Lunes,
02 Noviembre 2015 03:51
Colciencias: de espaldas
a las ciencias sociales
La construcción del país
y de la paz necesita de profesionales capaces de reconstituir nuestro tejido
social. Pero Colciencias piensa que lo “rentable” es apoyar proyectos en ciencias
“duras” aun en desmedro de las ciencias sociales.
María Victoria Uribe* -
Eduardo Restrepo**
Retórica y realidad
Alejandro
Olaya, subdirector del Departamento Administrativo de Ciencia, Tecnología e
Innovación (COLCIENCIAS) afirmó en un escrito reciente que esta institución “va
a tener un papel protagónico como entidad que orienta el propósito científico,
tecnológico y de innovación de Colombia, en una era de postconflicto y paz para
el país. Será una nueva era en la que podemos proveer todas esas soluciones a
las desigualdades y los desafíos que implica reconvertir el país hacia una
economía y una sociedad que funcione en paz”.
Pero
semejante aseveración contradice las últimas disposiciones de COLCIENCIAS, que
en efecto marginan a las ciencias sociales a la hora de asignar los recursos.
Refiriéndose a estas disposiciones, el propio Olaya declaró que “sí existe una
política y no es velada, es explícita. Está en los criterios de evaluación de
la convocatoria 727. Ahí declaramos que el 70 % de las becas irían para
ciencias básicas e ingenierías y 30 % para otras disciplinas”.
Para
justificar tan arbitraria disposición, el subdirector dice más adelante que “lo
único que buscamos en Colciencias es que los recursos públicos se entreguen a
los programas de mejor desempeño”.
Saberes que sí producen
Esta
política desconoce los aportes que las ciencias sociales le han hecho a un país
convulsionado y en crisis permanente, y con un desarrollo social desigual y
accidentado. Ante los hechos cabe preguntarse si serán entonces los físicos,
los ingenieros o los químicos quienes se encargarán de analizar y hacer
recomendaciones acerca de los cambios que se le vienen encima a Colombia con la
firma – no ya apenas de los tratados de libre comercio- sino de los acuerdos en
La Habana, con la creación de la comisión de la verdad o con el sistema de justicia especial.
Arturo
Escobar, respetado antropólogo vinculado a la Universidad de Carolina del
Norte, considera que “Colombia, como tantos otros países del planeta, enfrenta
un conjunto de situaciones muy dramáticas. Estos problemas, mucho más que
problemas científicos y técnicos, son problemas sociales, culturales, y del
imaginario de país y sociedad que queremos. Sería por demás ingenuo pensar que
solo los llamados ‘expertos’ de las ciencias duras y económicas tienen la
respuesta a las inusitadas preguntas y situaciones del posacuerdo”.
Pero
esta situación de Colombia, que resulta evidente para los científicos sociales,
es desconocida por los altos funcionarios para quienes resulta “más rentable
trabajar en energías alternativas que en mecanismos de diálogo en una vereda de
un municipio recóndito”, como dice Carolina Rivera, investigadora del
Observatorio de Ciencia y Tecnología.
Todo parecería reducirse a la rentabilidad en
el más recortado sentido de esta palabra,
desconociendo que parte sustancial del atraso en materia de
competitividad internacional, del conflicto armado y de los problemas de
inequidad y pobreza que agobian al país se afincan precisamente sobre asimetrías
y sobre lógicas del privilegio-despojo derivadas de tales políticas.
Estrechez de criterios
Recientemente,
doce decanos de las facultades que agrupan carreras como Psicología,
Antropología, Filosofía, Economía y Sociología decidieron crear la Asociación
de Facultades de Humanidades y Ciencias Sociales. En este grupo figuran
académicos de las universidades Nacional, de Antioquia, de Caldas, del
Magdalena, del Valle y Tecnológica de Pereira.
Entre otras cosas consideran los decanos que
la visión del conocimiento y de la investigación de COLCIENCIAS es
“productivista”, y por lo tanto la entidad utiliza criterios muy discutibles
para “medir” la calidad de los procesos y resultados de la labor investigativa
en los campos de las ciencias sociales y
de las humanidades.
De esta manera, COLCIENCIAS se ha dedicado a
desestimular el avance de las ciencias sociales y de las humanidades, peor
todavía, a negar de manera sistemática la pertinencia de estas para el
desarrollo integral del país, al fomentar, con sus modelos de medición, cierto
tipo de prácticas que resultan nefastas cuando se trata de las comunidades
académicas dedicadas a las disciplinas sociales o a las humanidades.
Para comprender en su complejidad las
múltiples realidades sociales y culturales que se verán transformadas como
efecto de la creciente inserción de Colombia a la economía global, y en
especial de los acuerdos de La Habana, harían falta comunidades de científicos
sociales cuyas características y fortalezas desde hace mucho tiempo están por
fuera de la agenda de COLCIENCIAS.
Ante
tales situaciones y desafíos, una política centrada únicamente en el estímulo a
la publicación de artículos en revistas indexadas, preferiblemente en inglés y
dentro de los percentiles garantizados por las multinacionales del
conocimiento, resulta evidentemente equivocada y desfasada. Las manías o taras
de la “ciencio-metría”, ante las cuales COLCIENCIAS se ha postrado, y ante las
cuales pretende postrarnos, no solo desconocen sino que socavan los compromisos
y aportes de las ciencias sociales y humanidades al posconflicto y a la apropia
competitividad integral de Colombia.
Protestan los
científicos
En
una actitud autista y arrogante, COLCIENCIAS sistemáticamente ha desoído las
críticas y las propuestas que le han sido formuladas por bien acreditadas comunidades científicas (y no solo desde las
ciencias sociales y humanidades), tanto por sus errores técnicos básicos como
por los efectos perversos de sus cada vez más engorrosas convocatorias de
medición de grupos.
Por ejemplo, en un texto público varios
humanistas de la Universidad de Antioquia se refirieron al costo económico
prohibitivo que significa alimentar la plataforma con los datos y soportes
solicitados en la anterior convocatoria. Por otro lado, profesores del
Departamento de Ciencias Naturales y Matemáticas de la Universidad Javeriana de
Cali publicaron otra carta donde afirman que con la unidad de análisis y los
criterios de medición de COLCIENCIAS no es posible lograr los objetivos de
tales mediciones.
Resumiendo, si COLCIENCIAS ni siquiera sabe
hacer lo que dice que hace, no es de extrañar su incapacidad para entender los
efectos perversos de lo que hace para el avance de la investigación social y
las humanidades en Colombia.
Por tanto, es hora de que COLCIENCIAS sea
interpelado por quienes nos negamos a ser cómplices de sus plutónicas
elucubraciones, que apuntalan una geopolítica del conocimiento y una
colonialidad del saber que, en últimas, son expresión y garantía de un mundo de
privilegios. El pensamiento colombiano – y su entidad presuntamente rectora-
tienen que cambiar si es cierto que queremos un país más justo y sensato para
la mayoría de los seres que lo habitamos.
*
Antropóloga e historiadora, becaria del Wissenschaftkolleg (Institute for
Advanced Study) 2014-2015 de Berlin.
Colciencias
contra las humanidades
por Efrén
Giraldo
El capítulo más reciente de la cruzada de
Colciencias contra las humanidades es negarles becas a sus programas de
doctorado para destinarlas con exclusividad a programas científicos, lo que
supone una grave amenaza a su sostenibilidad. Lo llamativo no es esto, toda vez
que en los últimos años la agencia nacional de investigación ha decidido atacar
frontalmente los saberes sobre la sociedad y la cultura, sino la respuesta que
sus equivocadas políticas en lo concerniente a artes, ciencias sociales y
humanidades han despertado, primero en la comunidad académica, y más
recientemente en los medios impresos. Periódicos como El Espectador, El
Colombiano y la revista Semana han sacado la disputa del gueto académico y han
mostrado algunas de las implicaciones que tendría para el país un conjunto de
medidas escalonadas como esta. Algo que sorprende, pues en Colombia a los
medios poco les importa lo que pasa con la educación, y más específicamente con
la científica.
Sin embargo, la polémica no es nueva. Los criterios
estrechos y equivocados de nuestra disfuncional agencia a la hora de evaluar
las producciones de los académicos que trabajan en disciplinas sociales y
humanísticas han generado respuestas de diverso tipo. Algunos grupos e
investigadores de trayectoria se han negado a participar de las convocatorias
de medición, aduciendo —además de los ya conocidos problemas técnicos e
inconsistencias que sufren el software, las convocatorias y las regulaciones de Colciencias— una
discriminación que la agencia niega, imputando a los investigadores de estas
áreas una supuesta reticencia a ser medidos. Todo parece indicar que, ante el
dramático recorte presupuestal para ciencia y tecnología que ha hecho el
gobierno, Colciencias está recortando a su vez los presupuestos de las
humanidades, y para ello acude a estrategias soterradas para acorralarlas, con
el agravante de que responsabiliza a los investigadores y grupos de investigación
en pedagogía, historia, literatura, antropología, artes y filosofía de su
propia condena al abandono y la marginalidad.
La respuesta de humanistas, artistas y científicos
sociales a esta coyuntura, y más generalmente a la pregunta por su pertinencia social
y educativa, es deficiente, derrotista y casi siempre débil en su
argumentación. No se puede negar tampoco que, en muchas ocasiones, hay en
humanidades —y también en ciencias— una burocracia improductiva a la que no le
gustan los índices, las clasificaciones ni las mediciones de ningún tipo.
Intento aquí contradecir algunos de los argumentos con los que algunos
humanistas han enfocado la crítica que se les ha hecho.
El primer argumento es que las disciplinas sociales
y humanas no son medibles. Si bien las ciencias sociales en sus facetas más
especialziadas han demostrado el aprovechamiento que pueden hacer de la
estadística, hay otra manera de entender la relación del saber social con lo
cuantitativo: la que nos ofrece —para nuestro consuelo y desconsuelo— la
inconmensurable tradición. A veces, cuando se lee que las humanidades son poco
visibles o poco “citables”, habría que preguntarse de qué se está hablando. La
cienciometría es —y será— siempre impotente para medir la cultura y la copiosa
monumentalidad escrita del pasado, así como la vitalidad de la opinión pública.
El segundo argumento es que son saberes etéreos,
que no tienen ningún trato con lo práctico, una idea bastante prosaica de lo
que la teoría y la práctica son en realidad. Una de las maneras de encarar esta
cuestión es recordando el vínculo profundo que el saber sobre lo humano tiene
con la acción social, las instituciones, las costumbres, la política. ¿Qué
puede haber más práctico que el modo en que vivimos? Un libro reciente del profesor
Jorge Giraldo Ramírez muestra que la guerra en Colombia tiene, entre otras
explicaciones, una que pasa por las ideas de quienes tomaron las armas.
Sociedades tecnocráticas que no atienden a la
dimensión crítica, analítica y axiológica ofrecida por la educación en
humanidades acaban por colapsar, pues economía, gobierno y técnica sin cultura
de debate que las regule acaban por descontrolarse y servir a intereses
oscuros. En alguno de sus textos, Paul K. Feyerabend señalaba lo importante que
es para una sociedad democrática que los no expertos en ciencias tengan el
control sobre lo que los expertos en ciencia y tecnología descubrían. Un
corolario de este planteamiento es que, sin humanidades, sin ética, sin
comunicación y sin estética, el saber científico acaba por ser autoritario y,
acaso, contraproducente.
El tercero es que los saberes humanísticos no
generan capital económico, apenas cultivo espiritual. Si bien esto es
parcialmente cierto, y cabe hallar en el desinterés un argumento útil, sobre
todo en una época en que todo tiene precio, valdría la pena analizar el
fenómeno desde otra óptica. Ver en el mecenazgo —o, peor incluso, de la
caridad— la única figura económica para las artes y las humanidades es pasar
por alto la posibilidad que estas tienen de producir bienes, objetos y
—quiéranlo o no los puritanos— mercancías. Civilización, patrimonio, cultura
son realidades, no abstracciones. Las sociedades del conocimiento y la
información, de los servicios y los símbolos, no son pensables solo como productoras
de artefactos o de datos duros. En otros países, la cultura, los museos, los
libros son renglones importantes de la economía, más allá de que dependan de un
nuevo gran señor, el turismo.
El último argumento es que, al hablar de
humanidades, se trata de disciplinas que no son experimentales. En lugar de
creer que esto les resta dignidad o importancia, los humanistas deberían pensar
en que allí hay una de sus mejores oportunidades, tal como lo señaló alguna vez
Samuel Weber. Evidentemente, no se trata de experimentos con la naturaleza,
sino con lo social, con lo humano. Inventar nuevas formas de vivir, crear
espacios de intercambio, es el desafío que las humanidades deben afrontar ante
las exigencias actuales y, como en el caso colombiano, ante políticas
equivocadas y administraciones mezquinas que poco pueden hacer con la gestión
de comunidades y realidades a las que no comprenden.
22
de octubre de 2015
Mercado en la academia
La obsesión con las
publicaciones en "revistas indexadas" ha creado una estructura de
incentivos perversos. Es un estímulo a la mediocridad, en contra de la
imaginación.
Eduardo Posada Carbó
“La
investigación en ciencias sociales (...) se ha prostituido”, escribió el
profesor de la Universidad de La Sabana Giovanni Hernández (El Tiempo,
17/10/15). Juan Luis Ossa, historiador chileno, se ha referido a “uno de los
efectos más perversos de la academia actual” (El Mercurio, 12/11/14).
La
preocupación es universal. Pero, solo excepcionalmente, voces como las de
Hernández y Ossa han intentado sacarla del claustro universitario para motivar
un debate público tan necesario.
Ambos
señalan problemas derivados de la tendencia universitaria de evaluar las
investigaciones de sus profesores por el número de publicaciones en “revistas
indexadas”. Revistas de gran prestigio internacional, reconocidas así por
diversos órganos convertidos en jueces de calidad.
A
ellas se suman otros medidores: por ejemplo, cuántas veces un trabajo es citado
por otros colegas. En Gran Bretaña introdujeron una categoría más, “impacto”.
No basta publicar. Es necesario medir cuál ha sido el efecto de las
investigaciones en la sociedad.
El
problema, en el fondo, es de recursos. ¿Con qué criterio distribuirlos al
promover investigaciones, en particular cuando se trata de dineros públicos?
¿Cómo, entonces, evitar la necesidad de medir, medir, medir?
Aunque
es posible entender la racionalidad de una política que parece extenderse sin
frenos, no es claro que sea una política sabia.
Considérese
la medición del “impacto”. Medir el efecto de investigaciones en ciencias
naturales es quizás una tarea que pueda hacerse con precisión. Trasladar el
criterio a las ciencias sociales y humanidades no tiene sentido. ¿Cómo medir
con certidumbre el “impacto” social de un libro sobre la independencia? ¿O de
un trabajo sobre lenguas muertas?
Las
dificultades se agravan cuando se introducen dimensiones temporales. Los
ejercicios de evaluación en Inglaterra, por ejemplo, han sucedido en ciclos de
cinco años. Pero con frecuencia el “impacto” de las investigaciones en ciencias
sociales y humanidades solo se aprecia con los años. La obra de Norbert Elias
se volvió famosa décadas después de publicada.
La
obsesión con las “revistas indexadas” acarrea problemas adicionales. Para
comenzar, es un criterio que traslada la capacidad de juzgar la calidad de las
investigaciones a entidades relativamente ajenas, no necesariamente neutrales.
Se imponen líneas editoriales que a veces favorecen temas o metodologías de
moda. Algunos evaluadores ocultan sus discrepancias políticas con argumentos
dizque académicos.
Algunas
universidades han llegado al absurdo de premiar artículos en revistas, por
encima de libros monográficos.
Muy
afectados han sido los libros editados con varios autores sobre temas específicos.
Se aduce contra ellos que no tienen mercado, o que no están sujetos al proceso
de arbitraje de las revistas, sin molestarse en examinar sus respectivas
calidades intrínsecas.
Los
más afectados son los libros dirigidos al público general, incluidos los
estudiantes. Como si los académicos solo debieran escribir para académicos.
Se
ha creado una estructura de “incentivos perversos”. Se desestimula el trabajo
en equipo, la tradicional colaboración que exigen los libros editados con
varios autores. Se desestimulan las obras de divulgación. Como observa Ossa, se
desestimulan las publicaciones jóvenes, pues la aspiración de todos es publicar
solo en un puñado de revistas ya establecidas.
Es
un estímulo a la mediocridad, en contra de la imaginación.
La
prensa haría bien en abrir mayores espacios a las preocupaciones ventiladas por
Hernández y Ossa. Pues abordan un tema que, por su significado, debe salir de
los claustros universitarios.
Eduardo
Posada Carbó
Publicado el 20 de octubre de 2015
El
menosprecio por las humanidades
Francisco
Cortés Rodas
En la política estatal de ciencia que Colciencias
ha venido implementando en los últimos años se puede apreciar una clara
tendencia a menospreciar las ciencias sociales y las humanidades. En las
convocatorias para la medición de grupos de investigación de los dos últimos
años se vio en los resultados una muy baja participación de los grupos de
ciencias sociales y humanas en los niveles A1, A y B, y de sus investigadores
en los niveles Senior y Asociado. La más reciente discusión tiene que ver con
los resultados de la “convocatoria 727” de becas de doctorado. De los 189
programas de doctorado que concursaron para recibir cupos de becas de
Colciencias, solo 40 pasaron. Ninguno de ciencias sociales y humanidades logró
obtener los mínimos de evaluación exigidos.
En este caso, hay que destacar que el resultado ha
ido acompañado de una clara justificación, basada en una visión del crecimiento
económico, por parte de funcionarios de Colciencias. Ya no tratan de ocultarlo,
lo dicen sin ambages frente a la opinión pública. Así, Carolina Rivera,
investigadora del Observatorio de Ciencia y Tecnología, le dijo a El
Espectador, “desde literatura académica y sistemas de países industrializados
sí hay evidencia de que áreas como ingenierías y ciencias básicas tienen mayor
potencial de fortalecer el crecimiento económico. Es más rentable trabajar en
energías alternativas que en mecanismos de diálogo en una vereda de un
municipio recóndito”.
Lo que está pasando en nuestro mundo académico no
es nuevo. Desde hace años el énfasis del Gobierno está orientado de manera cada
vez más clara, hacia una universidad centrada en las ciencias naturales, la
innovación, la renta y el crecimiento económico, y excluye una universidad que
articule la ciencia con el cultivo de las humanidades y las ciencias sociales.
De esta manera Colombia se está anticipando y
preparando para aquello que en países altamente industrializados, como Japón,
se percibe como una derrota de las humanidades. La decisión del ministro de
Educación japonés de pedir a 60 universidades cerrar carreras de ciencias
sociales y abrir áreas que respondan mejor a las necesidades de la sociedad, es
muy grave para las humanidades, que muestra además una profunda incomprensión
de la imagen de la ciencia y las humanidades, de su historia y relaciones
mutuas.
Pensar que la investigación en ciencias naturales e
ingenierías se opone a las humanidades no es más que un argumento falaz de una
visión de la ciencia. Hay elementos inevitablemente humanos en la investigación
en cualquier campo. Esto se puede apreciar en la obra de cualquier gran
científico (Newton, Darwin, Einstein) no solo como reflexiones aisladas sino
como constitutivas de sus prácticas investigativas. Pensar que la investigación
natural no es humana y social es una idea equivocada y uno de las sofismas que
circulan con naturalidad en el mundo de la burocracia científica. Ignorancia
sobre la historia de la ciencia de los burócratas.
Es necesario poner en su contexto los supuestos de
la creación del conocimiento para poder entender la ciencia, la tecnología y la
innovación bajo la comprensión de la sociedad y las humanidades, sus problemas
y contradicciones.
* Director
Instituto de Filosofía U. de Antioquia.
El ánimo de lucro no es
una fuente de recursos
El Gobierno Nacional ha
propuesto una reforma a la Educación Superior que parece estar centrada en el
interés por incrementar la cobertura, buscando pasar de un 34% de la población
joven en programas de formación técnica, tecnológica o profesional en 2010, al
50% en 2014.
por
Jairo Humberto Restrepo Zea -
Vicerrector de Investigación UdeA
jairoudea@gmail.com
El
Gobierno Nacional ha propuesto una reforma a la Educación Superior que parece
estar centrada en el interés por incrementar la cobertura, buscando pasar de un
34% de la población joven en programas de formación técnica, tecnológica o
profesional en 2010, al 50% en 2014. Esta cifra es de por sí ambiciosa y merece
una evaluación rigurosa en términos de viabilidad, de los costos que ella
implica y de los resultados que de verdad puedan ofrecerse al país para
impulsar la transformación productiva y el desarrollo social. En pocas
palabras, lo que significa una cierta continuidad con el aumento de cobertura
impulsado por el anterior gobierno, la iniciativa del Ministerio de Educación
Nacional implica buscar mecanismos para contar con un mayor número de cupos y
una mayor graduación.
Para
ampliar los cupos en la educación superior el gobierno ha propuesto varias
estrategias de mercado, en términos de oferta y demanda, que dan cuenta de su
visión acerca de las razones por las cuales no sería posible tener una mayor
cobertura. La primera estrategia consiste en la flexibilización de la oferta,
lo que significa asumir que en su configuración actual, con las instituciones
existentes y con los incentivos sobre los que ellas se mueven, el país no puede
esperar que haya más cobertura. En cuanto a las estrategias del lado de la
demanda, el gobierno propone las modalidades de subsidios a la demanda y de
crédito educativo, con lo cual reconoce que los ingresos de las familias
resultan insuficientes para sufragar los costos de matrícula y la manutención
de los estudiantes, siendo necesario un esfuerzo fiscal para garantizar un
mayor acceso a la educación superior.
Es
en este contexto que la Ministra de Educación plantea que nunca antes se había
dispuesto de tantos recursos para la Educación Superior, pero que los aportes
del gobierno resultan insuficientes y por ello es necesario contar con la
inversión privada. En efecto, dentro de las propuestas para flexibilizar la
oferta de la educación superior se destaca el énfasis que pone el gobierno en
el ingreso de capital privado y el reconocimiento de entidades con ánimo de
lucro. Prácticamente éste ha sido el principal punto de la reforma y, al mismo
tiempo, el tema de mayor debate.
El
énfasis en la ampliación de la oferta vía incentivos económicos, de modo que
instituciones existentes puedan transformarse para aspirar a obtener
rendimientos que premien a sus propietarios, o bien, que se permita el ingreso
de nuevas instituciones con el mismo fin, es notorio cuando se presenta su
lectura de experiencias de otros países como Chile, Brasil, China y Corea.
En
la mirada que el gobierno hace de estas experiencias parece que sólo interesa
examinar la presencia de instituciones con fin de lucro y sus aportes al
aumento de la cobertura, sin aportes adicionales sobre aspectos como la
configuración de los sistemas de educación superior, el rol de la investigación
y otros mecanismos de financiación de la educación superior y de las
instituciones que conforman el sistema.
En
la propuesta del gobierno existe una idea que se controvierte con el título de
este escrito. Según el gobierno, al permitir el fin de lucro se atraerán más
recursos a la Educación Superior y esto ayudará a lograr las metas de
ampliación de cobertura. Sin embargo, más que una fuente de recursos el ánimo
de lucro constituye un mecanismo de absorción por el cual se busca recuperar la
inversión y brindar ganancias a los dueños de dicha inversión.
En
nuestro caso, el capital privado ingresaría a la Educación Superior para
instalarse en donde se espera la mayor rentabilidad, pero ésta solo se logra en
la medida en que existan ingresos para pagar la matrícula de los estudiantes,
los que solamente pueden provenir del ingreso de las familias, del crédito
educativo o de los susbisidios del gobierno. Así las cosas, el ánimo de lucro
aspiraría a recibir los recursos que pone la propia reforma y lejos de sumar
entraría a competir por la demanda existente y por los recursos disponibles
para financiar la matrícula.
Además
de constituir un mecanismo de absorción, al consagrar el fin de lucro se puede
dar lugar a una segmentación de la oferta que a la postre genere un mayor
déficit en las institucionales estatales y en las privadas sin ánimo de lucro.
¿Por qué? Porque las instituciones con ánimo de lucro se especializarían en
atraer segmentos de población o atender programas académicos en donde esté garantizada
la rentabilidad, absorbiendo parte de los recursos de crédito y subsidios que
traería la reforma, en desmedro de las necesidades de las instituciones
preocupadas por desarrollar programas con rentabilidad negativa y en brindar
condiciones de acceso a la población más pobre. Con razón, se destaca en el
mundo el modelo de universidad que nace de la inversión pública o de fondos de
capital solidarios o el altruismo, así como un financiamiento con un decidido
apoyo de las donaciones, los recursos fiscales y el patrimonio propio de las
instituciones.
Está
claro entonces que una cosa es requerir recursos para ampliar la oferta
educativa, y otra bien distinta es la necesidad de recursos para pagar la
matrícula; éstos últimos, por supuesto, son necesarios para recuperar los
primeros cuando se trata de un inversionista privado. Como seguramente el
gobierno pretende favorecer el aumento de la oferta, a no ser que existan
intereses o necesidades que no se hayan hecho muy explícitas, como las
obligaciones que se desprenden de la firma del Tratado de Libre Comercio con
los Estados Unidos, existe como alternativa a esta propuesta impulsar el
desarrollo de planes de expansión de la oferta existente mediante créditos de
inversión y programas especiales con las universidades estatales.
Conviene
entonces que este debate se asuma con serenidad y se consulten experiencias
internacionales, destacando las ventajas y desventajas de la introducción del
ánimo de lucro.
Tal
vez el gobierno encuentre razones para convencerse que éste no es el camino
adecuado, como de hecho comienza a reconocerlo cuando establece una serie de
condiciones que pueden llevar al desaliento del inversionista serio para
ingresar al sector. Además, es conveniente contar con un estudio que dé cuenta
de la línea de base de la oferta de Educación Superior y las capacidades que se
tienen para aumentar los cupos en los diferentes niveles de formación, regiones
del país y áreas del conocimiento.
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