Blog de Luis
Chávez Lara ( El Inquisidor Perpetuo )
Los discursos del poder en la era de la
globalización
En plena
etapa de la globalización el ser humano replantea su existencia y redefine
personalmente el significado del yo. En el mismo contexto, pero en otro plano
de la estructura social, los discursos de poder procuran custodiar el control
social a través de mecanismos discursivos que producen tensiones entre el
creciente individualismo propio de las sociedades modernas y la progresiva
estandarización de la sociedad característica de la posmodernidad.
Ante este
problemático panorama vale la pena preguntarse qué cuota de discursivos tienen
los mecanismos de poder, teniendo en cuenta, según Foucault, que éste es
precisamente un tipo particular de relaciones entre los individuos. Por otro
lado, cómo influyen los componentes personales y coyunturales en la percepción
del significado de las relaciones entre los mismos individuos y su relación con
la esfera dominante.
Si bien es cierto
que con el nacimiento de la civilización le delegamos el monopolio de la
violencia (física y simbólica) al Estado para que, con los discursos normativos
como las leyes, la religión y la ciencia, reproduzcan discursivamente formas de
convivencia coherentes con el grado de desarrollo evolutivo de cada grupo
humano, el poder se ha escapado de las manos de los individuos entendidos como
entes particulares y ha pasado a ser exclusividad de los gobernantes, quienes
con o sin nuestro consentimiento (y a veces voto) detentan la administración de
las tendencias a partir de determinados mecanismos cognoscibles si
deconstruimos sus significados.
Es por esto
que en el presente ensayo se buscará interpretar el significado del poder en
las sociedades contemporáneas a partir de tres autores: Michael Foucault,
Jacques Derrida y Anthony Giddens. Para lograr este objetivo se cuestionarán
los significados de poder en la modernidad a partir de la premisa de que lo
evidente no siempre es lo que aparenta, es decir, utilizaremos la
deconstrucción como estrategia de lectura o herramienta analítica de los
discursos para encontrar su génesis, no etimológica sino circunstancial.
Asimismo se
desagregarán los conceptos de tal manera que se lleguen a comprender las
relaciones de poder que se dan en la actualidad básicamente entre los
individuos, el Estado, la Iglesia y el poder militar a partir del análisis de
las zonas marginales de los enunciados de éstos.
EL PODER EN EL DISCURSO POLÍTICO
El poder,
entendido como se dijo en líneas anteriores sería un tipo particular de
relaciones entre individuos (1), esto produce, para una mente cultivada
inmediatamente un razonamiento a priori en sus convicciones: el poder sería la
manifestación de las tensiones entre los individuos que conforman una sociedad,
comunidad o país estructurado bajo un marco legal y teóricamente constituido
bajo un corpus normativo, sea éste de facto o democrático. Pero, lo que no se
puede concluir a priori, por el simple hecho de que estos razonamientos no
requieren de la experiencia concreta, es qué produce que estas relaciones
mantengan a una innumerable cantidad de individuos sometidos al papel de
subordinados.
La respuesta
está en la producción de discursos que como una especie de anonimato
uniformador de conciencias (2) reproduce las permanencias en las sociedades o
su efectivo cambio de acuerdo al contexto sea este un acontecimiento, a nivel
coyuntural o en los niveles estructurales. Un acontecimiento es en primer
término, un momento en el cual la realidad se gesta o en todo caso se
manifiesta físicamente y a través del cual los individuos sienten y viven la
historia, es también la manifestación presente del relato histórico que deja
ver las emanaciones del volcán del tiempo a corto plazo; la coyuntura es el contexto
propiamente dicho, es el momento social, no individual, colectivo y que permite
observar con mayor nitidez principalmente los cambios ontológicos de los grupos
humanos; por último la estructura, es aquel conjunto de elementos que
configuran la realidad y que aparentemente permanece inmóvil en el tiempo,
constituido por instituciones, ideologías y siempre favorable a las
generalizaciones.
El discurso
del poder que analizamos se manifiesta en estos tres niveles analíticos y en
las esferas políticas, religiosas y militares. Por ejemplo cuando mencionamos
al Islam, incontinenti pensamos en fundamentalismos. Esta concepción errónea de
un fenómeno religioso y político merece un análisis más detallado. No es el
Islam el fundamentalista, son algunos islames. Ahora, si repasamos los
acontecimientos almacenados en el inconsciente colectivo, indefectiblemente
asociarán lo islámico con las Torres Gemelas y con el terrorismo internacional.
Derrida cuestiona esta inmediata relación pero la justifica argumentando que
los islames o lo islámico ejerce en nombre del Islam, es decir, el problema
atraviesa la cuestión de la apropiación del nombre (3).
A esto hay
que agregarle la influencia de los medios de comunicación que continuamente
bombardean a los receptores de sus señales con imágenes o sonidos expresando
discursos que se vuelven o aspiran a ser hegemónicos. Ejemplo de esto son los
conocidos líderes de opinión, quienes queriéndolo o no influyen directa o
indirectamente en la conformación de un discurso uniforme y que adopta su forma
final en la opinión pública. Esto se reproduce en todas las sociedades como
característica inherente a la continua tendencia a la universalización de la
actividad social producto de un proceso de desarrollo de nexos genuinamente
mundiales (4).
En la misma
línea están los casos en que el poder político busca legitimar su dominio
creando un enemigo común a los intereses “nacionales”. Aterrizando un poco en
el plano concreto y alejándonos de la teorética discursiva encontramos el caso
del Perú. Uno de los enunciados más difundidos en la educación estatal
proporcionada por el poder político es la idea generalizada de ver a Chile como
un potencial enemigo, es decir, se manifiesta una direccionada confusión
calculada en la utilización de términos y de sus significaciones (5). Esto se
realiza a fin de generar un elemento unificador y así crear ciudadanía y
sentimientos patrióticos alrededor de un mito nacional.
Siguiendo
los enunciados deconstructivos de Derrida, habría que diferenciar si Chile es
el enemigo o si lo fueron los chilenos en 1879, además preguntarse qué chilenos
se consideraban los enemigos del Perú, o si fueron los gobernantes o los
gobernados. Con seguridad muchos sociólogos e historiadores se chocarían con un
gran elefante blanco.
En este caso
particularmente moderno vemos la materialización de un enunciado que bien se
podría extrapolar a los libros de historia escolares con respecto al tema de la
Guerra del Pacífico: “La escritura expande el nivel de distanciamiento entre el
tiempo y el espacio y crea la perspectiva del pasado, presente y futuro...”
(6). Es decir, lo que leen los niños en las escuelas públicas llevan una carga
mítica esencialmente distante en el que reproduce el discurso del enemigo
público y nacional y justifica gastos militares ante un posible ataque sureño.
Pero no sólo
a través de la palabra escrita y de la utilización del lenguaje como
herramienta discursiva legitimadora de regímenes podemos deconstruir el
discurso del poder, en este caso político. Las regularidades específicas
propias del sistema de la discursividad (7) nos llevan a analizar la
utilización de las imágenes como otro elemento a través del cual detentar o
extender las fronteras escritas del poder, ejemplo de esto es la mundialmente
extendida utilización de banderas nacionales en torno a una nación o Estado
nacional.
Según
Giddens:
“Consecuentemente,
la fiabilidad en la credibilidad de objetos no humanos, es el resultado de una
fe primitiva en la fiabilidad y formación de las personas. Confiar en los
demás, es una necesidad psicológica persistente y recurrente.” (8)
Por supuesto
esta aparente fiabilidad en los demás a la hora de delegar la administración
nacional ve su representación material en los sectores que administran el poder
en todas sus formas, sea política, religiosa o militar.
EL PODER EN EL DISCURSO RELIGIOSO
Ahora que se
mencionan los objetos no humanos sería conveniente pasar al análisis
deconstructivo de la cuestión religiosa. Por ejemplo, la Iglesia Católica hace
uso del poder en todo momento, desde su militarizada jerarquización hasta en
los dogmas establecidos en sus Concilios, pasando por la violencia simbólica
eficazmente desapercibida por sus fieles hasta el continuo afianzamiento de la
supremacía de género (hombre sobre mujer).
El discurso
religioso posee características muy particulares que observados desde el punto
de vista de la deconstrucción requieren un tratamiento especial. Esto se
explica porque a pesar de ser un fenómeno inherente a todas las culturas, la
religiosidad contiene una fuerte carga personal que le proporciona un
ingrediente enriquecedor para cualquier empresa analítica. El discurso
religioso, al igual que toda experiencia humana se compone de argumentos
discursivos que propugnan una jerarquía de los individuos a pesar que en sus
escritos sagrados, en sus ceremonias y ritos abogue por la igualdad. En este
sentido podemos decir que el lenguaje y la memoria se hallan conectados en dos
niveles distintos pero complementarios, en la rememoración individual y en la
institucionalización de la experiencia colectiva (9).
Ejemplo de
ello, es el conocido rito de renovación del año nuevo, en el cual individual y
colectivamente los individuos experimentan un renacer de la vida misma y de la
cultura colectiva. Durante diciembre de todos los años, al dar la medianoche,
millones de personas explotan en eufóricas manifestaciones de optimismo que
inconsciente e involuntariamente los llevan a un tiempo primordial, a un tiempo
atemporal (si vale el término), primigenio y que contiene la clave de la
creación, o en todo caso renovación de la existencia en sociedad. Al igual que
la racionalidad política, la racionalidad religiosa se ha impuesto en las
sociedades. Es por eso que en la historia de la humanidad encontramos que primero
se estableció la idea de un poder pastoral, ejemplo de ello son las culturas de
la antigüedad que tenían en los líderes religiosos a sus gobernantes, y,
posteriormente en la de razón de Estado, hasta nuestros días (10).
Otro
elemento en el cual es importante hacer hincapié es en los discursos mesiánicos
y abrahámicos. El Cristianismo, primitivo y moderno, ha generado una literatura
propicia para mantener el monopolio del poder terrenal que le ha sido otorgado
por la divinidad (deconstruyendo el término en cursiva entraríamos a un debate
filosófico –teológico que desviaría nuestra atención) y su influencia en todas
las capas de la sociedad se hacen evidentes para el ojo acucioso e inquisidor.
Por ejemplo, el argumento de la Segunda Venida de Cristo, el Mesías, es un arma
discursiva que traspasa las fronteras de lo terrenal y que penetra en el
inconsciente de los individuos bajo la forma de violencia simbólica anunciando
o (aplicando la deconstrucción al término) prediciendo una resurrección que a
los ojos y estructuras mentales de los creyentes terminan por convencerlos de
un fenómeno imposible de reproducir en un laboratorio. Aquí entra a tallar la
oralidad y la tradición como elementos indisociables al momento de analizar el
fenómeno religioso: la oralidad (rezos, sermones, evangelios, etc.) y la
tradición (comportamiento acorde con los mandamientos, asistir a misa los
domingos, etc.) (11).
A la vez los
argumentos discursivos que se dan en las sociedades occidentales en la era de
la globalización, y que permanecen invisibles en el plano de los
acontecimientos son las ineludibles influencias de las religiones abrahámicas
(Cristianismo, Judaísmo e Islam) en los discursos normativos, especialmente en
el Derecho. Por ejemplo en el caso de los Derechos Humanos, reconocidos
internacionalmente, no globalmente, como inherentes a todos los representantes
de nuestra especie se presentan elementos del discurso religioso. La idea de
que los seres humanos hemos sido creados a imagen y semejanza de Jehová, Jhavé
(nótese la raíz etimológica) o Alá, permite una asociación del individuo
corpóreo o humano con su parte divina, es decir, con el soplo divino otorgado
por Dios que le hace ser imagen y semejanza de Él.
En la misma
línea argumentativa encontramos los denominados crímenes contra la humanidad.
Si ensayamos un análisis deconstructivo de humanidad veremos que el término se
refiere a la humanidad como especie, pero a la vez hunde sus raíces en la
ontología del ser individual. El delito mencionado atentaría no sólo contra
pueblos enteros que adquirirían dimensiones de genocidio, sino también contra
personas a las cuales individualmente se les ha violado su condición humana. Es
decir, desde las matanzas masivas de 6 millones de judíos en la II Guerra
Mundial hasta los escuadrones de la muerte como el Grupo Colina durante el
gobierno del ex Presidente Alberto Fujimori. El hecho de atentar contra la
humanidad es un crimen contra lo más sagrado de lo viviente, contra lo divino
en el hombre, en Dios hecho hombre o el hombre hecho Dios por Dios (12).
Las
religiones abrahámicas han cubierto las instituciones modernas con su
particular lenguaje, diferente de otras tradiciones religiosas y han
superpuesto sus experiencias a gran parte del mundo. Pero como ya se dijo, al
ser las tensiones las que hacen posible el avance de la historia, entre estas
religiones abrahámicas se suceden conflictos que justificando religiosamente (y
discursivamente) un ataque bélico se lanzan en combate, efecto de ese estar –
juntos como separación (13), mirando al otro parecido pero que en el plano
discursivo y hegemónico es completamente distinto del yo colectivo, sea éste un
pueblo occidental o que se ubique en el hemisferio norte o en el meridional y
en cualquier etapa de la historia, por ejemplo las Cruzadas en la Edad Media o
la invasión a pueblos diferentes como los afganos o los iraquíes en nuestros
días.
EL PODER EN EL DISCURSO MILITAR
Los
discursos acuartelados de poder del ejercicio militar en las sociedades
modernas tienen varios puntos de unión con el del discurso político y el
religioso. Pero así como existen puntos donde se entrecruzan, hay también en
los que se diferencian diametralmente.
Si nos
referimos a la extendida creencia de que en las democracias, entendida ésta
como el gobierno de todos en las manos de unos pocos elegidos, hay una plena y
absoluta libertad encontraremos que esa libertad sólo es posible en el plano
discursivo. Por ejemplo, los discursos de oposición de las políticas oficiales
autorizados por las autoridades son permitidos sólo y sólo si no molestan, es
decir, siempre en cuando no perturben el orden establecido (14). En el otro
extremo del libreto, las instituciones militares no admiten discursos
contrarios a sus directivas internas y se caracterizan por su accionar autoritario
e inhibidor de acciones individuales.
En el caso
de la semejanza de los discursos de poder con la esfera religiosa, y que se
podría extender hacia el plano de la política interna y exterior de los
Estados, encontramos que la marcada jerarquización del aparato militar permite
la organización absoluta de sus miembros en ordenados cuerpos que se establecen
en base a duras condiciones verticales de poder. Lo mismo ocurre con los
Organismos Internacionales y con la diplomacia, la cual vendría a ser un síntoma
de la internacionalización propia de la época de la modernidad (15).
Del mismo
modo se pueden analizar los argumentos entre los cuales navegan los discursos
que justifican el poder de los militares, vistos como los depositarios del
aparato bélico y de los instrumentos físicos del establecimiento del orden y de
la defensa nacional.
En este
punto, algunos teóricos señalan que el arma discursiva del ataque inminente de
un enemigo extranjero es una herramienta comprobadamente eficaz para
justificar, como ya se dijo, compras de material de guerra. Pero hay que
deconstruir el significado de guerra en el sentido moderno del término. Guerra
puede ser entendido como una situación de conflicto armado entre dos países o
naciones en un determinado territorio geográfico; también puede ser entendido
como la continuación de la política. Los más osados aseguran que incluso el
Estado es una relación de guerra permanente.
“El Estado
no es otra cosa que la manera misma en que ésta continúa librándose, con formas
aparentemente pacíficas, entre los dos conjuntos en cuestión.” (16)
Otro aspecto
permanente es el discurso racista, basado también en argumentos prejuiciosos
con respecto a otros pueblos accesibles históricamente de nominarlos con la
etiqueta de la alteridad. El caso paradigmático es el de los judíos. El
antisemitismo, si bien tiene raíces en la justificación del poder religioso
(los judíos serían deicidas, es decir, asesinaron a Dios), su uso militar y
político produjo el acto genocida más recordado de la historia: el Holocausto
judío.
Los
militares, usando argumentos discursivos como el de la supremacía de la raza
aria y el de que los judíos eran la causa primordial y esencial de la derrota y
de la decadencia moral de Alemania en la I Guerra Mundial, apuntaron su
artillería y con el discurso antisemita ganaron el apoyo de las masas,
adquiriendo un gran poder mediático. Si bien Hitler participó en la Gran Guerra
(nombre con el también se le conoce a la guerra librada entre 1914 y 1919) su
aporte histórico independientemente de la moralidad fue en el plano de los
discursos, su gran habilidad para la oratoria y para la creación de símbolos
nacionales giraban en torno a rescatar del fracaso a la Alemania que se rindió
ante los Aliados y que veía en él a un líder capaz de recuperar el orgullo
germano.
Los
discursos de Hitler previos a la II Guerra Mundial eran redactados muchas veces
por los militares y los términos utilizados debían hacer aparecer a la
institución militar como la portadora de la nueva Alemania, a la vez también
tenían cuidado de que ningún significado se escape de su contexto y que ese
contexto no se sature con los discursos que continuamente repetía Hitler en sus
presentaciones. Ningún significado puede ser fijado fuera del contexto en el
cual se manifiesta (17).
Michael
Foucault, citando a Thomas Hobbes nos ilustra cómo ya entre los siglos XVI y
XVII, el filósofo sitúa la relación de guerra en el fundamento y el principio
de las relaciones de poder.
“En el fondo
del orden, detrás de la paz, por debajo de la ley, en el nacimiento del gran
autómata que constituye el Estado, el soberano, el Leviatán, para Hobbes no
está únicamente la guerra, sino la guerra más general de todas, la que se
despliega en todos los momentos y todas las dimensiones: “La guerra de todos
contra todos” [...] En primer lugar, dice lo siguiente: aún en un Estado
civilizado, cuando un viajero deja su domicilio, no olvida nunca cerrar
cuidadosamente la puerta con llave, porque sabe bien que hay una guerra
permanente que se libra entre los que roban y los robados [...] ¿cuáles son las
relaciones entre un Estado y otro, si no las de dos hombres que están de pie
frente a frente, con la espada desenvainada y los ojos clavados en los del
otro?” (18)
Sin caer en
determinismos, podemos afirmar que si bien los discursos legitimadores del
poder ejecutan las directivas del destino en relación a las tensiones
superficiales propias de la vida en sociedad, también se encuentran atacados
por las infinitas particularidades de lo espacio – temporal. Los discursos que
legitiman el poder político, religioso y militar en la era moderna poseen
características particulares, pero esto no limita la gama de posibilidades por
los que los vaivenes de la historia y el destino arrastran a la vida en comunidad:
“La cuestión
de la gemelidad y sus paradojas hace que dos existencias nacidas bajo el mismo
signo tengan dos destinos diferentes: es la cuestión del destino, la cuestión
de la libertad, la cuestión de lo que determina nuestra existencia en el mundo
y, sin embargo, nos deja ser libres” (19).
Cual
infinitos gemelos diseminados por la esfera terrenal, reproducimos nuestro
entorno en constante conflicto con él mismo y con los demás, pero por encima
los discursos de poder ejercen la supremacía que produjo que la anomia
desapareciera, así lo decidimos y así se mantiene aún en la etapa posmoderna de
la historia de la civilización.
CONCLUSIONES
• Podemos
concluir que los distintos discursos de poder que se han analizado en el
contexto de la modernidad presentan características que las entrelazan entre
sí, siendo en algunos casos imposible de desasociarlos unos de otros.
• La
deconstrucción de los discursos se puede entender como una estrategia de
lectura que devela las circunstancias en las que éstos se manifiestan, por
encima de la lectura superficial, e invadiendo los rincones oscuros del
lenguaje analítico.
• Los
discursos legitimadores del poder se presentan en todos los tiempos y
escenarios y son inherentes a la necesidad humana de ejercer control sobre sí
mismos como también de los demás.
• Las
tensiones cotidianas son las que reproducen la historia, en los niveles de
acontecimientos, coyunturas y estructuras, tal y como lo aseguraron en su
momento el reconocido sociólogo Norbert Elias y el reconocido historiador
Fernand Braudel.
• Los
discursos legitimadores del poder en la era moderna que se dan en los campos
político, religioso y militar son un ejemplo claro de que el monopolio del
poder no es permanente, por el contrario es cambiante y camaleónico y continuamente
tiene que redefinir sus discursos ante el avance de los acontecimientos
humanos.
CITAS
BIBLIOGRÁFICAS
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Michael. Tecnologías del yo y otros textos afines, Barcelona, Ediciones Paidós
Ibérica, 1990, Pág. 138.
2. FOUCAULT,
Michael. La Arqueología del saber, México, Siglo XXI Editores, 2003, Pág. 102.
3. DERRIDA,
Jacques y Gianni Vattimo. La Religión, Buenos Aires, Ediciones de la Flor,
1993, Pág. 14.
4. GIDDENS,
Anthony. Modernidad e identidad del yo, Barcelona, Ediciones Península, 1997,
Págs. 34 – 35.
5. DERRIDA,
Jacques. El siglo y el perdón (entrevista con Michel Wieviorka) seguido de Fe y
Saber, Buenos Aires, Ediciones de la Flor, 2003, Pág. 7.
6. GIDDENS,
Anthony. Consecuencias de la modernidad, Madrid, Alianza Editorial, 1994, Pág.
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7. FOUCAULT,
Michael. La Arqueología del saber, México, Siglo XXI Editores, 2003, Pág. 219.
8. GIDDENS,
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9. GIDDENS,
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Pág. 37.
10.
FOUCAULT, Michael. Tecnologías del yo y otros textos afines, Barcelona,
Ediciones Paidós Ibérica, 1990, Pág. 138.
11. GIDDENS,
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Pág. 37.
12. DERRIDA,
Jacques. El siglo y el perdón (entrevista con Michel Wieviorka) seguido de Fe y
Saber, Buenos Aires, Ediciones de la Flor, 2003, Pág. 11.
13. DERRIDA,
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14. DERRIDA,
Jacques. Márgenes de la filosofía, Madrid, Ediciones Cátedra, 1989, Pág. 150.
15. DERRIDA,
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Saber, Buenos Aires, Ediciones de la Flor, 2003, Pág. 8.
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Económica, 2001, Pág. 86.
17. DERRIDA,
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Bloom, Paul de Man, Jacques Derrida [et.al.], México, Siglo XXI Editores, 2003,
Pág. 84.
18.
FOUCAULT, Michael. Defender la sociedad, Buenos Aires, Fondo de Cultura
Económica, 2001, Pág. 87.
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Ediciones Cátedra, 1989.
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Deconstrucción y Critica, Harold Bloom, Paul de Man, Jacques Derrida [et.al.],
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Madrid, Alianza Editorial, 1994.
Publicado por Luis Chávez Lara en
13:55
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