lunes, 13 de octubre de 2014

DOS ESCRITOS SOBRE LA PRIMERA GUERRA MUNDIAL : José Maria Guelbenzu ( a proposito de la obra " Noviembre de 1.918 " de Alfred Döblin ) y Paul Seabright ( cuatro mitos de la gran guerra )


SOBRE LA PRIMERA GUERRA MUNDIAL.

27 JUN 2014 - 14:24 CET1
Alfred Döblin vuelve de la guerra
Se publica íntegra por primera vez en castellano la tetralogía 'Noviembre de 1918'
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Los generales europeos delante del vagón donde firmaron el armisticio de la Primera Guerra Mundial en noviembre de 1918. / AFP
Noviembre de 1918 es una monumental novela de uno de los más grandes escritores en lengua alemana del pasado siglo. Alfred Döblin, bien conocido en España por haber sido editadas la mayoría de sus novelas, entre ellas su obra maestra, Berlin Alexanderplatz (Cátedra, 2002), nació en la actual Szczecin, Polonia, en 1878. Pertenece al movimiento expresionista que tanto peso tuvo en las vanguardias de principios del siglo XX, se exilió a Francia en 1933 a la toma del poder por los nazis y posteriormente a Estados Unidos. En 1945 regresó a Alemania y completó los cuatro volúmenes de Noviembre de 1918, obra que vio la luz en 1950. Esta es la primera vez que se traduce completa y de manera fiable a nuestra lengua, gracias al esfuerzo extraordinario del profesor Carlos Fortea.
La novela arranca en el fin de la guerra de 1914-1918, con el Ejército alemán de retirada, y llega hasta los primeros días de enero de 1919, con el asesinato de Karl Liebknecht y Rosa Luxemburgo. Es una novela histórica, pero es mucho más que una novela de género gracias a la poderosa escritura de Döblin. El expresionismo fue un movimiento que priorizó el subjetivismo del artista, esto es, la “expresión” contra la representación objetivista, “impresionista” de la realidad, de manera que destacaba sobre todo la seria crisis existencial del individuo al tiempo que criticaba la alienación del industrialismo, la represión moral y religiosa, y marcaba una tendencia a mostrar la realidad interior y el análisis psicológico, pero también un compromiso social y de denuncia apoyado en un lenguaje preciso, crudo que no desdeñaba una visión siniestra de la vida capaz de llegar hasta el absurdo, como sucediera con Franz Kafka.
Döblin, que pertenece a la tendencia más objetivista del expresionismo, consiguió una síntesis extraordinaria entre el realismo de corte balzaciano y una nueva forma de captar la realidad, que no renunciaba a la experimentación. Influido sin duda por John Dos Passos, concibió una forma de escritura narrativa en la que la simultaneidad, la intertextualidad, la crónica y el cine, el collage incluso, rompía el discurso lógico y cronológico en favor de una expresión nueva que resultó decisiva en el desarrollo de la novela moderna. Con todo ello, construyó esta historia de la revolución alemana inscrita en la República de Weimar.
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En la novela desfilan personajes reales y ficticios de todas las facciones, pero también aparecen como personajes, por así decirlo, los grupos sociales (socialdemócratas, independientes, militares, espartaquistas), lo cual permite una integración novelesca de individuos e historia realmente deslumbrante. Naturalmente, algunos individuos sobresalen y llevan el hilo de la acción de manera simultánea con los movimientos de grupo (proletarios, cuerpos de Ejército, gabinetes…). Entre los primeros, aparte de los políticos o jefes militares y policiales, destacan el teniente Becker —ejemplo claro del hombre angustiado por su necesidad de comprender la realidad—, el dramaturgo Stauffer, las mujeres —esposas o madres— que los acompañan, sus amigos y compañeros y, especialmente en el último volumen, las figuras de Karl Liebknecht y Rosa Luxemburgo, que alcanzan una dimensión trágica en la doble visión de su interioridad y su conflictiva relación personal y política realmente estremecedora.
Es particularmente admirable el modo en que consigue ir mostrando de una manera literaria los movimientos que las diversas facciones en liza van realizando, para tomar posiciones ante sus objetivos. Por ejemplo, el modo en que los militares monárquicos esconden la derrota convirtiéndola en un regreso triunfal de las tropas, la visión de la moral de esas mismas tropas a través de la dura realidad que contradice la intención del mando, el desconcierto de las masas sin líderes que las dirijan y organicen, la interminable sucesión de reuniones pactistas que abocan a la inacción a la República mientras los aliados discuten las condiciones del armisticio, los conflictos personales de la gente singularizada con sus respectivas historias personales y el modo en que tratan de entender lo que les sucede y qué decisión o dirección tomar cada uno, y cada uno definido con su propia personalidad, sus titubeos, sus cambios, sus deseos, sus amores, sus culpas. Los hilos de esta historia son tantos, tan variados, tan sugerentes y tan equilibrados que sólo cabe calificar a esta obra de esfuerzo monumental.
Tal acumulación puede y debe resultar excesiva, pero no oscura ni difícil de seguir. Hay partes —las ensoñaciones, delirios o lucubraciones de algunos personajes, tan propias del expresionismo— que resultan recargadas, pero no desdicen el valor de la obra, son las menos y están llenas de intensidad dramática.
En definitiva, estamos ante un fresco histórico que llega encarrilado por el camino que abrió Flaubert en La educación sentimental, donde por primera vez integró lo personal con lo histórico, lo público y lo privado, dando lugar al nacimiento de la novela moderna. Y Noviembre de 1918 es un paso adelante y una obra ejemplar, en todos los sentidos.
Noviembre de 1918. Alfred Döblin. Traducción de Carlos Fortea. Volumen 1: Burgueses y soldados. 512 páginas. 32,50 euros. Volumen 2: El pueblo traicionado. 576 páginas. 37,50 euros. Volumen 3: El regreso de las tropas del frente. 640 páginas. 37,50 euros. Volumen 4: Karl y Rosa. 832 páginas. 39 euros. Edhasa. Barcelona, 2011-2014


4/7/2014 1914: Cuatro mitos de la Gran Guerra
x Paul Seabright   
En el centenario del inicio de la primera guerra "mundial", los medios de la burguesía siguen cambiando la historia, al igual que hicieron con el hollywoodense "día d"
Si el centenario del asesinato en Sarajevo del archiduque Francisco-Fernando, el 28 de junio de 1914, ha provocado ya una avalancha de publicaciones históricas, ha habido relativamente pocos trabajos sobre la economía. Pero los economistas no podían dejar pasar sin reaccionar ante un acontecimiento tan destacable. En un documento de trabajo de la Universidad de Warwick (Reino Unido) que ha provocado ya bastantes discusiones, el historiador económico Mark Harrison desmenuza cuatro “mitos sobre la Gran Guerra” (“Myths of the Great War” CAGE Working Paper, nº 188, University of Warwick, Department of Economics).
Según Mark Harrison, el primer mito es que la guerra se desencadenó por descuido, sin que ninguno de quienes tenían capacidad de decisión política la quisiera de manera consciente. Cita numerosas pruebas que demuestran, en su opinión, una previsión consciente de los riesgos por parte de quienes tomaron las decisiones más importantes. Desde luego, estas personas tenían a menudo intereses muy parciales, escasamente consonantes con los de las poblaciones afectadas. Pero el problema era la falta de representatividad de los sistemas políticos y no una falta de comprensión de los peligros.
El segundo mito, según Harrison, es que la hecatombe de las trincheras resultara un despilfarro inesperado para las estrategias de la época. Muy al contrario, el equilibrio de recursos militares entre las partes implicaba que una guerra de desgaste era la única concebible. Alemania llevaba ventaja en términos de población; los aliados, en recursos económicos (sobre todo en la producción de carros de combate, de aviones, de ametralladoras). Estas ventajas estaban equilibradas de forma tan precisa que, una vez tomada la decisión de ir a la guerra, sólo una larga campaña de desgaste podía mostrar quién era, en realidad, capaz de ganar.
mampato-fin-guerraEl tercer mito remite al papel del bloqueo de los aliados sobre la importación de alimentación en Alemania, citado a menudo como el factor más desmoralizador para la población alemana. En realidad, demuestra que la caída de la producción de alimentos fue, antes bien, resultado de la movilización y del esfuerzo de guerra en la misma Alemania, que desviaron de la agricultura la mano de obra campesina, la construcción de maquinaria agrícola y los productos químicos que sirven para fabricar abono.
El cuarto mito se cifra en que el Tratado de Versalles fue la causa del extremismo político en el que se hundió Alemania después de 1933. Esta idea, desarrollada inicialmente por John Maynard Keynes, ha seguido siendo moneda corriente hasta hoy. Harrison demuestra que la carga de las reparaciones exigidas en Versalles fue bastante más ligera de lo que habitualmente se piensa, en parte porque Alemania reembolsó de ellas menos de una quinta parta y porque a partir de 1924 los préstamos norteamericanos cubrían la totalidad de los reembolsos efectuados. Lo que abismó a Alemania en el extremismo fue la Gran Depresión de los años 30, lo cual no resulta en absoluto una conclusión reconfortante, puesto que hoy en día la mitad de los jóvenes griegos y de los jóvenes españoles se encuentra en el paro.
Probablemente, hay más unanimidad en estas cuestiones entre los historiadores de la economía que entre los historiadores de la economía y los demás historiadores. El trabajo de Harrison no se apoya únicamente en sus propias investigaciones sino en las de varios colegas economistas. No es pues seguro que los historiadores “puros” queden convencidos. Los orígenes y las consecuencias de la Gran Guerra son objeto de controversias… ¡desde 1914! Cien años después, están lejos de haber concluido.
Le Monde. Traducción para sinpermiso.info: Lucas Antón





















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