(Capitulo VI del texto: “El desarrollo local como espacio
para la educación ciudadana”)
Pedro Gallardo Vásquez
Doctor en Filosofía y Ciencias de la Educación
Profesor Universidad de Sevilla
Sofía del Coral Ruiz
Coautora.
La capacidad de organización que tiene una comunidad constituye uno de los aspectos más significativos para el análisis de la misma y esto nos orienta de manera directa al estudio de las redes sociales que la configuran. Conocer la importancia y vitalidad de estas redes, nos facilitará pistas, para conocer las interacciones sociales que se generan dentro del espacio comunitario. Por otro lado, estos análisis nos permiten conocer la naturaleza de los vínculos que surgen entre los distintos actores sociales en sus propios escenarios comunitarios.
La educación popular contribuye sobremanera a la configuración, consolidación y desarrollo de estas redes sociales, porque la misma no se entendería si no propicia el establecimiento de tramas sociales y la puesta en marcha de relaciones humanas tendentes a la mejora de la calidad de vida.
6.3.1. Las conexiones del tejido social: las redes en la sociedad
Diferentes autores, entre ellos Radcliffe-Brown (1952: 190), han entendido tradicionalmente que en los análisis de las redes sociales debe utilizarse la terminología sobre las mismas en un sentido muy amplio, señalando los conjuntos de relaciones que se llevan a cabo dentro de un sistema social. Pero, como afirma Requena (1989: 138), estos estudios fueron evolucionando desde la década de los cincuenta del pasado siglo, en la que se utilizó el concepto de red social con bastante rigor, hasta la década de los setenta donde el análisis de redes cobró mayor interés dentro de disciplinas como la sociología o la antropología y se iniciaron, sobre todo en el ámbito anglosajón, en numerosas universidades estudios sobre los análisis de redes sociales. Por otra parte, se fueron centrando más en el estudio del comportamiento de grupos, generalmente reducidos, de actores implicados en un amplio abanico de situaciones sociales diferenciadas.
En los años ochenta del siglo XX, se produjo una consolidación del estudio de redes, favorecidos por el desarrollo de los modelos sistémicos y ecológicos y la consiguiente comprensión psicosocial de las personas humanas. También, han contribuido al interés por estos estudios, las abundantes líneas sobre apoyo social desarrolladas en la última década, por disciplinas, tales como: la psicología y el trabajo social.
Los estudios relacionados con las redes se inician y desarrollan a partir de los trabajos de tres antropólogos británicos: J.A. Barnes, E. Bott y J.C. Mitchell. El concepto, propiamente dicho, de red social lo introdujo Barnes (1954: 43) en un estudio que realizó sobre los habitantes de una isla de pescadores en Noruega. En este trabajo se analizaban las relaciones personales, ya fueran de parentesco o de amistad, que se originaban entre los miembros de aquella comunidad insular.
De una manera gráfica podemos mostrar la red y describirla como un conjunto de puntos, algunos de los cuales los encontramos enlazados por una serie de líneas. Estos puntos pueden ser personas, consideradas individualmente, grupos, en algunas ocasiones, los cuales pueden tener un carácter institucional o no, es decir, pueden constituir una entidad o asociación. Las líneas van mostrando las personas o los grupos que se encuentran en una interacción social. Considerando la red de una manera analítica, describir como personas o grupos a los nudos de la red, implica que entre ellos los vínculos que existen, cumplen una serie de propiedades que repercuten sobre los diferentes aspectos de las relaciones sociales entre los actores de la red.
Una vez descrito lo anterior, podemos señalar que las redes, por consiguiente, constituyen un espacio social compuesto por relaciones entre diferentes personas. El sentido de estas relaciones viene configurado desde criterios específicos, tales como, la vecindad o la amistad, el parentesco, las actividades económicas y comerciales... Dentro de un determinado contexto social cada persona mantiene relaciones con un conjunto de sujetos, estos sujetos, a su vez, interaccionan con otros grupos, con lo cual se va extendiendo la red.
Luque (1995: 143) afirma que el concepto de red social empleado por Barnes, se aproxima a la teoría matemática de los grafos. De acuerdo con los postulados de esta teoría, se denomina red a un conjunto de puntos enlazados por un conjunto de líneas. Esta teoría matemática de los grafos no se reduce al estudio de redes finitas, sin embargo, en los ámbitos de la sociología o la antropología se suele trabajar con grupos limitados de personas y a partir de las relaciones que se establecen entre las mismas. Entre dos puntos podemos encontrar múltiples tipos de relaciones representadas por grafismos diferentes, estos multigrafos se utilizan cuando dos puntos se encuentran relacionados con más de un vínculo de diferente naturaleza. No obstante, como señala Rodríguez-Villasante (1998b: 90), el análisis de redes es bastante más productivo en las estrategias constructivas y participativas de la realidad social.
Una apreciación que es digna de tener en consideración en la red social, es la posición que ocupa un actor social dentro de la estructura de red. No todas las posiciones son iguales, ni tan siquiera equivalentes. En referencia a la posición que ocupe un actor determinado, vendrá definida la mayor o menor posibilidad de acción que se le reconozca. Tomando en consideración la estructura de los grafos se pueden distinguir, a priori, dos niveles de posiciones: posiciones centrales y posiciones periféricas, aunque los conceptos de periferia y centralidad son relativos entre sí. Por este motivo, sería conveniente tratar sobre posiciones más o menos centrales y posiciones más o menos periféricas en función de la localización del resto de los actores de la red.
Una posición es más central o más periférica, respectivamente, en virtud del aumento o disminución del número de puntos adyacentes a una posición dada. De este modo, la centralidad, tanto de una posición concreta como de una red en su conjunto, es susceptible de ser cuantificada. El concepto de posición es muy importante por dos motivos: por un lado, porque facilita la simplificación del análisis a medida que aumenta el nivel de complejidad de la red; y, por otro, porque ha demostrado ser un elemento fundamental en la conducta de los actores que participan en las redes de intercambio, porque en cierta forma determina el grado de autonomía o dependencia de un actor respecto a los demás. Las posiciones de los actores en una red social determinan la estructura de oportunidad de un actor, respecto a la facilidad de acceder a los recursos de otros actores en la red.
Durante las décadas de los cincuenta y sesenta del siglo XX, diversos autores han utilizado los estudios de redes, para el desarrollo de sus investigaciones. En este sentido, Bott (1990) manejó elementos de las redes sociales, en un estudio que realizó sobre las familias londinenses de clase obrera y que publicó en 1957. En la obra que escribió, generada de estos estudios, analizó diferentes modalidades de relaciones conyugales entre marido y mujer, a partir de los papeles sociales diferenciados que éstos realizaban.
Uno de estos autores que trabajó a fondo los estudios de redes fue Mitchell (1969: 4). Considera que la utilidad de los estudios de redes no debe basarse en las cualidades de las personas implicadas en la red, sino más bien en las características de los vínculos que se generan entre las mismas. Los análisis de estos vínculos constituyen un medio de explicar el comportamiento de las personas envueltas en los mismos.
El propio Mitchell (1969) estudió la morfología de redes y distingue cuatro elementos morfológicos en las redes sociales: anclaje, accesibilidad, densidad y rango. El anclaje o localización de la red se entiende desde el momento en el que una red tiene que ser trazada desde algún punto o actor inicial. Por consiguiente, debe estar anclada en un punto de referencia. Así, el punto de anclaje de una red, normalmente, viene determinado por algún actor específico, cuya conducta se quiere interpretar.
La accesibilidad se puede definir rigurosamente, como la fuerza con la cual el comportamiento de un actor está influenciado por sus relaciones con los otros. En algunas ocasiones, estas relaciones sirven para estar en contacto con los otros que son relevantes para el sujeto al que se refiere la red social. Se pueden distinguir dos magnitudes en la red: la primera sería la proporción de actores que pueden contactar con cada actor determinado en la red. La segunda estaría compuesta, por el número de intermediarios que hay que utilizar para conectar con otro, es decir, el número de vínculos que se tienen que atravesar para alcanzar a un determinado actor.
La densidad es una noción que está tomada directamente de la teoría de los grafos. Esta dimensión de la red fue delimitada, posteriormente, en base a los estudios de Craven y Wellman (1973: 59-61). La densidad de una red variará en función al número de vínculos que existan dentro de ella. De este modo, una red en la que todos los actores están vinculados con todos los demás, podemos asegurar que cuenta con una densidad máxima. Sin embargo, en las redes en las que unos actores estén vinculados con algunos, pero no con todos los actores restantes, encontraremos zonas de mayor o menor densidad. En aquellas zonas de la red que sean más densas, necesitaremos menos pasos intermedios para alcanzar a la mayoría del resto de los actores.
Respecto al rango, podemos decir que en todas las redes sociales algunos actores tienen acceso directo a otros pocos. Un rango de primer orden está constituido, por el número de actores que se encuentran en contacto directo con el actor sobre el que está referida o localizada la red. Si las redes son de carácter personal, se puede definir el rango como el número de personas que se encuentran vinculadas directamente, sin necesidad de intermediarios, con el individuo. De este modo, un sujeto mejor relacionado que otro tendrá una red personal de rango mayor.
Mitchell (1969) distinguió también una serie de cualidades o características definitorias a la hora de conceptualizar las relaciones dentro de una red. Son las siguientes: contenido, direccionalidad, duración, intensidad y frecuencia de una relación. Estos aspectos se tornan indispensables si queremos comprender la conducta social de los actores implicados en la red social.
Contenido. Los vínculos entre un individuo y las personas con quien interactúa generalmente se realizan con algún propósito, o bien porque existe algún interés reconocible por alguna o ambas partes. El análisis del contenido de los vínculos en una red puede dar lugar a la superposición de redes sociales cuyo contenido sea diferente.
En el ámbito de la direccionalidad podemos encontrar bastantes casos, en los que los vínculos proporcionan relaciones recíprocas, pero en otros no. Existen determinados vínculos, tales como, la amistad, la vecindad, el parentesco, etc., donde casi siempre existe una reciprocidad en las relaciones, entre los actores que mantienen dicha relación, por consiguiente, su direccionalidad no tiene mucha importancia. Sin embargo, existen otras relaciones, en las que el flujo de comunicación circula con más facilidad hacia un sentido determinado de la relación.
La duración también es muy relevante, puesto que al igual que los grupos sociales, las redes sociales tienen un determinado período de vida. Durante su período vital una red realiza algunas variaciones en su composición, aunque sólo sea porque las edades de los miembros que la constituyen varíen y, por consiguiente, varían también las relaciones que mantienen con otros. Es por esta razón, que cabe la posibilidad de que a lo largo del ciclo de vida de sus miembros la red se expanda, o bien se contraiga, de manera que en diferentes instantes en el tiempo las redes referidas a un determinado actor social se inicien en su juventud y continúen, también, en la red del sujeto maduro. Una red suele existir siempre que los derechos y obligaciones respecto a otros se mantengan y sea reconocida para propósitos concretos.
La intensidad se puede entender como el grado de implicación de los actores vinculados entre sí. Estaríamos tratando sobre la mayor o menor incidencia que sobre el comportamiento de un actor, tienen los demás actores con los que está vinculado en la red. De este modo, una persona probablemente estará más influenciada por sus parientes más cercanos que por sus vecinos. Aunque tenemos que tener cuidado y no confundir la intensidad de un vínculo con la proximidad física de los actores vinculados.
En cuanto a la frecuencia, es necesario que exista una relativa repetición de los contactos entre los actores vinculados, para que tal vínculo perviva. Pero, a veces, no existe una gran relación entre la frecuencia y la intensidad de los contactos. De este modo, una alta frecuencia de contactos puede, a veces, no generar necesariamente una alta intensidad en las relaciones. Un ejemplo claro puede radicar en los contactos entre compañeros de trabajo que pueden ser regulares y frecuentes, pero la influencia que ejercen estos compañeros de trabajo sobre la conducta de un determinado sujeto, puede ser menor que la que tienen los parientes muy cercanos a los cuales se les ve de manera infrecuente e irregular. Por esta razón, la frecuencia de una relación tiene, en el análisis de redes, una importancia que en algunos casos es marginal.
El rápido crecimiento de los estudios de redes a finales de los años setenta y, sobre todo, en los ochenta del pasado siglo, se ha debido a los cambios originados en las ciencias sociales, la experiencia etnográfica, el desarrollo y aplicaciones de las matemáticas y la utilización de procesos de datos. Además, durante toda la década de los setenta se fue avanzando en métodos de investigación, procedimientos estadísticos y análisis de datos que se combinaron para ofrecer una gran capacidad de examinar las medidas simples cuantitativas de la interacción humana y las valoraciones cualitativas de cómo y por qué las personas desarrollan relaciones de amistad y acuden a unas personas y no a otras para solicitar ayudas.
El concepto de apoyo social surgió, como asegura Villalba (1993: 72) al revisar en los años setenta del siglo XX la literatura que parecía evidenciar una asociación entre problemas psiquiátricos y variables sociales genéricas como desintegración social, movilidad geográfica o estatus matrimonial. Se detectó que el elemento común de esas variables situacionales era la ausencia de lazos sociales adecuados o la ruptura de las redes sociales previamente existentes.
Desde esa época existe una importante línea de investigación en apoyo social, el cual puede definirse como las interacciones o relaciones sociales que ofrecen a los sujetos asistencia real o un sentimiento de conexión a una persona o grupo que se percibe como querida o amada. En nuestro país autores como Díaz Veiga (1987), Barrón, Lozano y Chacón (1988), Garcés (1991), Gracia y Musitu (1990) y Sánchez (1991) han trabajado sobre este tema y realizado conceptualizaciones sobre el apoyo social, las posibilidades y limitaciones del mismo y sus relaciones con las redes sociales.
Generalmente, la literatura sobre apoyo social utiliza la noción de red social para describir los aspectos estructurales del apoyo en contraposición con los funcionales. En esta línea, se puede hablar de la red social como la dimensión estructural del apoyo social o, también, como la socioestructura donde se generan las transacciones de apoyo. Pero, el propio método de análisis de las redes sociales permite valorar de manera integrada las perspectivas estructural, funcional y contextual del apoyo social en una persona, incluyendo los efectos positivos y negativos del mismo que ésta pueda percibir.
En muchas ocasiones, se atribuye a la noción de red social la función de apoyo con efectos positivos, denominándolas redes de apoyo social y asumiendo que todos los vínculos de las redes son positivos y que todas las redes son sistemas de apoyo. Aunque la función principal que cumplen las redes sociales es la provisión de un sistema de apoyo, las redes sociales tienen otras funciones importantes, como la identidad y el control social. En algunas ocasiones, la red social no sólo no facilita apoyo alguno, sino que puede ser foco de conflictos y tensiones.
El modelo ecológico de desarrollo humano nos muestra la compleja y permanente interacción de los sujetos con sus ambientes más o menos cercanos, en los que integrar la estructura y dinámica de las redes sociales y las transacciones de apoyo que se originan en las mismas. Bronfenbrenner (1987) es el autor que ideó este modelo, concibiendo el ambiente como un conjunto de estructuras seriadas.
El nivel más interno de estas estructuras seriadas está configurado por los entornos inmediatos que contienen a la persona en desarrollo, denominados microsistemas: la familia, escuela, trabajo, barrio... En el nivel superior se ubican las relaciones entre esos entornos inmediatos del individuo que conforman el mesosistema, los movimientos vecinales. En un tercer nivel, se establecen los entornos donde la persona no se encuentra presente, pero es influida por ellos y se denomina exosistema y, en el último nivel, encontramos los factores socioeconómicos y culturales de carácter macrosocial que constituyen el macrosistema. Las redes sociales se formarían a partir de las interconexiones de los distintos microsistemas: familia, vecinos, amigos, compañeros de trabajo...
Los distintos ambientes definidos en el modelo ecológico, constituyen a su vez sistemas en funcionamiento como tales, en los cuales el ser humano es un elemento más. Dentro de estos sistemas, los aspectos físicos, tales como: viviendas, configuración de un barrio, ruidos..., constituyen también elementos en interacción que han de ser considerados en la valoración e intervención comunitaria.