Deconstrucción y Critica, Harold Bloom, Paul de Man, Jacques Derrida [et.al.], México, Siglo XXI Editores, 2003, Pág. 84.
18. FOUCAULT, Michael. Defender la sociedad, Buenos Aires, Fondo de Cultura Económica, 2001, Pág. 87.
19. FOUCAULT, Michael. La hermenéutica del sujeto, México, Fondo de Cultura Económica, 2006, Pág. 229 – 230.

BIBLIOGRAFÍA

1. DERRIDA, Jacques.
• El siglo y el perdón (entrevista con Michel Wieviorka) seguido de Fe y Saber, Buenos Aires, Ediciones de la Flor, 2003.
• La escritura y la diferencia, Barcelona, Editorial Anthropos, 1989.
• Márgenes de la filosofía, Madrid, Ediciones Cátedra, 1989.
• Sobrevivir: Líneas al borde. En Deconstrucción y Critica, Harold Bloom, Paul de Man, Jacques Derrida [et.al.], México, Siglo XXI Editores, 2003.
2. DERRIDA, Jacques y Gianni Vattimo.
• La Religión, Buenos Aires, Ediciones de la Flor, 1993.
3. FOUCAULT, Michael.
• Defender la sociedad, Buenos Aires, Fondo de Cultura Económica, 2001.
• La Arqueología del saber, México, Siglo XXI Editores, 2003.
• La hermenéutica del sujeto, México, Fondo de Cultura Económica, 2006.
• Tecnologías del yo y otros textos afines, Barcelona, Ediciones Paidós Ibérica, 1990.
4. GIDDENS, Anthony.
• Modernidad e identidad del yo, Barcelona, Ediciones Península, 1997.
• Consecuencias de la modernidad, Madrid, Alianza Editorial, 1994.
Publicado por Luis Chávez Lara en 13:55

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