viernes, 2 de octubre de 2015

SOBRE LA CRISIS COLOMBO - VENEZOLANA.

Socorro Ramirez
Mauricio Garcia Villegas
Pedro Medellin Torres

Lunes, 31 agosto 2015
Venezuela y Colombia: a des-escalar y a cooperar
Un recuento completo y contextualizado sobre la historia y situación dramática de la frontera, y sobre los antecedentes, motivaciones y efectos de las medidas de Maduro.
Socorro Ramírez
Socorro Ramírez*

Cierre y estado de excepción

 Para justificar el cierre de la frontera, primero por 72 horas y luego indefinido, ampliado y sometido a estado de excepción, Maduro adujo el ataque desde una moto que dejó heridos a tres militares y un civil. La Constitución Bolivariana autoriza suspender las garantías (inviolabilidad del hogar, comunicaciones privadas, libre tránsito, reuniones, manifestaciones o protestas) en condiciones súbitas y extremas (de catástrofe, convulsión, amenazas económicas).

 De cinco municipios afectados por esas medida, en ocho días se pasó a diez en el opositor estado Táchira, y pueden extenderse a sitios muy poblados del interior del país. Podría crearse así una situación de emergencia para justificar el aplazamiento de las elecciones o estimular la abstención.

 Estas medidas son un intento desesperado por distraer la atención frente a una crítica situación interna y a una reñida campaña electoral donde el chavismo no tiene margen de acción. Con el petróleo a 36 dólares -24 menos con los que se calculó el presupuesto-, sin divisas, sin producción, con desabastecimiento, fuerte inflación y aumento de conflictos sociales. La inseguridad está disparada y han fracasado los 24 planes para controlarla.


 Las cosas son aún peores en la frontera donde –para bien o para mal- se articulan los problemas sociales, económicas, ambientales y de seguridad de ambos lados.

Militarización vs diplomacia

 El plan de seguridad No. 25 -Operación para la Liberación del Pueblo (OLP)- ha sido criticado porque recurre a una fuerza desproporcionada contra personas marginales pero no toca a quienes más se lucran del contrabando. La Guardia Nacional Bolivariana (GNB) empezó a usarla en la frontera, en la barriada Invasión, donde requisa, detiene, deporta, separa familias y marca las casas para destruir. Los deportados se ven obligados a abandonar sus enseres, que son luego saqueados. Además, demuele puentes informales y hace más dura la huida por el río o por las trochas.

 Según el diario La Opinión de Cúcuta, la GNB es el “verdadero poder al otro lado del río”. Muchos dicen que está integrada por el “Cartel de los soles”, vinculado con todo tipo de contrabandos o al lavado de activos, que es un factor permanente en las tensiones entre Bogotá y Caracas y desde siempre ha sido señalada por atropellos contra los colombianos.

 Estas medidas son un intento desesperado por distraer la atención frente a una crítica situación interna

 Mientras avanza la militarización de la zona, se incumplen los acuerdos alcanzados en la reunión de cancilleres. El Defensor del Pueblo de Venezuela no llegó a la cita con su homólogo colombiano, ni a él ni a la cónsul colombiana les han permitido acompañar los deportados a recuperar sus pertenencias o a verificar las denuncias. Organizaciones humanitarias han sido expulsadas de la zona. Y ojalá no se posterguen otras reuniones ya previstas entre distintas dependencias gubernamentales. Maduro se negaba a hablar con Santos, ahora le pide enfrentarse “cara a cara”.

El problema humanitario

 La Invasión y otras barriadas similares se han ido formado con desplazados colombianos que o bien huían del conflicto armado o rebuscaban ingresos para sobrevivir. Trabajaban en lo que fuera, en un pequeño negocio, un trabajo informal, llevando o trayendo -a pie, en bus, bicicleta o moto- lo que encontraran más barato a un lado o al otro. Allí también viven venezolanos, algunos de los cuales fueron deportados al no contar con cédula de identidad.

 No todos los colombianos expulsados o que han huido son indocumentados. Hay seis tipos de situaciones:
• la de quienes nunca intentaron resolver su migración irregular;
• la de los que hicieron los trámites en 2004 y 2005, cuando llegó la Misión Identidad, pero no fueron aprobados;
• la de quienes obtuvieron cédulas de nacionalización que les permitían ser electores y recibir subvenciones sociales pero que ahora les fueron retiradas o aparecen como “auditadas-rechazadas”;
•la de quienes recibieron cédula de residencia pero al vencerse en 2014 no se las renovaron;
• la de quienes tienen sus papeles en regla;
• y la de varios que habían obtenido el refugio o habían solicitado asilo y protección.

Capturados en redadas mientras intentaban comprar alimentos o conseguir algún servicio y ahora cuando son buscados casa a casa, han sido deportados más de 10.000 colombianos: 7.200 entre 2013 y 2014, 2.510 en el primer semestre de 2015 y ahora, a fines de agosto, el número va en más de 1.000. En ningún caso ha habido un proceso previo ni derecho a la defensa. Son estigmatizados por Maduro como paramilitares y contrabandistas, responsabilizados de la inseguridad y escasez. Diosdado Cabello afirma que “cada deportación está vinculada a uno o varios delitos como el bachaqueo y la conspiración para acentuar la guerra económica en el país”.

A los deportados se les suman los miles que han huido por el río. No han llegado sólo a Cúcuta, pero esta ciudad padece el mayor drama humanitario porque antes había recibido una gran cantidad de desplazados internos o de personas que retornaban de Venezuela. Tiene las tasas de desempleo e informalidad más elevadas del país, altos índices de miseria, y violencia causada por redes criminales transfronterizas.

 Todos esos sectores excluidos esperan lograr algo de la declaratoria de calamidad de Cúcuta, de los anuncios de Santos y del apoyo que ha recibido de todos los partidos políticos y gremios económicos.

 Además, entre los afectados están miles de venezolanos que pasan “la raya” por razones familiares, de trabajo, de estudio; pacientes renales, insulinodependientes y de quimioterapia que necesitan atención a este lado ante la crítica situación del Hospital de San Cristóbal. También quienes han comprado vivienda en Cúcuta o quienes pasan al lado colombiano a rebuscarse algún ingreso revendiendo lo que logran conseguir más barato en su país, porque allá no hay empleo o no alcanzan el sueldo ni los subsidios.

 Maduro dijo que reabrirá la frontera “cuando sean restituidos todos los derechos sociales y económicos de la población venezolana". Imposible enfrentar la complicada trama fronteriza con la expulsión de migrantes pobres o con acciones unilaterales y militarizadas.

 Una frontera sin alternativas económicas legales

El cierre de ahora de una parte de la frontera colombo-venezolana, ocurre en el ámbito más poblado, con-urbanizado, con un activo mercado de bienes, servicios y trabajo, con densa interconexión poblacional, de infraestructura vial, y con el mayor número de pasos fronterizos formales y de trochas informales. Es tal la interacción que desde el primer estatuto fronterizo se ha hablado de establecer una cédula de ciudadanía fronteriza con derecho al libre tránsito, al estudio, al trabajo y a residir al otro lado.

 Pese a sus nexos estrechos, ese ámbito ha pagado caro las épocas de desacuerdo en la relación binacional, pero en cambio no ha aprovechado los periodos de cooperación:
• Durante los años noventa vio pasar el auge del intercambio binacional bajo la integración andina, pero el libre comercio entre los centros de los dos países acabó con operaciones que creaban empleos e ingresos en las zonas fronterizas, sin estimular el desarrollo en la zona.
• Después vino el desacople traumático de la integración económica que en 2007 se agravó con la tensión entre Chávez y Uribe. Debido al cierre del comercio, Venezuela tuvo que importar bienes básicos más caros, en Colombia se agravó la desindustrialización y en la frontera se cerraron muchas empresas legales. Esa tensión destruyó además iniciativas locales para crear una Zona de Integración Fronteriza (ZIF) donde operaran motores económicos e instituciones compartidos.
• Tras restablecer las relaciones diplomáticas, los cancilleres de entonces, Holguín y Maduro se propusieron estimular proyectos de desarrollo conjuntos para comenzar a revertir la deteriorada situación fronteriza. Pero sólo del lado colombiano se han llevado a cabo algunas iniciativas, que resultan irrelevantes frente a la magnitud de los problemas y a la falta de una política sistemática fronteriza y de inclusión social.
• Ambos lados de las fronteras quedaron sin alternativas, atrapados por la criminalidad, sometidos al contrabando y a distintas formas ilegales de aprovechamiento del diferencial cambiario y de los problemas económicos de Venezuela: especulación con tarjetas de crédito, uso de remesas, maniobras con dólares a 6,3 que se transan a más 700, evasión fiscal, defraudación aduanera.

Fronteras sumidas en la criminalidad y la violencia

 La precaria y distorsionada presencia del Estado colombiano en las zonas fronterizas creó un escenario favorable para que allí se establecieran tanto las guerrillas como los paramilitares. La intensificación del conflicto armado a partir de los años ochenta tuvo muchos efectos sobre Venezuela, donde aumentó la interacción con actores irregulares. Grupos paramilitares, el cartel de Cali y el del Norte de Valle llegaron a disputarle negocios o corredores estratégicos a las guerrillas (el Bloque Norte se tomó buena parte del tráfico de gasolina en algunos puntos fronterizos).

 Es tal la interacción que desde el primer estatuto fronterizo se ha hablado de establecer una cédula de ciudadanía fronteriza

 Otros procesos agravan la inseguridad y la violencia en Venezuela: aumento de los civiles con armas legales o ilegales (milicias bolivarianas, colectivos armados, bandas delincuenciales); alianzas entre sectores chavistas y guerrillas colombianas que desde los años ochenta venían penetrando el tejido social, político e institucional de ambos lados de la frontera; acuerdos o disputas guerrilleras entre las FARC y ELN y con las Fuerzas Bolivarianas de Liberación (FBL); búsqueda de nuevas rutas hacia Estados Unidos, que llevaron a paramilitares (“Rastrojos”, “Urabeños”, el “Loco” Barrera ‘Jabón’, mexicanos (“Zetas” y Sinaloa) y dominicanos a aliarse con sectores venezolanos.

 El acercamiento entre los gobiernos no revivió las instituciones para la vecindad, pero permitió reconocer que se trata de problemas transfronterizos que requieren actuación conjunta. Chávez admitió que en la frontera “se interconectan contrabandistas con guerrilla, narcotráfico”, y Santos llamó a tomar medidas de urgencia. Ambos revivieron los acuerdos de lucha conjunta contra el narcotráfico, el crimen organizado, la extorsión y el secuestro, y lograron la comunicación entre ministros de defensa y seguridad. En mayo de 2012 autorizaron una reunión entre los comandantes militares y de policía, de división y de brigada de ambos países. Compartir información permitió operativos conjuntos o coordinados que llevaron a la detención de jefes paramilitares colombianos instalados en Venezuela.

 Los gobiernos de Maduro y Santos tomaron medidas anti-contrabando, pero fracasaron al no remover lo que lo causa y alimenta, como fracasarán las medidas unilaterales de Maduro reducidas a la militarización y el cierre de pasos fronterizos.

 Alertas internacionales

 La ONU apoya la atención humanitaria en la frontera, su Secretario General pide diálogo constructivo a los gobiernos, la oficina de su Alto Comisionado para los Refugiados (ACNUR) y la Oficina de Derechos Humanos en Ginebra alertan por la expulsión de refugiados o desplazados bajo protección y por la huida masiva de población. La Organización Internacional de Migraciones (OIM) podría revisar las cifras de Maduro de cinco millones 600 mil colombianos, en donde incluye varias décadas de migrantes, sus hijos y varias generaciones de descendientes que se han nacionalizado, y podría examinar su comparación con la situación migratoria que está viviendo Europa.

 Los embajadores ante la OEA examinan la situación el 31 de agosto, la Comisión Interamericana de Derechos Humanos expresa preocupación por “deportaciones arbitrarias, sin debido proceso y colectivas”, pide parar la destrucción de viviendas y la violación de múltiples derechos. Uruguay como presidente de UNASUR llama a parar “una escalada que no sabemos dónde puede parar“, muestra sorpresa porque se deporte gente para eliminar el contrabando cuando se necesitan salidas económicas, y convoca el 3 de septiembre a los cancilleres.

 La Unión Europea, la Internacional Socialista, Estados Unidos y organismos de derechos humanos de distintos países alertan sobre los peligros de la situación. La Conferencia Episcopal Venezolana, como su par colombiana, pide no fomentar la xenofobia y se solidariza con los colombianos deportados.

 Ojalá todas esta intervenciones ayuden a des-escalar la crisis y a estimular la cooperación binacional.
*Cofundadora de Razón Pública.


28 Ago 2015 - 9:40 pm
Patrias de papel
EN MEDIO DE TANTO DISCURSO exaltado sobre la situación que se vive en la frontera con Venezuela recordé un pasaje de El mundo de ayer, uno de mis libros favoritos.
Por: Mauricio García Villegas

Allí cuenta Stefan Zweig que cuando fue al frente de batalla, en 1915, se encontró con un grupo de prisioneros rusos custodiados por soldados austríacos que se comportaban como camaradas, a pesar de ser enemigos. Tuve entonces la convicción, dice Zweig, de que aquellos hombres simples tenían de la guerra un sentimiento mucho más justo que nuestros políticos, intelectuales y poetas: sabían que la guerra “era una desgracia que se había abalanzado contra ellos y ante la cual no podían hacer nada y que todos los que habían caído en esa desgracia eran como hermanos”.

Guardadas las proporciones, tengo la impresión de que en la frontera colombo-venezolana pasa algo similar: los pobladores que allí habitan no solo se sienten iguales, sino que perciben los conflictos entre sus países como una calamidad.

Entre Cúcuta y Maicao existe un gran mercado ilegal que se alimenta de la porosidad de la frontera. Se calcula que allí hay unos 30.000 pimpineros que venden gasolina de contrabando, 6.000 de ellos en Norte de Santander. El contrabando de productos básicos, para no hablar de drogas ilícitas, no es menor. Por encima de estos cientos de miles de comerciantes pobres y de ciudadanos que simplemente aprovechan la diferencia cambiaria, operan las grandes mafias, que son más poderosas que los propios Estados. Toda esta ilegalidad funcionaba con relativa tranquilidad hasta que llegaron los problemas de desabastecimiento en Venezuela, originados en la incompetencia del régimen chavista.

En medio de esa situación ocurrió esta semana la expulsión despótica de los pobladores colombianos. La manera como fue tratada esta gente merece por supuesto todo el repudio de la comunidad internacional, del Gobierno y de la opinión pública. Esta es una prueba más de que el socialismo chavista no defiende a los pobres en general, sino a los pobres que lo apoyan. Los demás son tratados con barbaridad, peor aún si son colombianos.

Pero también hay que entender que lo ocurrido en la frontera no es un hecho aislado. Por el contrario, es algo ocasionado por la incapacidad de los Estados para controlar el mercado mafioso que prospera en buena parte de ese territorio. Por eso, no es que hoy tengamos algunos problemas en la frontera, como dice la ministra Holguín; es que la frontera misma es un problema: el de una región gobernada por dos Estados ineptos, uno de los cuales promueve la xenofobia para esconder su propia insolvencia.

Es por eso lamentable que este incidente, ocasionado por Nicolás Maduro y aprovechado políticamente por Álvaro Uribe, esté sirviendo para fortalecer los discursos populistas de estos dos líderes, ahora coreados por cientos de periodistas que quieren resolver el asunto, entre la zalamería y la cólera, como si estuvieran en un reality. Estamos a punto de romper relaciones diplomáticas y de que la mirada patriotera se imponga. Así llegaremos a la paradoja de una frontera en donde dos Estados fallidos (al menos allí) se pelean invocando sus respectivas patrias de papel. A nadie beneficiaría más esa ruptura que al uribismo y al chavismo, dos enemigos que, como sabemos, se fortalecen en la medida en la que se atacan.

Así pues, las víctimas de todo esto son los habitantes pobres de la frontera, que durante décadas, por no decir siglos, han vivido del contrabando, como parte de una misma cultura y de una misma nacionalidad híbrida. Son ellos, como diría Zweig, los que mejor entienden lo que está pasando allí: una desgracia contra la cual nada pueden hacer.


La estrategia de Maduro
Pedro Medellín Torres
Mientras Nicolás Maduro entregaba 590 taxis y 1500 buses (de fabricación china), antes de iniciar su viaje a Vietnam y Beijing, en busca de más apoyo económico y político, el Presidente Santos trataba de obtener el aval de sus colegas de la región para encontrar una salida a lo que ahora se conoce como la crisis fronteriza. Ese contraste, por lo menos, cambia el mapa de quienes creíamos que el venezolano se estaba jugando una carta de guerra para contener la caída de su imagen.

Es cierto que las encuestas, como la del Ivad revelan que el 80% considera que la situación de Venezuela es mala; 92,8% ha tenido problemas para conseguir productos de primera necesidad; 87,9% no le alcanza el dinero para comprar lo necesario para el hogar; 70% cree que la gestión de Nicolás Maduro es mala o muy mala; 64,9% no tiene confianza en el gobierno nacional.

Pero quienes imaginábamos a Maduro vestido de militar, vociferando en la frontera contra los colombianos y su oligarquía, movilizando a sus compatriotas para “defender la revolución bolivariana”, encontramos otra realidad. Basta ver los periódicos o leer las columnas de opinión de gobiernistas y opositores, para darse cuenta que el tema de la ‘crisis fronteriza’ está pasando más o menos desapercibida para los venezolanos. Incluso, las declaraciones del Vicepresidente en el sentido de reportar normalidad en la zona fronteriza o el hacer chistes con que “gracias a Maduro, Santos va a gobernar en Cúcuta”, buscan bajar el perfil de las acciones militares en la frontera. Los venezolanos han percibido la frontera como un problema de combate a los paramilitares. Y por aquí el tema es más probable.

El gobierno de Maduro ha ido elevando el tema del paramilitarismo al de un asunto de alta sensibilidad. Pese a que se ha tratado de acciones aisladas, lo cierto es que para Maduro y su gente, los paramilitares si son una amenaza real para el régimen bolivariano. Y según analistas venezolanos, con estas acciones del gobierno está buscando, por una parte, eliminar cualquier posibilidad de apoyo social a la acción de estos grupos armados. Esto es, que si los paras insisten en sus acciones, quienes pagarán las consecuencias serán los colombianos que residan (legal o ilegalmente) en ese país. Y por otra, debilitar la posición de Colombia en el escenario regional al ponerlo como exportador neto de grupos armados.

El expresidente Samper, en su condición de Secretario General de Unasur, ha sido muy útil a la estrategia venezolana. “Hace un año denunciamos el peligro de la intromisión de paramilitares colombianos en Venezuela. Hoy se confirma que es una realidad”, escribió el Secretario General en su cuenta de Twitter, el pasado jueves 20 de agosto, cuando ya Maduro había cerrado la frontera, luego de declarar un estado de excepción en los municipios fronterizos de Bolívar, Ureña, Junín, Urdaneta, Capacho Libertad y Capacho Independencia del estado Táchira.

Hasta el momento, la estrategia venezolana parece estar ganando la partida. Ningún gobierno de la región se ha arriesgado a condenar la acción del gobierno de Maduro. Incluso la reunión “urgente” de cancilleres de Unasur se ha aplazado hasta el próximo lunes 7 de septiembre. Si los países vecinos creyeran que lo que está en juego es una crisis humanitaria en la frontera o que es urgente detener la acción brutal de Maduro contra los colombianos en su territorio, otro sería su proceder. Mientras, Maduro sigue aferrado al salvavidas que le está dando el gobierno Chino, un respaldo que le va a garantizar su permanencia en el poder por un buen tiempo.
















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